Planilandia

Hacia finales del siglo XIX uno de los temas de discusión más populares en los círculos educados fue la cuarta dimensión, una “ficción” matemática que los científicos empezaban a considerar como una posibilidad física. De este caldo de cultivo surgieron las primeras historias sobre viajes en el tiempo, como “El anacronópete” de Enrique Gaspar y Rimbau (1887), “Un yanqui en la corte del rey Arturo” de Mark Twain (1889) y “La máquina del tiempo” de H. G. Wells (1895), y también “Planilandia” («Flatland», 1884), de Edwin Abbott Abbott.

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Aunque su adscripción al género pudiera resultar discutible, se ha considerado a menudo a esta novela corta como una obra de ciencia ficción. Con mayor propiedad, debería etiquetarse como algo así como matemática-ficción, ya que en realidad no cuenta con elementos puramente especulativos, pero dado que resulta innegable su influencia (que empezó a ejercer tardíamente, como expondré más adelante), tampoco resulta descabellado presentarla, cuanto menos, como un magnífico ejemplo de protociencia ficción.

Antes de pasar a comentar la obra en sí, quisiera detenerme un momento en su autor, Edwin A. Abbott, que firmó el texto originalmente como “A. Square” (juego de palabras traducible como “Un Cuadrado”, en referencia al protagonista de la historia, o como “A al cuadrado”, en referencia a sus dos apellidos idénticos (por ser sus padres primos). Seudónimos aparte, Edwin A. Abbott fue una figura importante del mundillo educativo londinense, como director de uno de los principales colegios de la ciudad, el City of London School, del que fue él mismo alumno antes de graduarse en Cambridge en Clásicas, Matemáticas y Teología.

PLANILANDIA

El grueso de su obra se orienta de hecho hacia la teología, disciplina en la que fue una figura lo bastante importante como para que se le encargara escribir el artículo sobre los Evangelios en la novena edición de la Enciclopedia Británica. De su producción destacan también textos educativos y filológicos. El libro, sin embargo, que ha mantenido vigente su nombre por más de un siglo, fue en cierto modo una pequeña rareza en su producción: la historia de un cuadrado al que cierto día una esfera desvela el mundo tridimensional.

“Planilandia, una novela de muchas dimensiones” posee dos partes bien diferenciadas. En la primera, “Este mundo”, el protagonista, un respetable cuadrado abogado, describe para nuestro beneficio las peculiaridades de su universo, un lugar que sólo conoce dos dimensiones, anchura y longitud. Los habitantes de Planilandia son diversas figuras geométricas, estratificadas en un rígido orden social según su número de lados. Así pues, la clase más baja corresponde a triángulos más o menos agudos, cuya máxima aspiración, con el correr de las generaciones, es que alguno de sus descendientes llegue a isósceles, pasando a continuación en orden creciente de importancia por los cuadrados, pentágonos, hexágonos… hasta llegar a figuras que a efectos prácticos tienen tantos lados minúsculos que son consideradas circulares y que conforman la élite sacerdotal. Las mujeres, por su parte, son meras líneas y se las considera en general tan peligrosas como poco inteligentes.

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Más afamada es la segunda parte, “Otros mundos”, en la que nuestro cuadrado sueña con Linealandia y es transportado por una esfera al espacio tridimensional, desde donde contempla lo limitado de lo que él consideraba su universo, al tiempo que especula con dimensiones de orden superior, en una progresión, quizás infinita, de superación, que invita a contemplar con humildad los propios logros y a aspirar a destinos mayores (se llega a insinuar de un modo un tanto vago que la cuarta dimensión podría ser del pensamiento, y que los propios ángeles podrían ser entes tetradimensionales, aunque el tema no pasa de una oscura mención, tal vez por no meterse en pantanales teológicos).

Existe una clara separación en cuanto a los objetivos de cada parte. La primera, aparte de introducir las peculiaridades de la vida en dos dimensiones que luego serán útiles para establecer analogías con el universo tridimensional, es una sátira de la rígida sociedad victoriana, con sus masas de obreros poco cualificados y sus minorías acomodadas, gobernadas por una aún más minoritaria aristocracia. En la segunda se esfuerza por transmitir a los lectores el concepto de una dimensión de grado superior a la nuestra, a través de los esfuerzos del Cuadrado por visualizar la novedosa “altura”.

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Si bien en su momento la popularidad de la obra fue limitada, con el revuelo causado por Einstein y su teoría de la relatividad, que convertía al tiempo en una cuarta dimensión geométricamente indistinguible de las tres espaciales, el interés por “Planilandia” repuntó considerablemente a principios del siglo XX, en particular a partir de una edición crítica de 1920, y se ha mantenido desde entonces, con todo merecimiento. Han pasado las décadas y nadie ha sido capaz de imaginar un modo mejor que el de Abbott de transmitir un concepto tan extraño como el de una dimensión de orden superior (por lo que a mí respecta, siempre que he intentado imaginar un hipercubo he fracasado miserablemente).

La única pega de esto es que tal vez la fama de esa segunda parte oscurezca una primera que no resulta nada desdeñable, a poco que se reflexione sobre ella, pues incluye nada menos que un ataque directo a las oligarquías y un llamamiento (muy disimulado) a la revolución. La sociedad de Planilandia podría casi considerarse antiutópica (y existen indicios, como una mención a cierta forma de doble pensar, que me llevan a pensar que George Orwell pudo inspirarse de algún modo en “Planilandia” para “1984”), con una estructura férrea que cada mil años un nuevo profeta de la tercera dimensión trata de sacudir. Lo osado de la propuesta es que incluso establece paralelismos entre una antigua revolución cromática en Planilandia y la revolución francesa, lo cual unido a la naturaleza reiterativa de los intentos de reforma sugiere la posibilidad de una nueva intentona igualitaria para un siglo después de la toma de la Bastilla… o sea, para unos poquitos años en el futuro de 1884.

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A la ya mencionaba influencia hipotética sobre Orwell, me atrevería a sumar la posibilidad de que la experiencia del señor Cuadrado encontrara su reflejo en la del anónimo protagonista de “Hacedor de estrellas” (1937) de Olaf Stepledon (cuya base teológica presenta puntos de contacto con la idea del progresivo perfeccionamiento que expone Abbott), y que bien sea por influencia directa, bien por convergencia evolutiva, el mundo de los cheela de “Huevo del dragón” (Robert L. Forward, 1980) tiene mucho de Planilandia (y si queréis leer sobre una vida bidimensional verosímil, y romperos la cabeza con las complejidades de la física pentadimensional, podéis dedicarle un rato a «Diáspora«, de Greg Egan, 1997).

Otras opiniones:

~ por Sergio en julio 21, 2014.

3 respuestas to “Planilandia”

  1. Quizá conozcas, Sergio, la versión fílmica de «Flatland». Si no es así, puedes encontrarla aquí:

    http://www.flatlandthemovie.com/

    En cuanto a traducciones, aparte de la de los 90 del siglo pasado publicada por El Barquero hay una argentina de los 70 publicada por Andrómeda. (También existe una parcial, sólo de «Acerca de los habitantes de Planolandia» y «De lo concerniente a las mujeres», en un singular tomito de Corregidor que incluye tambieén «La invasión inigualada», de Jack London y «Un expreso del futuro», de J. Verne.)

    Un saludo y, como siempre, gracias por mantener vivo Rescepto.

    • Desde el 2004 hay otras cuatro ediciones (tres españolas y una argentina). La verdad es que su disponibilidad es quizás ahora mayor que nunca (y, por supuesto, el texto original es de dominio público).

      Gracias a ti (y, por cierto, vaya salvajada la de London con «La invasión inigualada»).

      • Je, je. El eterno temor del «peligro amarillo». Y, vamos, no es la única salvajada de London ¿no?

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