Almas mortales

Hay ocasiones en que lo meramente bueno no satisface, porque albergas la esperanza de llegar mucho más lejos. Esto es precisamente lo que me ha pasado con las últimas novelas que he leído de José Antonio Suárez (ésta y «La luz del infinito«). Las veo ahí, justo en el borde, a punto de dar un gran salto hacia delante… y entonces su desarrollo no llega a hacer justicia a todo ese potencial, con lo que me dejan pensando antes que en los logros en la oportunidad perdida. Es injusto, lo sé, pero no puedo evitar verlo desde esta perspectiva.

Antes de entrar en materia, sin embargo, quisiera pararme un momento a recordar a la editorial Ábaco, responsable de la publicación de esta novela.  Fue un interesante proyecto que inició su andadura el año 2006 y llegó a publicar una media docena de títulos, todos ellos de autor español y la mitad de género fantástico, antes de desaparecer el 2007 (casi con toda seguridad víctima de serios problemas de distribución). Fue una auténtica pena, pues no sólo apostaron por el autor nacional, sino que lo hicieron ofreciendo un producto de magnífico acabado. En Rescepto pueden leerse reseñas a otros dos de sus títulos: «Amar a Mara» (novela negra) y «El camino del acero» (fantasía).

Volviendo a «Almas mortales» (que, por cierto, sufrió de lleno el caos de la desaparición de Ábaco), nos encontramos con el típico híbrido del autor entre space opera, hard (blandito) y novela coral, presciendiendo eso sí del humor. La narración se articula en torno a cuatro hilos que se entrelazan, sin llegar a fundirse realmente, y que nos muestran los prolegómenos, desarrollo y conclusión de un conflicto de resonancias colonialistas entre Marte y la Tierra.

Sí, no se puede afirmar que se trate de un escenario extraordinariamente novedoso. Casi todos los temas clásicos están ahí (desproporción poblacional, desequilibrio tecnológico, intrigas internas, agendas ocultas…), además de alguna que otra pincelada que no suele estar presente en la literatura estadounidense, como las derivaciones de índole política (referidas a un partido terrestre de ideología ultraderechista, minoritario aunque crucial para la presunta estabilidad del gobierno).

Junto con estos ingredientes extraídos directamente de la Edad de Oro (y que traen a la mente novelas como «La Luna es una cruel amante» de Heinlein o la más reciente «Marte se mueve» de Bear), nos encontramos con otros propios de corrientes más próximas como el postcyberpunk (mentes conservadas en entornos digitales, nanobots, transhumanismo, inteligencias artificiales…). La mezcla no siempre se antoja plausible. La tecnología militar, por ejemplo, se muestra particularmente anacrónica, al igual que las motivaciones del conflicto. Hay algo que no concuerda, como si se estuvieran aplicando causas incongruentes con el entramado especulativo.

Es una sensación que no deja de aumentar durante la lectura: la trama no encaja con el contexto, no están puestos el uno al servicio del otro, sino en competencia. A lo mejor es una percepción personal. Quizás no soy capaz de conciliar un avance tecnológico con un retroceso político insuficientemente apoyado. Quizás sea, al fin y al cabo, que el conflicto planteado es demasiado vasto para zanjarlo en poco más de 270 páginas. Me falta complejidad. Si a esto le añadimos que la especulación resulta igual de superficial (no hay un solo desarrollo innovador; algunas ideas no pueden ser más actuales, pero son préstamos de otras fuentes*, sin que se profundice en ninguna de ellas salvo de un modo muy somero en el concepto que da título a la novela), pues la insatisfacción está garantizada.

*(Si bien es cierto que no he leído otra novela que aplique la teoría de twistores, quizás por haber sido formulada en una época en que la ciencia ficción daba la espalda a la ciencia y por encontrarse hoy en día con pocos defensores.)

Ya me ha pasado en otras obras de José Antonio Suárez. Me gusta el planteamiento, los elementos especulativos están ahí, pero en vez de montar un obús se limita a lanzar unos cuantos fuegos artificiales. Resultan vistosos, sí, pero inconsecuentes. Constituyen una oportunidad desaprovechada.

No quiero, sin embargo, dejar la sensación de que es una mala novela. Ni mucho menos. Es entretenida, se lee de un tirón y los elementos de la trama van encajando sin que haga falta forzarlos demasiado (son demasiados para una obra tan breve y alguno que otro se queda un poco en el aire). En este sentido, supone una clara mejora con respecto a una obra previa del autor, «Peregrinos en Marte» (Espiral, 2003), donde acababa haciéndose un pequeño lío con las conspiraciones. Eso sí, en mi opinión, del 2007 me quedo sin dudarlo con «Cristales de fuego» (Parnaso).

Para concluir, quisiera comentar que quizás haya un elemento que podría haber influido en mi percepción de «Almas mortales». Con demasiada frecuencia aparecen errores de concordancia verbal en el uso del pretérito (simple cuando debería ser compuesto). Es algo extraño, pues por lo demás se trata de una edición impecable, pero a mí me iba sacando continuamente del texto.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en May 17, 2010.

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