Trilogía de «El señor del tiempo»

Delinear la evolución de la literatura de fantasía es una tarea mucho más ardua que con la ciencia ficción, pues se trata de un género que puede remontar sus raíces hasta la Odisea de Homero (en realidad, la literatura occidental al completo puede hacerlo, pero en fantasía se trata de una relación directa a todos los niveles). Con un legado tan amplio, el árbol filogenético es muchísimo más enmarañado, con multitud de relaciones cruzadas. Sin embargo, en la historia de la fantasía moderna (nacida de la novela de aventuras victoriana), se pueden apreciar varios hitos que ejercen su influencia a lo largo de las décadas y dan origen a movimientos que comparten características con sus homólogos en la ciencia ficción (aunque son muchísimo menos excluyentes).

Así pues, en el año 1984 la influencia de un elemento en principio extraliterario cambio el panorama de la ficción fantástica, dando inicio a la época de las franquicias.

Cabe rastrear, sin embargo, los cimientos de esta revolución hasta 1974, con la publicación por parte de Gary Gygax y Dave Ameson del decano de los juegos de rol, “Dungeons & Dragons”. Algunos años más tarde, en 1978, se lanzaría una versión más compleja, la Advanced (AD&D) y en 1982 a un grupo de trabajo de TSR, la empresa que gestionaba el juego, liderado por Laura y Tracy Hickman, se le ocurrió una nueva estrategia para promocionar sus campañas oficiales de AD&D (escenarios coherentes con sus propios mapas, criaturas, historia, módulos, personajes…), la publicación de novelas basadas en ellas (ya existían libros de “elige tu propia aventura” ambientados en el universo D&D). El primer experimento fue escrito por el tándem Margaret Weis y Tracy Hickman quienes, basándose en el trabajo de varios empleados de TSR (y en el modo en que cayeron los dados en unas cuantas partidillas), publicaron en 1984  “El retorno de los dragones” (“Dragons of autum twilight”), la primera entrega de las “Crónicas de la Dragonlance” y el primer libro de una franquicia que a día de hoy cuenta con más de 190 títulos. A este superexitoso pionero siguieron otros muchos, ambientados en otras campañas, tales como “Dark Sun”, “Forgotten Realms” (el que mejor se ha mantenido) o “Ravenloft”, y al abrigo de su estilo (ambientación medievaloide, conflictos épicos, protagonistas arquetípicos y, por supuesto, estructuración en n-alogías, siendo habitualmente n un número impar) multitud de sagas que coparon los expositores de género entre mediados de los ochenta y los noventa (y aún reclaman sus buenos metros de estantería).

Separar el grano de la paja es tarea ardua, sobre todo porque en el mundo de las franquicias y productos análogos casi todo es paja, pero aun así esta moda dejó varias obras notables (siendo la principal a mi entender la saga “Añoranzas y pesares” de Tad Williams). También favoreció el ascenso a la primera división de autores que hasta entonces deambulaban sin pena ni gloria. Entre estos, uno de los principales nombres es el de la británica Louise Cooper, quien en 1985 publicó el primer volumen de su saga más famosa: la trilogía de “El señor del tiempo”.

Lord_of_no_time

Se trata de una obra singular dentro del fenómeno de las franquicias/sagas, ya que sus raíces se extienden a mucho antes, en concreto a 1977, con la publicación de la novela “Master of no time”, cuya reescritura, ajustada a los nuevos parámetros y tras los pasos de la Dragonlance, le proporcionaría su primer gran éxito internacional, compuesto por los títulos “El iniciado”, “El proscrito” y “El Orden y el Caos”.

La influencia directa de Louise Cooper es Michael Moorcock, algo imposible de ocultar dadas las semejanzas que presentan el protagonista de “El señor del tiempo”, Tarod, y el personaje icónico de Moorcock, Elric de Melniboné, pero las deudas no acaban aquí. Moorcok, editor en los sesenta de la revista señera de la New Wave, New Worlds, aplicó a su producción de fantasía los mismos principios rupturistas que habían revolucionado la ciencia ficción. Por una parte, Elric es la antítesis de los héroes clásicos de espada y brujería (popularizados gracias a la edición por parte de Lancer/ACE de la serie de Conan de Robert E. Howard, compilada y sistematizada por Lin Carter y Sprague de Camp), delgado, enfermizo, de dudosa afiliación moral…, pero además el mundo (o multiverso, pero eso ya sería tema para otra entrada) que habita no está tan definido en blanco y negro como es habitual. Desde Tolkien, casi toda aventura épica implica el enfrentamiento definitivo entre el bien y el mal, en ocasiones como una clara alegoría cristiana (caso de “Las crónicas de Narnia” de C.S. Lewis; en “El señor de los anillos” no hay alegoría, pero sí inspiración cristiana). Moorcock reniega de este planteamiento y apuesta por una visión dualista del mundo (más propia de las religiones orientales), ejemplificada en las fuerzas opuestas de la Ley y el Caos, en eterno conflicto por una supremacía que ninguna de ellas debe alcanzar, pues ello supondría la aniquilación. Sus héroes son a menudo encarnaciones del Campeón Eterno, un ente del multiverso que interviene indistintamente a favor de la Ley o del Caos, propiciando el Equilibrio, que es donde se da la evolución.

Este mismo concepto se encuentra en el núcleo de la saga de “El señor del tiempo”, que nos presenta un mundo en el que el Caos ha sido desterrado y el Orden ha reinado incontestado por siglos. Pero nada dura eternamente, y aparece un hombre predestinado a traer de nuevo a los dioses del Caos de su destierro… aun en contra de sus propios deseos.

iniciado

El mérito de Louise Cooper radica en saber aprovechar las convenciones de la fantasía épica juvenil en su propio provecho, elaborando tramas que son algo más complejas de lo que suele ser habitual en el subgénero. Sus libros son muchísimo más introspectivos que los de sus compañeros de estantería, centrados en un solo personaje (dos a lo sumo, aunque no reniega del punto de vista múltiple) y prestando mucha atención a sus motivaciones y pensamientos (no con excesiva sutileza, bien es cierto, pero sí con gran dedicación). En el caso de “El señor del tiempo”, por añadidura, subyace el concepto filosófico del punto medio como eje motor de la historia, y aunque en la ejecución de estas buenas intenciones no siempre alcanza el éxito por motivos que detallaré más adelante, su vocación de dotar de profundidad a la historia es encomiable.

La primera novela, “El iniciado”, arranca con un Tarod preadolescente, un poco rarito y más que un poco paria en la sociedad maravillosa del Orden, que descubre por accidente que posee en su interior un terrible poder. Parece un comienzo sacado del Manual del Escritor de Fantasía Juvenil. Nos presenta a un chaval con el que los lectores pueden identificarse, que esconde en su interior mucho más de lo que aparenta (perfecto para encarnar las fantasías de cualquier preadolescente enfadado con el mundo). Por una serie de acontecimientos semifortuitos, Tarod ingresa en el Círculo, un grupo de adeptos a la magia bajo la tutela del Sumo Iniciado y al servicio de Aeoris, el dios supremo del Orden (son siete dioses en total). Dadas sus dotes innatas, pronto alcanza el grado de iniciación más alto, sin que llegue a adivinarse su techo. Sin embargo, no todo son alegrías, ya que unas horribles pesadillas comienzan a envenenar sus noches. A la postre, su naturaleza caótica emerge, y entra en conflicto con sus hermanos (con un papel importante para los celos y la envidia rastrera) lo que conduce al enfrentamiento y a un intento de ajusticiamiento cuando se descubre su auténtica naturaleza.

Vamos, un típico esquema de ascenso y caída. Tarod es adulto durante la mayor parte de la novela, pero la identificación con el lector lograda al principio se mantiene al presentarlo como sujeto de una serie de malentendidos y de la malevolencia de quienes supuestamente son sus amigos, inocente víctima de una injusticia de proporciones titánicas que lo lleva a su pesar al reverso tenebroso de la ira (y aún así reacio a caer en la tentación de abrazar el Caos).

proscrito

También de manual es el planteamiento del segundo volumen, “El proscrito”, publicado originalmente en 1986. Para empezar, todo capítulo central de una trilogía debe ser el más oscuro (principio aplicado a rajatabla en el cine), pero además conviene que, manteniendo el hilo argumental, se distancie todo lo posible de su predecesor. Así pues, el grueso de la novela acontece en un único escenario, el castillo de los iniciados, atrapado en un vórtice de no-tiempo, y con sólo tres personajes, en contraposición con los múltiples ambientes y puntos de vista de “El iniciado”. Debido a los acontecimientos que cierran la primera novela, Tarod es ahora un personaje mucho más extremo, apenas humano. El sentimiento de alienación se potencia trasladando el peso del protagonismo a Cyllan, una vaquera que se nos presenta fugazmente en “El iniciado” y que pronto adivinamos que será el catalizador de la “redención” de Tarod. Aquí hago un inciso para señalar que Louise Cooper se caracteriza también por conceder el protagonismo de sus series de fantasía a personajes femeninos (sin masculinizarlos en el proceso), tal es el caso de la octalogía de “Índigo” (interesante, pero tremendamente irregular; destacaría como muy notable la quinta entrega, “Troika”). Por supuesto, es necesario un tercer personaje, que ejerza, hablando claro, de tocapelotas y que mantenga la presión sobre Tarod para que prosiga su viaje hacia el Caos, y el papel lo interpreta Drachea, el heredero pijo de un margrave (gobernador local según la distribución política imperante). Al final se produce un segundo enfrentamiento y tanto Cyllan como Tarod escapan por medios distintos del castillo, con el Sumo Iniciado más decidido que nunca a eliminar la amenaza contra el Orden que representan.

Se trata, sin duda, del mejor libro del terceto, aquel en el que los puntos fuertes de Louise Cooper tienen ocasión de brillar. Teniendo en cuenta el tema, es posible que sea también el que más deba a la obra original de 1977.

La tercer entrega, “El Orden y el Caos” (1987), supone en cierto sentido un anticlímax, ya que la narración regresa a los caminos más trillados de “El iniciado”, sonando muchas de las peripecias a ya leídas. En resumidas cuentas, todos los personajes principales inician un viaje hacia el sur, hacia la Isla Blanca, con el propósito de invocar a Aeoris y que resuelva la papeleta. Durante el camino una serie de increíbles coincidencias reúnen a Cyllan y Tarod, y otro encuentro aún más azaroso los separa (la autora ya había abusado del azar en los libros anteriores, pero aquí es tan exagerado que hasta se permite un toque irónico al asombrarse uno de sus personajes de lo improbable de cierto desarrollo). A la postre, Tarod, completo de nuevo, se ve obligado a enfrentarse por fin con sinceridad a su propia naturaleza, con resultados nada sorprendentes (digamos que el desenlace se ve venir desde el cuarto o quinto capítulo del primer libro).

orden_caos

Al principio he dejado entrever que se trata de una de las mejores sagas de fantasía épica que he leído, y es cierto, pero ello no es óbice para que tenga que señalar que pese a sus indudables méritos hay una serie de defectos que deslucen el conjunto. Uno de ellos ya lo he mencionado: el excesivo protagonismo del azar, unido a cierta predisposición al uso del recurso del Deus ex Machina (literalmente, ya que a menudo intervienen los dioses del Caos para echar un manita ofreciendo teletransporte gratuito). Además, la complejidad de los personajes resulta un tanto artificial, ya que no se nos muestra a través de sus discursos y sus acciones, sino que se nos revela con pelos y señales por medio de sus pensamientos. Vulnera así un principio fundamental de la buena literatura, que debe exponer antes que explicar. Los conflictos que nos presenta son a menudo muy simples, aunque ocupen páginas y más páginas de monólogo interior, como si así pudiera convencernos de la profundidad del dilema (con ello sólo se logra una seudocomplejidad muy típica de estas series). Por añadidura, en el primer libro se producen unas transiciones demasiado bruscas y poco fundamentadas entre la amistad (e incluso el amor) y el odio (donde mejor se gestiona todo esto es en el segundo volumen).

Por último, existe un fallo de base en el planteamiento. Se nos explica que el exceso de Orden es pernicioso, pero nada de cuanto leemos nos mueve a corroborar esta afirmación. El mundo descrito es perfectamente normal (con sus pequeñas mezquindades y todo). Se supone que está sumido en el estancamiento, pero la autora está demasiado ocupada con la historia para aportar pruebas de ello. Es decir, convierte la originalidad del planteamiento en una mera excusa, así que la sublectura sobre la virtud del equilibrio resulta igualmente artificial y forzada. Poco después, Weis y Hickman introducirían en su universo de la Dragonlance (en las Leyendas, una trilogía notable por derecho propio) el mismo principio, aunque retornando al dualismo tradicional de bien y mal (un predominio excesivo del bien lleva a la presunción y al Cataclismo) y acabando con el experimento del Orden y el Caos como contrincantes de la lucha eterna (nunca supieron diferenciarse lo suficiente de sus antecesores).

La trilogía de “El señor del tiempo” es un producto de su época. Literatura eminentemente juvenil, con una profundidad y una calidad superiores a la media. Sin embargo, Louise Cooper no se atrevió a dar el paso definitivo que la hubiera convertido en un referente dentro de la fantasía. Resulta pues una lectura entretenida, recomendable por el tomo de “El proscrito”, pero ni mucho menos imprescindible (a no ser que te sientas atraído por el fenómeno de las sagas ochenteras, pues se trata de una de las mejores aportaciones de esta corriente a la fantasía). Se ha visto perjudicada, sin duda, por la ínfima calidad de muchas de las aportaciones posteriores que, tomándola como modelo, han abusado de sus hallazgos estilísticos y argumentales

Otra perspectiva:

Otras obras de la misma autora reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en agosto 24, 2009.

5 respuestas to “Trilogía de «El señor del tiempo»”

  1. A destacar que no le hacen falta 750 páginas por tomo para contar la historia que quiere. Sólo por eso merece la pena perder un par de tardes.

  2. Esta fue la primera obra de fantasía «adulta» que leí, en unos coleccionables de quiosco que sacaron mediados los 90. Recuerdo leer sin parar hasta quedarme sin luz. Qué tiempos…

    El segundo tomo, sobervio, sobre todo la primera mitad con los tres personajes en el castillo.

  3. Ay, qué recuerdos. Cuando la leí hace tropecientos años me encantó. Ahora, si la volviese a leer, no sé si me entusiasmaría tanto.
    Pero mira, se me ha quedado como una novela gratísima que me enganchó a la fantasía.

  4. Yo la he leido y te deja ese gusto de diferencia respecto a la típica dragonada.
    Por cierto, también ley «la puerta del caos» que me parece que se situa con posteiroridad, pero no echarme mucha cuenta porque es que no me acuerdo de que iba.
    ¡¡¡Ochu madre, que memoria!!! (creo que me puedo ahorrar una pasta si me da por leer de nuevo mi biblioteca).

  5. Hala, cómo se nota cuando una entrada toca la fibra sensible.

    (Si es que lo ochentero nos tira).

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