El príncipe que cruzó allende los mares

El último cuento ilustrado del repertorio de Galeón, de la pluma de los coautores Roberto Malo y Francisco Javier Mateos, llega en un formato distinto del habitual, pues también el público objetivo es algo diferente. Así pues, de la mano de Nalvay, tenemos «El príncipe que cruzó allende los mares», un relato en el que la palabra cobra mayor importancia, dirigido a niños un poco mayores que los que disfrutarían con las aventuras de Tanga, Dick Van Dyke (y su madre) o Abaskhia.

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La historia que se narra constituye en su superficie un típico cuento de hadas. La princesa de un gran reino cae si motivo aparente en un profundo trance, y devolverle la salud es una gesta principesca que ganará al valiente que la complete su mano. Entremedias, hay lugar para un poco de fábula moralista, así como estructuras repetidas con distinto efecto (tres príncipes, cuatro magias elementales, incluso dos singladuras accidentadas). El elemento particular que confiere su sabor especial al cuento es cierta autocrítica irónica, que se deleita en subvertir las expectativas (levemente, nada de iconoclasia desaforada, sino más bien un pequeño toque de realismo y practicidad aquí y allá).

Ello establece un juego con los oyentes (los cuentos de Malo y Mateos están siempre escritos para ser leídos/declamados en voz alta), a los que incluye en la broma, hecha a menudo a costa de los personajes que se encuentran un poco caricaturizados (y ya no sólo los arquetipos negativos, sino incluso el propio héroe de la historia, sometido a cierto grado de desmitificación). El objetivo último, por supuesto, es provocar la risa, porque «El príncipe que cruzó allende los mares» es, ante todo, una comedia.

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Y no lo digo a la ligera. Es una Comedia clásica en toda regla, que bebe de las fuentes originales, reutilizando elementos propios de la comedia griega (a vecs a través del mismo filtro autocrítico ya descrito). Así, por ejemplo, encontramos la intervención directa de los dioses (o cuanto menos de la Cólera de los Dioses) en el segmento que constituye la fábula inserta en la historia, el uso reiterativo del Deus ex Machina (el Visionario), hasta el punto que deja de ser un recurso facilón y aleatorio para convertirse en uno de los elementos centrales de la narración, y, por supuesto, lo que no puede faltar en ninguna comedia clásica que se precie: el coro (todo ello, por supuesto, sin abandonar esa orientación crítica posmoderna).

En definitiva, y prescindiendo de palabraría altisonante (que no cuadra para nada con la historia), lo que tenemos con «El príncipe que cruzó allende los mares» es un cuento de hadas que se ríe de sí mismo e invita al lector a reírse con él. Eso sí, lo hace sin malicia, haciendo burla de elementos accesorios, por completo supérfluos, sin afectar en absoluto al corazón amable y optimista de la historia.

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Las ilustraciones que acompañan al texto son obra de David Guirao, y con ellas presenta un juego paralelo a la narración en sí. A costa quizás de apartarse en algún momento de las descripciones literales (como ocurre con el primer príncipe), plantea un mosaico de referencias, que van desde lo oriental a lo precolombino (pasando, cómo no, por el helenismo). En su blog, por si tenéis interés, proporciona algunas de las claves para participar en el juego.

Otras opiniones:

Otras obras de los mismos autores reseñadas en Rescepto:

Otras obras de Roberto Malo reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en diciembre 20, 2012.

2 respuestas to “El príncipe que cruzó allende los mares”

  1. Mil gracias, Sergio. Con reseñas así da gusto… de nuevo. Un abrazo. ¡Vivan las historias épicas con dioses!

  2. […] para empezar a leer por capítulos a los mas pequeños. Luego, mi debilidad. Las ilustraciones de David Guirao. Esas que hablan por si sólas y que te apetece mirar y volver a mirar. En su blog él mismo da […]

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