Gente de barro

Parece mentira, pero David Brin, uno de los autores más exitosos de los años 80 y 90, lleva diez años sin publicar nueva novela (y no se ampliará el lapso pues tiene una prevista para junio). ¿Condicionantes personales o muestra de lo mal que le ha sentado el siglo XXI a la ciencia ficción? La verdad es que no lo sé, pero no deja de resultar curioso tan amplio período de sequía para un autor que, por muchos años, fue el abanderado del entretenimiento en la ficción anticipativa. Justo lo que ofrece «Gente de barro» («Kiln people», 2002), su última obra de larga extensión publicada.

Como toda su producción aparte de la Saga de la Elevación de los Pupilos, se trata de una novela independiente apartada por completo de la space opera que le hizo famoso. En un futuro no demasiado lejano, introduce un elemento diferenciador, la posibilidad de «cocinar» de forma barata y sencilla réplicas personales con una esperanza de vida de veinticuatro horas denominadas «ídems» para que desempeñen diversas funciones, con la posibilidad de descargar en su «archi» (de arquetipo, es decir, el modelo original) las memorias del día.

Apenas hace falta algo de electricidad y un horno especial para producir tantas copias como se precisen: verdes para tareas sencillas (en general, las más monótonas), grises si se precisa un acabado más perfecto (siendo superados en calidad por los platino, sólo al alcance de los más ricos), ébano para potenciar la capacidad de concentración, estudio y análisis, marfil para desempeñar funciones de índole sexual y así un puñado más de subtipos que no participan en la trama. Huelga mentar el tremendo efecto que este (muy improbable) desarrollo tiene en una sociedad donde los ídems carecen de derechos (más allá de los derivados de ser propiedad de su original, pudiendo este plantear una demanda civil en caso de perjuicio).

El protagonismo recae en Albert Morris, un detective privado cuyos ídems suelen ser de gran calidad, ocupado al principio de la novela en resolver un caso de violación de copyright por secuestro y réplica de ídems. Pronto, sin embargo, se cruza en su camino un nuevo caso, de un alcance en apariencia mucho mayor. Yosil Maharal, uno de los fundadores de Universal Kiln, la empresa que monopoliza la nueva tecnología, ha desaparecido, y todo apunta a que algo podrido se esconde bajo las alfombras de la compañía.

La gracia de la historia reside en que, como buen relato de género negro, está contada en primera persona por Albert… y por sus ídems. El narrador único se subdivide en el original, dos verdes (uno de ellos defectuoso o «frankie»), otros dos grises y un ébano, cada uno yendo a la suya, con el resultado de que en ocasiones nos encontramos con hasta cinco «clones» de Albert haciendo avanzar una trama que no deja de bifurcarse y converger (pues los lectores sólo sabemos de aquellos ídems que logran descargar sus memorias).

«Gente de barro» es ante todo un tour de force de David Brin, que nos plantea muy pronto las premisas básicas del mundo de los ídems y luego busca formas creativas de juguetear con ellas para retorcer al máximo las reglas autoimpuestas sin llegar a quebrarlas. El humor, presente en casi toda la obra del autor, se adapta al género negro y se vuelve socarrón. En cuanto al ritmo… en fin, es Brin, no puede sino ser trepidante.

Por añadidura, aunque el entretenimiento es el principal objetivo de la obra, no deja de esbozar reflexiones en torno a la identidad (tras cada proceso de duplicación tanto el original como la copia abren los ojos preguntándose cuál es cual, y el corto plazo de vida de los ídems propicia inquisiciones existencialistas; y de igual modo nos acabamos encontrando con archis haciéndose pasar por ídems y viceversa), la privacidad (una obsesión del autor) o la ética (aun siendo «voluntarios», los ídems son [y son tratados como] esclavos a efectos prácticos). Hay, además, obligados homenajes a los antecesores, bien sea la leyenda original del gólem (otro nombre que reciben los ídemas, por no hablar de que el horno donde se forman se denomina tetragramatón y que Maharal es el sobrenombre del rabino de Praga según la tradición judía) o su encarnación en la ciencia ficción vía Asimov y sus robots (Universal Kiln guarda grandes parecidos con la U. S. Robots and Mechanical Men). En muchos aspectos, «Gente de barro» supone llevar un paso más allá el viejo mito prometeíco de la creación de vida independiente (que inspiró también el «Frankenstein» de Mary Shelley, homenajeado en la novela a través de los frankies).

Por último, cabría avisar de que a Brin se le va un poco la mano hacia el final, lanzándose por derroteros metafísicos desbocados y elucubraciones sin tiento ni mesura que empañan un poco el impacto global. No es que resulte demasido molesto, pues sin duda el trayecto vale por sí solo la pena, pero impide cerrar la historia con un colofón a la altura del resto. Quizás por eso la novela ostenta la dudosa distinción de haber cosechado la segunda posición en cuatro premios del 2003 (Hugo, Locus, Arthur C. Clarke y John W. Campbell Memorial)… perdiendo en cada ocasión ante un título diferente.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 15, 2012.

3 respuestas to “Gente de barro”

  1. Leí este libro hace unos años y me encantó, lo encontré muy divertido. Los comentarios de las copias cuando abren los ojos y ven su color, y sobre todo el frankie y sus elucubraciones sobre su identidad… Disfruté un montón con esta lectura.

  2. […] Spanish: Gente de Barro; Translated by Rafael Marín Trechera; Nova, 2003; Review […]

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