La madre del héroe

Tras “Tanga y el gran leopardo”, hace apenas año y medio, un nuevo cuento del repertorio del Grupo Galeón llega a las librerías, de la mano de OQO editora (con ediciones, además, en gallego y castellano). En esta ocasión, aunque se repite la dupla de escritores, Roberto Malo y Fco. Javier Mateos, la labor de ilustración recae en la artista francesa Marjorie Pourchet.

El cuento sigue las andanzas del espadachín Dick Van Dyke (y su madre), mientras cumple el encargo del rey de llegar a un acuerdo con el temible caballero Negro por el pago de una deuda. Es una misión difícil y peligrosa, en la que el héroe no tendría la menor posibilidad de triunfar de no ser por los cuidados (un poco agobiantes a veces, pero siempre abnegados), la protección y el sentido común de la autora de sus días.

El relato destila aventura, humor (a varios niveles) y, sobre todo, reconocimiento hacia el desinteresado amor de las madres por sus hijos (que no siempre es apreciado, como es el caso de Dick Van Dyke, en su justa medida). El espadachín tiene grandes proyectos, está dispuesto a comerse el mundo e incluso se llega a avergonzar un poco de las atenciones recibidas, pero a la hora de la verdad nada es capaz de interponerse entre una madre y el bienestar de su hijo.

Aún hay otro aspecto que se pone de manifiesto. No sólo tras cada gran héroe hay una gran madre, sino que es también ésa una característica propia de aquellos con los que se encuentra; todos, por muy importantes que sean sus diferencias, comparten el amor y respeto hacia sus madres (aunque en público haya que aparentar independencia), y como las madres sólo quieren lo mejor para sus hijos, la forma idónea de honrarlas (y de alcanzar la felicidad) consiste en llevarse bien y resolver cualquier diferencia por las buenas.

A nivel técnico, el texto fluye con engañosa facilidad (porque cada elemento está pulido al detalle). Mientras lo leía, y supongo que esto le ocurrirá a todos los que se encuentren en mi misma situación, no podía evitar “oírlo” declamado en boca de Roberto Malo (a decir verdad, hasta los gestos me venían a la mente; y no es por hacerle un feo a Javier Mateos, pero es que no he tenido ocasión de presenciar una actuación conjunta de ambos). Esto, en cierto sentido, es anecdótico, pero lo que sí pone de manifiesto es que no se trata de un cuento para ser leído por un niño, sino para que le sea leído. Y no hay que preocuparse por el sentido dramático, porque el tamaño de la fuente ya va dando pistas sobre el énfasis que necesita (tan sólo se hace necesario impostar una voz adecuadamente grave para el caballero Negro y otra un tanto cascada aunque firme para la auténtica protagonista).

Por añadidura, las ilustraciones no sólo son preciosas (creando en ocasiones auténticos “recortables” con una tridimensionalidad casi tangible y unas texturas no menos palpables), sino que añaden riqueza a la historia, tanto estableciendo juegos autorreferentes y componiendo imágenes que, en su estatismo, narran escenas completas, como llegando a crear subtramas paralelas a la principal y reforzando el mensaje a través de detalles tan ingeniosos como recalcar el parecido entre madre e hijo a través del pelo (o acompañar siempre a la madre por una gallina cuecla, como símbolo de amor maternal). Cada (doble) página se convierte así en un juego, que invita a adentrarse aún más en el mundo de Dick Van Dyke (y su madre).

Por supuesto, el cuento está dedicado a todas las madres. Va por ellas, también, esta entrada.

Agradezco a OQO editora el envío de un ejemplar de “La madre del héroe” para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

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~ por Sergio en abril 29, 2011.

3 respuestas to “La madre del héroe”

  1. Mil gracias por la reseña, Sergio, y justo para el día de la madre. Un detallazo.

  2. Hola Sergio!
    Soy Fco. Javier Mateos. no me lo tomo como un feo… a ver cuándo puedes venir a vernos a una actuación.
    No hay que olvidar que el origen del cuento parte de base teatral.
    Una maravilla tu reseña.
    ¡Gracias!
    Un abrazo.

  3. Pues hace tiempo que me apetece dejarme caer por Zaragoza, que la última (y única) vez que estuve en la plaza del Pilar tenía tres años. A ver si para la próxima ronda de presentaciones…

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