Las crónicas de McAndrew

En 1977, para superar el duelo por el fallecimiento de su esposa, el físico Charles Sheffield (consultor externo de la NASA y científico jefe de la Earth Satellite Corporation) comenzó a publicar relatos de ciencia ficción. Lo que en principio debía constituir una mera distracción, acabó deviniendo en una segunda carrera, que se desarrolló a lo largo de los veinticinco años siguientes con un éxito notable, orientándose, como no podía ser de otra manera, hacia la ciencia ficción dura.

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Entre sus primeras creaciones se cuenta el genial físico Arthur Morton McAndrew, aparecido originalmente en el cuento «Vector de muerte» (Galaxy, marzo de 1978). A lo largo de los cinco años siguientes (período durante el que alcanzó la notoriedad dentro del campo de la ciencia ficción gracias a la publicación en 1979 de «La telaraña entre los mundos«), Sheffield publicó otros cuatro relatos largos/novelas cortas, tres en las páginas de Analog y el último en The Magazine of Fantasy & Sciencie Fiction, recopilándolos en 1983 como «Las crónicas de McAndrew» («The McAndrew chronicles»).

Desde los mismos inicios de la ciencia ficción (al menos desde Verne, aunque podemos quizás retrotraerlo hasta la literatura gótica de E.T.A. Hoffmann y Mary Shelley), la figura del científico genial ha sido un arquetipo recurrente. Este personaje asume generalmente una de dos manifestaciones. La primera es la del científico o ingeniero adelantado a su tiempo, polímata y poseedor de los más elevados principios éticos, que fue evolucionando hacia una figura heroica en la literatura pulp (siendo quizás su máximo exponente Doc Savage, el Hombre de Bronce). La segunda es su a menudo antagonista, el científico loco, quien considera su intelecto superior como carta blanca para cometer cualquier tipo de atrocidad en pro de los intereses o ideología personales. Por supuesto, el uso y abuso de ambos modelos acabó caricaturizándolos, hasta el extremo de transformarlos en poco menos que superhombres, igual de capaces de llevar a cabo increíbles saltos intuitivos como de ejecutar proezas físicas.

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Se nota, sin embargo, que al contrario de lo que ocurre con otros muchos escritores, Sheffield sí que conoció a un par de genios en persona, porque su descripción de McAndrew es muy realista. Con lo cual no quiero decir que no esté un poco idealizado. Después de todo, le adjudica un intelecto y una competencia teorizadora al nivel de Newton o Einstein. Ello no es óbice para que, pese a todo, acabe siendo posiblemente uno de los genios científicos más creíbles de la historia de la ciencia ficción.

El que el propio Sheffield fue un científico de cierto nivel ayuda, además, a que la base especulativa sobre la que se asientan las distintas historias fuera de rabiosa actualidad. La ya mencionada primera historia, por ejemplo, de 1977, se basaba en avances especulativos en torno a agujeros negros que databan de 1973, aunque la recopilación realmente despega con la segunda crónica, «Momento de inercia», de 1980, en la que nos encontramos ya con astronaves capaces de acelerar a 100 G sin matar a sus tripulantes. Agujeros negros en rotación de los que extraer energía, motores iónicos que explotan la energía de vacío, materia ultradensa estabilizada mediante campos electromagnéticos, planetas errantes propuestos por soluciones parciales del Problemas de los Tres Cuerpos, biomoléculas originadas en el Halo cometario… Todo un entramado especulativo, basado en las investigaciones de científicos como Stephen Hawking, Fred Hoyle o Roy Kerr, llevadas un paso (o dos) más allá de lo que la ciencia estricta permite (al final se incluye un apéndice técnico que separa ciencia estricta de ciencia ficción especulativa).

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Estructuralmente, las historias de Sheffield son bastante simples. Como otros autores antes que él, aborda la dificultad de fabular sobre una mente casi sobrehumana optando por un punto de vista externo. En este caso, el de la capitana Jeanie Roker (una persona instruida, pero lejos del nivel de McAndrew). Lejos, sin embargo, de ser un pasivo doctor Watson, Jeanie reclama su cuota de protagonismo, resultando también en ocasiones el factor capaz de salvar una situación comprometida (bien sea aportando dosis de sentido común, bien explotando sus habilidades como piloto).

En cada una de las historias (crónicas), el conflicto resulta claramente expuesto y su resolución esquiva innecesarias piruetas estilísticas. Aquí lo que importa es la fascinación por lo novedoso, la llamada de los descubrimientos y el atractivo de la ciencia puntera aplicada. Al contrario que autores como Hal Clement o Robert L. Forward, Sheffield no busca tanto establecer un juego con un público especialista como explorar las posibilidades de un desarrollo científicamente riguroso, pero sin renunciar a la aventura, de un modo reminiscente a la Edad de Oro. En ese sentido, leer «Las crónicas de McAndrew» constituyó un anticipo de lo que los años ochenta y su redescubierta fascinación por los avances científicos traerían (e incluso hoy, casi cuarenta años después, aunque parte de lo que cuenta ha entrado a formar parte del acervo conceptual de la ciencia ficción y ya no resulta tan sorprendente, sigue manteniendo todo su atractivo para quienes nos gusta ese tipo de cuento-problema).

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No entraré en mayor detalle sobre las historias (son cinco, las ya mencionadas «Vector de muerte» y «Momento de inercia», junto con «Todos los colores del vacío», «La cacería del Manna» y «El planeta errante»). Tan solo indicaré como curiosidad que, siendo el principal obstáculo los desafíos naturales del universo, el auténtico antagonismo suele recaer en burócratas y/o políticos, retratados invariablemente en los términos más negativos. Ahí también se nota que está hablando la voz de la experiencia.

Tras la publicación de «Las crónicas de McAndrew», Sheffield amplió en varias ocasiones las aventuras de McAndrew y Jeanie Roker, primero con «The hidden matter of McAndrew» (1992) y «The invariants of nature»(1993) (situadas cronológicamente antes que «El planeta errante»), que se recopilaron junto con las anteriores en «One man’s universe» (1993); a continuación con «With McAndrew, out of focus» y «McAndrew and the fifth commandment» (ambas de 1999), que propiciaron la publicación de «The compleat McAndrew» (2000); y por último con el relato «McAndrew and the LAW», publicado póstumamente en 2004. Todos ellos siguen inéditos en español.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en diciembre 20, 2022.

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