Slan

La Edad de Oro arrancó oficiosamente en julio de 1939, con el número de Astounding que publicó el tercer cuento de Isaac Asimov y el primero de A. E. van Vogt. Ambos serían dos de los jóvenes autores acogidos bajo el ala de John W. Campbell que configurarían esa crucial etapa de maduración y consolidación del género, aunque de los dos fue Alfred Elton (van) Vogt la primera gran estrella, sobre todo gracias a la serialización en las páginas de Astounding, entre septiembre y diciembre de 1940, de su primera y más famosa novela, «Slan» (posteriormente aparecería por primera vez en formato de libro en 1946, a través de Arkham House).

«Slan» nos cuenta principalmente la historia de Jommy Cross, un joven slan (superhombre) en un futuro distópico, perseguido tanto por los hombres normales como por otra raza de slans, que considera a los auténticos (distinguibles por sus capacidades telepáticas y unos tentaculillos que les crecen entre el pelo) una amenaza. Los slan (supuestamente el producto de alterar humanos normales mediante un máquina creada por un tal Samuel Lann), no sólo disfrutan de la telepatía, sino que son además más fuertes, inteligentes y longevos que los seres humanos, así que eso explica en parte la animadversión, nacida claramente del sentimiento de inferioridad (aunque también reflejo del antisemitismo que por esas mismas fechas corría rampante por Europa… y América, aunque aún estaba lejos el descubrimiento de hasta qué extremos llegaría bajo el control de los nazis).

Según se nos cuenta, los slans libraron una guerra con los hombres y perdieron, y desde entonces son una comunidad perseguida, hasta el punto que Jommy no es capaz de encontrar compañía de su especie cuando la policía mata a sus padres. Siempre en la clandestinidad, se ve obligado a depender de una vieja abusiva durante sus años de crecimiento, antes de poseer las fuerzas y conocimientos necesarios para reclamar su herencia, en particular el secreto de un arma atómica que su padre había perfeccionado antes de morir (renunciando a utilizarla para salvarse), y para terminar de complicar las cosas los que podrían haber sido sus aliados naturales, los slan sin tentáculos (que irónicamente sí que conforman un gobierno secreto paralelo), lo identifican igualmente como un peligro que debe ser eliminado.

En fin, por el sistema de escritura de A. E. van Vogt, que comentaré más adelante, no tiene mucho sentido seguir los vericuetos de la trama. Baste por ahora con decir que no deja un momento de respiro, mientras saltamos entre las diversas etapas de desarrollo de Jommy y ocasionales vistazos a las tribulaciones de Kathleen Layton, una joven slan presa de Kier Gray, el dictador mundial, en su palacio de Centropolis. La novela empieza con cierta contención, pero pronto suelta lastre y se esfuerza por ir superándose a sí misma a cada página.

Otra razón para no ahondar demasiado en la trama es que, si la analizas, no tiene sentido.

Van Vogt no se preocupaba por detallitos triviales como la coherencia argumental. Todo su talento narrativo estaba volcado en mantener al lector con los ojos tan pegados a lo que estaba leyendo que no tuviera ocasión de distanciarse y cobrar perspectiva. Así, su principal objetivo era que cada tres páginas (800 palabras, para ser exactos) sucediera algo. El qué exactamente no importaba demasiado mientras supusiera un punto de inflexión sorprendente en la historia… No es de extrañar que las historias se le escaparan de las manos y desembocaran en los lugares más peregrinos.

Hay dos formas de tomarse esta metodología. Por un lado, está el modo en que se recibieron en su época, con gran interés e incluso me atrevería a decir que entusiasmo desbordante, apreciando sobre todo sus cualidades como entretenimiento puro. Por otro, tenemos el juicio del primer gran crítico de la ciencia ficción, Damon Knight, que se mostró extraordinariamente despectivo con la calidad literaria de van Vogt y la consistencia lógica de sus novelas. Esta opinión, procedente de una voz tan autorizada (Knight fue fundador y primer presidente de la SFWA), supuso un tremendo lastre para la reputación del autor, que además no supo o no quiso adaptarse a la evolución del género (se pasó toda la década de los cincuenta entregado a la causa dianética de Hubbard, y cuando regresó en los sesenta fue principalmente para reorganizar toda su producción previa a modo de fix-ups más o menos bien hilvanados, produciendo material realmente nuevo a partir de 1970, en novelas que cosecharon poco éxito.

Sin embargo, hay algo en sus grandes títulos de la Edad de Oro que, inconsistencias y todo, ha superado el paso del tiempo, tal vez porque conecta a un nivel más primario que la lógica con los lectores. En «Slan», además, podemos apreciar ya plenamente desarrollados temas que serían básicos veinte años después para la creación de los mutantes de Marvel (que bebían también de libros como «La isla del dragón«, de Jack Williamson), tales como la fobia de la sociedad contra el diferente o las sociedades secretas de mutantes, aparecidos espontáneamente, que trabajan a favor y en contra de la humanidad (la gran diferencia, por supuesto, es que en 1940 la genética estaba mucho menos desarrollada, hasta el punto de que el «gen» era un concepto más teórico que concreto y, por no saberse, ni siquiera se sabía todavía que le información genética estaba almacenada en el ADN).

Como sublectura adicional, los lectores contemporáneos encontraron en «Slan» material para alimentar (o satirizar) una suerte de proto orgullo friqui. Así, pronto se puso de moda en determinados círculos la frase «los fans son slans», para denotar la supuesta superioridad de los lectores de ciencia ficción con respecto a quienes los despreciaban (en ocasiones con muy poca o ninguna base intelectual) por disfrutar de un género críticamente denostado.

Para concluir, una de las características más frustrantes de la novela es su final truncado, donde de repente, fiel a su estilo, van Vogt lo cambia todo, recurre alegremente al Deus ex machina y se deja abiertos casi todos los hilos abiertos (en particular, todo lo referente a los planes de los slan sin tentáculos). Era un final que pedía a gritos una continuación, pero curiosamente esta no llegó hasta el año 2007, siete después de la muerte de A. E. van Vogt, cuando Kevin J. Anderson recibió el encargo oficial de completar un pequeño borrador que se transformó en «Slan hunter».

El año 2016 se llevó a cabo la votación de los retroHugos de 1941, resultando vencedora «Slan», por delante de «Hombres de la lente gris» (la segunda novela, por orden de publicación, de la serie de los hombres de la lente de E. E. Doc Smith), «El caballero mal hecho» (la tercera parte del ciclo artúrico de T. H. White), la distópica «Kallocaína» de Karin Boye y una novela de relleno de Jack Williamson («Reing of wizardry»), por eso de completar el quinteto de finalistas.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en julio 17, 2018.

3 respuestas to “Slan”

  1. Yo tengo muy mal recuerdo de cuando la leí hace años. Me costó encontrarla en «librerías de viejo» y después de tanto leer de ella, tanto ponerla en un pedestal como novela seminal del género … FUE UNA COMPLETA DECEPCIÓN!!!

    • Es que el que fuera un hito hace setenta y ocho años no quiere decir necesariamente que siga manteniendo su interés (más allá del histórico). Las innovaciones que introdujo están muy superadas y sus deficiencias pesan demasiado. De los tres grandes autores del principio de la Edad de Oro: Asimov, Heinlein y van Vogt, este último era el más limitado y no supo adaptarse a las exigencias posteriores (hasta el punto que su puesto en el triunvirato de la época acabó ocupándolo Clarke).

  2. […] tal ha envejecido, por lo que reconozco mi curiosidad por la hace tiempo anunciada reedición de Slan a cargo de […]

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