The goblin emperor

Tras publicar diversos relatos de fantasía y terror, Sarah Monette dio inicio a su carrera literaria en 2005 con «Mélusine», la primera novela de la serie de fantasía urbana (subtipo mundo fantástico) The Doctrine of Labyrinths. Al concluir los cuatro libros que la componen, y en colaboración con Elizabeth Bear, publicó la trilogía de Isrkyne, antes de presentar bajo el seudónimo de Katherine Addison la novela que la ha catapulado al primer plano del panorama fantástico actual, «The goblin emperor» (2014), ganadora del premio Locus y finalista de los premios Hugo, Nebula y World Fantasy.

«The goblin emperor» es la historia de Maia, el hijo repudiado del emperador de los elfos con su cuarta esposa, una goblin para más señas (la única diferencia entre ambas razas parece radicar en el tono más oscuro de la piel y el pelo de los goblins). Maia vive exiliado en un destartalado castillo periférico, bajo la tutela tiránica de un primo, igualmente castigado por pasadas indiscrecciones, cuando de repente, a sus dieciocho años recién cumplidos, llega un mensajero de la Corte Aceileneisa (Untheileneise) con la noticia de que tanto su padre como sus tres medio hermanos mayores (a los que no conoce) han perecido en un accidente de dirigible, convirtiéndolo de facto en el nuevo emperador de los elfos.

Su única esperanza de supervivencia radica en la osadía y la premura, así que parte de inmediato hacia el palacio imperial, carente por completo de preparación o conocimientos sobre el funcionamiento de la corte, muy consciente de tal situación y, por añadidura, con profundas cicatrices emocionales fruto de la temprana muerte de su madre, unida al desprecio de su padre y a los años de maltrato físico y psicológico al que lo ha tenido sometido su primo Setheris.

De todo esto nos enteramos en los primeros episodios, y tras un breve viaje en dirigible, el resto de la novela queda circunscrita a los límites (bastante generosos del palacio y capital imperial). Maia asume la típica función narrativa de la mirada ajena hacia una sociedad, con la peculiaridad de que, al contrario de lo que suele ser la norma, su posición en la misma es preeminente, como figura principal de la compleja estructura política imperial, representada por una corte de características renacentistas, con poderosos ministros que forman parte de un parlamento de lores, en cuyas manos se encuentra el gobierno efectivo de la Tierra de los Elfos.

Tanto la juventud, como la inexperiencia, como su condición de mestizo, complican la vida de Maia como emperador Edrehasivar VII (rompiendo con la tradición de la dinastía a la que formalmente pertenece, cuyo nombre regio ha sido Varenechibel, llegando en su padre, al que sólo vio una vez con motivo del entierro de su madre, al IV). Rodeado de un par de consejeros fieles, y siempre a la sombra de dos guardaespaldas, se encuentra inmerso en la paradójica posición de ostentar un poder casi absoluto y no saber cómo ejercerlo, porque lo cierto es que Maia es un buen chico, con una personalidad muy diferente de la autoritaria de su finado padre, y las infinitas responsabilidades de su nueva posición (en el gobierno, la gestión de su casa e incluso por lo que se refiere a sus deberes dinásticos) lo abruman.

La novela se extiende por el primer año del reinado de Edrehasivar VII (es decir, Maia), y pese a la existencia de un par de complots (incluyendo el que le costó la vida a su padre y sus hermanos), la autora prefiere centrarse en los esfuerzos de su joven protagonista por estar a la altura de su cometido, superar sus inseguridades y tratar de afianzar una personalidad y un estilo de gobierno propios (lo cual se refleja sobre todo en su apoyo al gremio de relojeros para la construcción de un gran puente levadizo (a vapor) sobre el río Istandaärtha (innovación que no es vista con agrado por todo el mundo).

Es el enfoque adecuado.  Desde una perspectiva política, la trama resulta ingenua en grado sumo, y en realidad no llega a ocurrir nada tremendamente significativo. La historia no salta de clímax en clímax, sino que se desliza, sustentada a medias por el exotismo (con la inmersión en una cultura compleja y barroca, cuajada de títulos rimbombantes que la autora maneja con soltura) y a medias por la simpatía que suscita Maia (quien transita en equilibrio por una fina línea entre la ingenuidad y el papanatismo, sostenido con firmeza por un sentido moral y una responsabilidad innatos).

Como aderezo, la historia aborda además otros temas, empezando por el conflicto racial subyacente al desprecio hacia la herencia goblin del protagonista (aquí, tal vez, hubiera sido de agredecer algo más de profundidad, pues todo parece limitarse a una cuestión pigmentaria) y siguiendo por ciertas lecturas revolucionarias contra el inmovilismo social, algunas de ellas auspiciadas por el propio Maia en el ejercicio de sus prerrogativas imperiales y otras originadas en los avances tecnológicos (el puente mecánico y los dirigibles, que han llevado a algunos críticos a asociar la novela con el steampunk, aunque aparte de la cuestión estética, no acabo de verlo, pues estamos ante una sociedad más isabelina que victoriana).

«The goblin emperor» es, ante todo, una novela agradable de leer. Como su propio protagonista, está empeñada en romper moldes, pero no por la fuerza, sino a través de una reposada insistencia. La misma ambientación constituye en sí misma una novedad (relativa), como lo es su alergia frente al efectismo barato. No tanto su querencia por el escenario estático (algo que cada vez es más habitual), aunque sí su renuncia clara a transitar por el camino del héroe (y sin hacer alarde de ello, como sí ocurre con la obra de Brandon Sanderson o Joe Abercrombie). Maia no es un héroe, es un buen chico al que le ha caído encima una tarea abrumadora, que intenta cumplir como mejor sabe, consciente de sus limitaciones.

O, visto así, sí que es un héroe, pero de otro tipo. El tipo que tal vez nos hace más falta hoy en día.

La novela que le arrebató el Hugo fue «El problema de los tres cuerpos«, de Cixin Liu, mientras que el Locus de ciencia ficción fue para «Ancillary  sword», de Ann Leckie. Los otros dos finalistas entraron en el quinteto de la comprometida mano de los Sad Puppies, así que no voy ni a nombrarlos. El Nebula fue para «Aniquilación«, de Jeff Vandermeer (con la presencia de Liu y Leckie, además de Jack McDevitt y Charles E. Gannon), mientras que el World Fantasy recayó en David Mitchell y «Los relojes de hueso». Aún no he leído el de Mitchell, pero por lo que respecta a Hugo y Nebula, prefiero de largo el debut (pseudonimístico) de Katherine Addison antes que los respectivos ganadores.

Otras opiniones:

~ por Sergio en septiembre 4, 2017.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.