Bruja mala nunca muere

En los últimos años ha cobrado auge un tipo particular de fantasía urbana, cercana al romance paranormal y orientada hacia un segmento poblacional muy específico. La precursora fue Laurell K. Hamilton, con su serie de Anita Blake (desde 1994), y también suele mencionarse como importante referente a Kim Harrison, quien en 2004 dio inicio a su serie de los Hollows (o de Rachel Morgan) con “Bruja mala nunca muere” (“Dead witch walking”).

En este tipo de ficciones existe una fórmula bien establecida que apenas se ve modificada en pequeños detalles. La protagonista (y a la vez narradora en primera persona) es una mujer joven con una habilidad especial unida a unas aparentes flaquezas para “humanizarla”, que se ve involucrada en diferentes peripecias relacionadas con un mundo mágico que puede estar oculto o revelado y que se nutre de figuras clásicas del terror (vampiros, hombres lobo, brujos), actualizadas y modernizadas para hacerlas encajar en un contexto contemporáneo. Suele haber un antagonista por libro y una supertrama que abarca varios tomos y a través de la cual se nos van revelando detalles del mundo. A todo ello se añade el típico elenco de secundarios, desde colaboradores a rivales, sin olvidar a los sucesivos intereses románticos (que bien pueden encajar en cualquiera de las dos categorías anteriores). Por supuesto, la protagonista va descubriendo nuevas habilidades o adquiriendo nuevos poderes.

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Curiosamente, las series suelen empezar más centradas en el elemento fantástico, y a medida que avanzan la vertiente romántica va cobrando cada vez mayor protagonismo. Ello quizás se deba a que en el fondo su grado de innovación en la vertiente fantástica es mínimo, recayendo su atractivo en la identificación de los lectores (lectoras mayoritariamente) con la protagonista (y en no poco grado influye en ello la posibilidad que ofrece el escenario fantástico de romper los rígidos códigos morales de la sociedad norteamericana más conservadora).

La serie de Kim Harrison (seudónimo de Dawn Cook) tiene lugar en una realidad alternativa, en la que los esfuerzos de la Carrera Espacial se dirigieron hacia la bioingeniería. Ello condujo en los años 60 a la liberación de un virus modificado genéticamente que diezmo a la población mundial… a la población humana mundial. Por milenios, los seres humanos habían compartido su mundo con los inframundanos, razas mágicas que incluyen a los brujos, los vampiros, los hombres lobo, las hadas, los pixies y un puñado de otras especies menos abundantes, y el desastre ofreció la oportunidad de que estos seres, que siempre habían constituido una minoría, se revelaran.

Cuarenta años después la situación ha encontrado cierto equilibrio, con los inframundanos aceptados un poco a regañadientes por los humanos normales, que se han trasladado a vivir al centro de las ciudades dejando los suburbios para las razas mágicas. En la ciudad de Cincinnati esos barrios se conocen como los Hollows, y allí vive Rachel Morgan, bruja y cazarrecompensas para la SI, la agencia de seguridad que se encarga del control de los Inframundanos (en competencia con la AFI, que es su equivalente para con los humanos normales).

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Harta del trato que está recibiendo de su jefe, Rachel renuncia a su puesto para montar su propio negocio de seguridad privado junto con una compañera, la vampiresa-viva Ivy Tamwood, y un pixie, Jenks (respectivamente, el personaje que sirve de contraste con su meticulosidad a la impulsividad de la bruja y aporta cierto grado de amenaza que nunca llega a concretarse y ciertas dosis de sexualidad igualmente contenida; y el chico-para-todo/secundario cómico, un hombrecito de diez centímetros, con alas de libélula y experto en contramedidas mágicas y electrónicas). Todo ello no sienta demasiado bien a sus antiguos jefes, que ponen precio a su cabeza (algo que, aparentemente, no vulnera ninguna ley), dejándola con la única opción de pagar su libertad ofreciendo la captura del concejal Trenton Kalamack, un empresario ricachón que es también el principal sospechoso de organizar el ilegal comercio de azufre de la ciudad (y cosas peores, como acaba descubriendo Rachel).

Como suele ser habitual en este tipo de historias, la autora intenta disimular los agujeros (gigantescos) de trama y ambientación a base de un ritmo frenético. En vez de valiente y lanzada, Rachel se antoja más bien tonta de remate, y no para de darse de bruces una y otra vez con complicaciones que ella misma se busca, mientras el mundo conspira en su contra en un intento desesperado de la autora por forzar la identificación con su protagonista (que posee más de un rasgo de Mary Sue).

El escenario, verdaderamente interesante y con potencial (se complementa con el plano mágico de Siempre Jamás, de donde las brujas obtienen sus poderes y que, con el correr de la serie, se revela como un antiguo campo de batalla entre elfos y demonios y lugar de origen de los ultramundanos), se deshilacha por falta de coherencia. Nada de menciona de la organización política. En cuanto a la estructura legal de la sociedad, parece consistir en una serie de normas arbitrarias cuyo único propósito de ser es poner obstáculos a nuestra bruja protagonista.

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A la postre, “Bruja mala nunca muere” se convierte en una ficción intercambiable con decenas de series similares (por ejemplo, la de Cassie Palmer, de Karen Chance). Fantasía urbana de consumo rápido, adaptada (es más, diseñada) al gusto femenino (aunque aún lejos de centrar su atención en su vertiente romántica), que se lee con tanta facilidad como se olvida.

A día de hoy la serie cuenta con otras doce novelas (cuyos títulos parodian los de películas de Clint Eastwood) y una serie de novelas cortas, cuentos e incluso novelas gráficas que profundizan en la trama, sirven de precuelas o expanden la historia de los personajes secundarios.

Otras opiniones:

~ por Sergio en agosto 14, 2016.

2 respuestas to “Bruja mala nunca muere”

  1. Gracias por la reseña a un libro que nunca leeré. Una consulta, ¿viste strangers things?

    • No es malo del todo. Simplemente, parece una novela de Ikea. Respecto a «Stranger things», no, aún no he visto ni un capítulo de la serie más polarizante del momento (aún estoy poniéndome al día con varias de la temporada de primavera).

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