Edison’s conquest of Mars

En 1897 se publicó simultáneamente en Reino Unido (Pearson’s Magazine) y Estados Unidos (Cosmopolitan) «La guerra de los mundos» de H. G. Wells. Por aquel entonces las leyes de protección de los derechos de autor no eran para nada estrictas, así que ni cortos no perezosos los editores del Boston Evening Post se lanzaron en enero de 1898 a publicar su propia reescritura de la historia: «Fighters from Mars: The war of the worlds at an near Boston», atribuida a un tal H. C. Wells, que trasladaba la acción del lejano Londres a las conocidas (para sus lectores) calles de Boston.

Debió de ser una iniciativa exitosa, porque para cuando la serialización estaba por concluir se les ocurrió llevarla un paso más allá, encargando la escritura de una secuela de su versión (en la que ya, por supuesto, todo rastro de oficialidad se había perdido para siempre). El encargado de llevar adelante el proyecto fue Garrett Putnam Serviss, astrónomo aficionado a quien hoy definiríamos como divulgador científico, gracias a sus populares artículos en diversos períodicos y a las charlas sobre astronomía que impartía por todo Estados Unidos.

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El tema de la secuela, por supuesto, tenía que ser el contraataque humano, y la Tierra precisaba de un campeón a la altura de las circunstancias. Gracias a sus contactos, Serviss obtuvo a este respecto el dubitativo permiso del científico más famoso del país, Thomas Alva Edison (dividido entre un ego adulado y la molesta idea de que el público pudiera atribuirle inventos que luego no podría replicar en la realidad). Así, «Edison’s conquest of Mars» se convirtió en la edisonada definitiva (y una de las pocas en las que el inventor es adulto).

El resultado, mediatizado también por la forma de publicación, como pequeños fragmentos en una serialización diaria (acompañada de ilustraciones), con un lenguaje entre periodístico y telegráfico, no es ni mucho menos buena literatura. Tampoco supuso un hito referencial en la joven historia de la ciencia ficción estadounidense (aunque se sabe que, cuando menos, ejerció una poderosa influencia en un joven Robert Goddard, más o menos por la época en que cristalizó la vocación que lo convertiría en el padre de la astronáutica americana), pues tras su edición original tuvo que pasar medio siglo hasta ser redescubierta. Sin embargo, ejemplifica a la perfección lo que diferenció a la ciencia ficción temprana a ambos lados del Atlántico, e incluso insinúa los porqués, por no hablar de que se trata posiblemente de una de las primeras muestras tanto de space opera como de ciencia ficción dura.

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El planteaminto es simple. Tras ser diezmados por el virus, los marcianos (que en la historia de Serviss no poseen tentáculos, sino que se limitan a ser gigantes cabezones y feos) escapan de la Tierra (iniciando con ello la costumbre de destruir Nueva York, ya que se impulsan hacia su planeta con una superexplosión), dejando atrás un mundo en ruinas. De entre ellas, surge el genio científico de Edison para aplicar ingeniería inversa a los restos abandonados por los alienígenas, consiguiendo no sólo replicar su tecnología, sino incluso superarla.

Pronto se convoca una conferencia internacional en Whasington, a la que acuden dignatarios de todas las potencias (y no tan potencias) para asistir a la demostración de la aeronave eléctrica de Edison (que utiliza una forma de magnetismo para contrarrestar la fuerza de gravedad) y de sus pistolas desintegradoras (que inducen en la materia mediante vibraciones una resonancia mecánica que las destruye; haciendo referencia al colapso de los puentes de Angers en 1850 y Broughton en 1831 cuando los cruzaban soldados marcando el paso). Entre todas las naciones se acuerda una gran suma como fondos de guerra, que permite a Edison construir cien naves del nuevo modelo y equipar con desintegradores a dos mil voluntarios, con los que llevar el conflicto al mismísmo planeta de la guerra.

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La expedición cuenta además con lo más granado de la ciencia planetaria: geólogos, lingüistas, astrónomos… hasta el mismísimo y venerable lord Kelvin (que contaba por entonces con setenta y cuatro años), por lo que constituye tanto una expedición de conquista como una empresa científica (al estilo de los viajes de la ilustración). Serviss hace gala de sus conocimientos astronómicos y procura ser riguroso con la ciencia, que utiliza como fuente de asombro (por ejemplo, jugando con la microgravedad en planetoides).

«Edison’s conquest of Mars» no sólo es la primera obra que menciona (y además por su nombre) las pistolas desintegradoras, sino que también anticipa los trajes de astronauta (que denomina «air-tight suits»), a los que dota de cables telefónicos para permitir la comunicación en el vacío e incluso de mochilas electromagnéticas para permitir paseos extravehiculares. También presta atención a la no difusión de la luz en el vacío, al frío absoluto del espacio (aunque deduce erróneamente que necesita calentar al ocupante del traje) y, en definitiva, a todos esos detalles que hoy en día nos son relativamente familiares pero que no eran en modo alguno evidentes cinco años antes de que los hermanos Wright lograran los treinta y siete metros de su primer vuelo propulsado).

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Del periplo interplanetario, destacaría la visita a la Luna (con el hallazgo de intrigantes restos arqueológicos), un encuentro casi fatal con un cometa y la batalla por el control de un asteroide de cinco millas de diámetro y de oro casi macizo. Las aventuras en Marte resultan por comparanción bastante menos interesantes.

Mientras Serviss se ciñe a transmitir su entusiasmo por la ciencia en general y la astronomía en particular, su ficción resulta contagiosamente vivaz (sin importar que en algunos aspectos haya quedado ampliamente superada). Por contra, cuando se ve en la obligación de narrar las hazañas bélicas de la expedición, naufraga por completo en su empeño de transmitir cualquier atisbo de emoción, al imitar posiblemente (de un modo poco eficaz) la literatura de la época en torno a las guerras con los indios (que a efectos prácticos habían concluido para entonces, aunque los veteranos de los últimos grandes conflictos seguían en el servicio activo).

El Marte de Serviss, como el de Wells (y posteriormente el de Burroughs), se inspira en las observaciones de la gran oposición planetaria de 1877 (la primera oportunidad que hubo de estudiar Marte en las mejores condiciones posibles, desde el perfeccionamiento del telescopio). Primero en la obra de Giovanni Schiaparelli, popularizada en los EE.UU. gracias a las observaciones de Percival Lowell. Es, por tanto, un mundo con casquetes polares, deshielos catastróficos y grandes obras de ingeniería hidrológica, lo que a la postre constituye el talón de Aquiles de los marcianos (por el camino, le da tiempo además a especular sobre el origen ario, es decir, indoeuropeo, de la humanidad, la influencia de la frenología en el carácter marciano y a ser el primero que especuló sobre el origen extraterrestre de las pirámides).

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Más que por sí misma, «Edison’s conquest of Mars» es singular por cómo ejemplifica la forma de abordar la ciencia ficción que sería característica de los escritores estadounidenses. EE.UU. era por entonces una superpotencia en ciernes, que miraba hacia el futuro con un optimismo y una confianza irrebatibles. Por contra, la ciencia ficción británica nacía en un imperio colonial en declive, con una generalizada sensación de pesimismo vital (identificado como el espíritu de fin de siècle) y las raíces de las Grandes Guerras germinando en tierra fértil. «La guerra de los mundos» era la crónica de una derrota, de la impotencia salvada in extremis por el azar. «Edison’s conquest of Mars» da la vuelta a la tortilla y escenifica, casi literalmente en el episodio de la gran conferencia internacional, el traspaso del testigo a la relativamente joven nación.

No es la primera obra de ficción que especula con la extensión de la influencia estadounidense hacia las estrellas (una proyección lógica de la doctrina del destino manifiesto, muy en boga por entonces. Por ejemplo, unos años antes, en 1894, destacaría la novela «A journey in other worlds», de John Jacob Astor IV. Se trata, sin embargo, de un buen anticipo de lo que serían las líneas maestras de la ciencia ficción americana durante al menos toda la era del pulp y bien entrada la Edad de Oro: sentido de la maravilla de origen científico-tecnológico e sustrato ideológico neoimperialista (o, en otras palabras, optimismo desbordante).

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Tras la (exitosa) serialización, la historia cayó en el olvido durante décadas (aunque, sin ir más lejos, hay curiosos paralelismos nada menos que con «Los primeros hombres en la Luna«, una obra muy superior tanto desde una perspectiva literaria como filosófica), hasta que en 1947 un grupo de aficionados recuperaron el texto (de los ejemplares del periódico guardados en la Biblioteca del Congreso) y lanzaron una edición amateur (con unas sobrecubiertas espantosas que se han convertido en ansiado material de coleccionismo) condenada al fracaso (de hecho, se llevó por delante al joven sello, Carcosa House, que no llegó a sacar un segundo título).

En 1969, Forrest J. Ackerman fracasó de nuevo al intentar popularizar la obra en una versión recortada que tituló «Invasion of Mars», y no fue hasta 2006 (con alguna que otra edición intermedia, tanto en las versiones íntegra como recortada) que se publicó una versión íntegra, con las ilustraciones originales, permitiendo la difusión de esta singular obra.

En cuanto a Garrett P. Serviss, tras la serialización de «Edison’s conquest of Mars» publicó siete libros de divulgación astronómica (que se sumaron al que había firmado con anterioridad) y otras cuatro novelas de ciencia ficción, serializadas en distintas revistas entre 1909 y 1915.

«Edison’s conquest of Mars» se encuentra en dominio público, y puede descargarse en diversos formatos (con y sin imágenes) a través del Proyecto Gutenberg.

~ por Sergio en julio 9, 2015.

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