Juan Raro

Tras examinar en sus dos primeras novelas el futuro del hombre (a través de dieciocho humanidades sucesivas), Olaf Stapledon abordó en su tercera, «Juan Raro» («Odd John», 1935) la superación del hombre por una raza superior, claramente inspirada en el concepto del übermensch, expuesto por Friedrich Nietzsche en diversas obras, con especial énfasis en «Así habló Zaratustra» (1883-85).

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La vida de Juan nos es contada por un periodista, amigo de la familia, al que adopta desde su más tierna infancia, como una mezcla de confidente, testaferro y mascota. Su biografía se inicia tras una gestación prolongada (once meses), que produce un bebé de aspecto enfermizo, pero que pronto empieza a dar muestras de una inteligencia tan desarrollada como extraña.

Consciente desde el mismo momento de la gestación de su singularidad, el desarrollo de Juan, que pronto recibe el apodo de Raro, es una incesante búsqueda de una identidad propia, separada del Homo sapiens, que no es sino un paso intermedio entre las bestias y la auténtica humanidad. Ello implica, por ejemplo, una moral nueva, unos objetivos propios y una espiritualidad más refinada, fuera del alcance de los meros hombres.

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En esta evolución, salpicada de aciertos y errores, transcurre en torno a la mitad de la novela, estando dedicada la otra mitad a exponer los esfuerzos de Juan en buscar a otros super hombres (Homo superior) y fundar una sociedad utópica en una isla del Pacífico, donde consagrarse al desarrollo espiritual. Esta empresa, como sabemos desde el principio, está condenada al fracaso, pues las grandes potencias no pueden permitir la existencia de lo incomprensible. Tras la muerte de Juan y sus seguidores, todo cuanto queda es la biografía que constituye «Juan Raro», como explicación para el mundo de los hombres y, quizás, como guía para futuros sobrehumanos.

Como toda la obra de Stapledon, «Juan Raro» es tanto una novela como un tratado filosófico (con cierta inclinación hacia este último aspecto). Aunque proclamó en alguna ocasión su disgusto hacia el nihilismo nietzschiano (ideológicamente, era socialista), es muy posible que encontrara en el concepto del übermensch cierto consuelo para las evidentes carencias espirituales de una humanidad que, tras los horrores de la Primera Guerra Mundial, parecía (y lo estaba) abocada a reincidir en los mismos errores, enarbolando la bandera de los nacionalismos.

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Juan no es un personaje simpático. Más bien al contrario, nos lo pinta como inquietante, ajeno a nuestros conceptos del bien y del mal, repulsivo incluso, aunque se preocupa por marcar en todo momento el matiz de su superioridad y nuestra incapacidad para comprender sus verdaderos motivos (siendo pues la novela una de las primeras muestras de literatura transhumanista, e incluso singularista). A su través, Stapledon critíca las ideologías de su tiempo, tanto el capitalismo como la deriva del comunismo, al igual que la psiquiatría y, por supuesto, la religión organizada (aunque reserva una pizca de verdad en la experiencia religiosa, en la que se centraría en mayor detalle con su siguiente novela, «Hacedor de Estrellas«).

En su conjunto, la novela transpira angustia por el fallo fundamental de la especie humana: su naturaleza híbrida, a medio camino entre lo bestial y lo sublime. Aspira a algo superior, aunque ese algo resulte tan extraño y turbador como Juan Raro y sus pares.

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La inspiración directa de la obra cabe encontrarla en una novela de J. D. Beresford, otro de los autores que desarrollaron su carrera bajo la influencia de H. G. Wells, «The Hamdenshire wonder» (1911), sobre un niño superdotado (y ligeramente deforme). A ello se le une un intento por aplicar escrupulosamente la ciencia biológica, para hacer de la emergencia del superhombre un estadio evolutivo natural. Así, por ejemplo, las características de Juan sugieren neotenia, siguiendo posiblemente la guía del gran biólogo J. B. S. Haldane.

Respecto a la espiritualidad de la obra, dentro del agnosticismo de Stapledon (más bien deísmo, como se desprende de «Hacedor de Estellas»), podría apuntarse a las características mesíanicas de Juan, como impulsor de una nueva experiencia espiritual (por no hablar del modo en que reúne a un grupo de seguidores, o su particular peregrinaje por el desierto). Su destino, sin embargo, así como su propio nombre, sugieren que su papel, más que de Mesías, es el de aquel que va por delante de él, el Juan Bautista particular de la nueva revolución.

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En su conjunto, «Juan Raro» es una lectura interesante, aunque quizás no del todo redonda. Por un lado está la aridez del estilo, casi periodístico, un monólogo que alterna descripciones con diálogos citados a posteriori (toda la obra, supuestamente, se escribió con posterioridad a los hechos narrados), a lo que no ayuda cierta autocensura, para acomodar la historia a la moral de la época (al fin y al cabo, la intención del autor era llegar al máximo número posible de lectores, y ello le obliga a sugerir con mucho tiento algunas de sus ideas más transgresoras). Después, por supuesto, tenemos la antipatía instintiva que despierta en nosotros (y muy posiblemente en el propio autor) Juan Raro  (se podría argumentar que, de no existir, la obra seria fallida, pero ello no le resta incomodidad).

Tal vez el hombre no pueda tratar con ecuanimidad del sobre hombre, así que no es de extrañar que muchos de los temas de «Juan Raro» encontraran un vehículo de expresión mucho más adecuado (y equilibrado) en la novela de 1944 «Sirio«, sustituido el super hombre por un super perro.

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Años después, en una situación similar (bajo la amenaza de la Guerra Fría, pocos años depués de los horrores de la Segunda Guerra Mundial), nuevos autores retomarían las ideas de «Juan Raro», adaptándolas a su época, confiando en la emergencia de un Homo superior que transcendiera el error fundamental del ser humano. Así, en 1953, tenemos «El fin de la infancia» de Arthur C. Clarke (bajo la influencia reconocida de Stapledon) y «Más que humano» de Theodore Sturgeon.

Otras opiniones:

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~ por Sergio en diciembre 27, 2014.

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