Pensad en Flebas

Aun existiendo un importante y continuo intercambio, siempre han sido apreciables ciertas diferencias en la forma de abordar la ciencia ficción en EE.UU. y Gran Bretaña. A ello no podía escapar el regreso de la space opera al primer plano del género en los años ochenta.

Alimentándose de una tradición fundamentalmente americana (con sus raíces bien hundidas en la época pulp), es lógico que cogiera primero tracción a aquel lado del charco, con la aparición de nuevos valores como David Brin (la Elevación de los Pupilos) o Gregory Benford (la saga del Centro Galáctico) y el retorno de viejos maestros como Asimov (continuación de las series de Fundación y los robots). Pronto, sin embargo, encontraría eco en las Islas Británicas, siendo el abanderado de una nueva generación de autores (que despuntarían sobre todo en los 90) el escocés Iain Banks (que firma sus novelas de ciencia ficción como Iain M. Banks).

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Banks se hizo un nombre en la escena literaria británica en 1984, con la publicación de «La fábrica de avispas», a la que siguieron otras dos novelas más o menos mainstream (más bien menos con «El puente«, de 1986). Con su reputación sólidamente asentada, logró convencer a los editores para publicar también las novelas de ciencia ficción en las que había estado trabajando en paralelo esos años (aceptaron hacer la prueba, aunque manteniendo separadas en lo posible ambas facetas al añadir la sigla «M.», correspondiente a «Menzies», su segundo nombre oficioso pues por un error de su padre no figuró en el registro de nacimiento). El caso es que, con la experiencia adquirida, se dispuso a reescribir aquellas historias, siendo el primer producto de tal empeño «Pensad en Flebas» («Consider Phlebas», 1987).

Esta primera novela de ciencia ficción de Banks resultó sin duda sorprendente a varios niveles. Por un lado, llama la atención lo extremadamente de género que es para un autor que se dio a conocer en otros ámbitos (con el correr de los años demostraría que era una faceta bien arraigada que no había tenido ocasión de expresar hasta entonces). Por otro, destaca el aparente rupturismo con la tradición británica (que, cuando no decididamente satírica, se encontraba muy apegada a la seriedad heredada del romance científico, con cierto desprecio por la simple aventura).

Con el transcurrir de los años, sin embargo, «Pensad en Flebas» se reveló como la vanguardia de una forma particular de entender la space opera, cultivada por autores como Ken MacLeod, Alastair Reynolds, Charles Stross o Peter Hamilton, que entremezcla con la aventura pinceladas de hard mezclado con humor, transhumanismo y, como principal elemento diferenciador, cierta especulación de carácter social. Por lo demás, es una obra paradigmática de la nueva concepción de la space opera, que toma por bandera la desmesura para rizar el rizo y alcanzar el más difícil todavía.

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En el transcurso de la guerra entre el imperio Idirano y la Cultura (la gran sociedad utópica post-escasez que caracteriza buena parte de la obra de Banks), una mente (inteligencia artificial) recién nacida acaba naufragando en Schar, un planeta de los muertos (su población original se autodestruyó en una guerra biológica) mantenido en cuarentena por una entidad cuasi divina en sus atributos. Por parte de los idiranos el principal agente encargado de la captura de la mente es Horza, un cambiante (capaz de alterar sus características físicas para copiar a cualquier humano) dispuesto a todo por conseguir el fracaso de la Cultura. Del otro bando la responsabilidad recae en Balveda, agente de la división de Circunstancias Especiales (el organismo que desarrolla la política de intervencionismo de la Cultura en otras civilizaciones).

Con el foco de atención centrado en Horza, asistimos a su empeño por cumplir la misión con una determinación casi fanática. Lejos del fanatismo religioso de sus patronos, sin embargo, su animadversión hacia la Cultura tiene fundamentos filosóficos… y raíces profundas que inconscientemente se aferran a la crisis de identidad que padece como cambiante. Así, desde la perspectiva del enemigo, se nos presenta por primera vez la polifacética civilización que ocupa buena parte de la producción de ciencia ficción de Banks (nueve de doce novelas, por el momento), que aun con un tratamiento tangencial constituye el elemento más destacable de la novela.

La Cultura es una amalgama de civilizaciones, en su mayoría humanas aunque no es éste un requisito necesario, e inteligencias artificiales (con el pináculo representado por las «mentes», que constituyen el auténtico núcleo central de la anárquica estructura social). Con acceso a recursos prácticamente infinitos, los ciudadanos de la Cultura se entregan básicamente al ocio y a la búsqueda de la felicidad personal. No hay leyes, ni dinero, y lo más importante, no son necesarios (incluso el concepto de posesión personal carece de sentido, salvo desde una perspectiva sentimental). Otra de las características distintivas es la completa integración de cualquier raza orgánica y cualquier inteligencia artificial, con igualdad de derechos.

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Embarcada en una política de asimilación pacífica (que huele un poco a intervencionismo colonialista «por el bien de los nativos», aunque la motivación sea puramente filosófica, sin sombra alguna de interés económico), su choque con la guerra santa idirana es inevitable, y permite que Banks se regodee en la comparación entre ambos sistemas (con Horza en el papel de abogado del diablo, defendiendo una cultura que desprecia frente a una Cultura con la que en realidad comparte muchos puntos de vista).

Desde un punto de vista narrativo, se percibe la relativa bisoñez de Banks, al articularse la novela como una serie de episodios inconexos, con cierta tendencia a lastrar el ritmo con un exceso de meticulosidad en la descripción de acciones (lo cual no evita que, de tanto en tanto, resulten confusas). Lo que no se le puede negar es la capacidad para imaginar grandes escenarios, como el Orbital Vavatch (un anillo artificial masivo, constituido por océanos por donde evolucionan megabarcos de kilómetros de longitud, que está a punto de ser destruido por la Cultura en una exhibición de fuerza y es, por tanto, el escenario ideal para una partida de Daño, el juego de cartas más depravado de la galaxia), el interior de Los Fines de Inventiva (una supernave espacial, cuyas dimensiones se miden en kilómetros, de cuyo interior debe escapar la Turbulencia en Cielo Despejado, la nave de Horza) o el propio mundo de Schar, con un sistema titánico (¿A que empieza a apreciarse una característica común?) de túneles ferroviarios (para megatrenes, cómo no).

Lo cierto es que las escalas exageradas proporcionan cierto grado de asombro, aunque es una sensación que va erosionándose con rapidez, a medida que las distintas situaciones en que se ve involucrado Horza se solucionan principalmente a base de tortas y tiros, con alguna carrera desesperada por delante del frente de destrucción de tanto en tanto. En cuanto a la Cultura, queda demasiado arrrinconada como tema para constituir más que la promesa de una especulación de cierta profundidad (supongo que se desarrolla, posiblemente de forma algo caótica, en el resto de novelas independientes que constituyen el ciclo).

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Así pues, «Pensad en Flebas» resulta un poco víctima de sus propios excesos, sin terminar de ofrecer suficientes alicientes para estimular la lectura (pasan pocas cosas para extenderse por quinientas páginas). Resulta pues una obra polarizante, que cuenta con tantos acérrimos defensores como hastiados detractores. Yo me situaría más bien en una posición intermedia, sobre todo en reconocimiento a su relevancia histórica en el desarrollo del género, pero no podría recomendarla sin reservas. Así son los inicios (salvo contadas excepciones): un adelanto prometedor aunque aún inmaduro de lo que está por llegar.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 4, 2013.

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