La chica mecánica

Tras unos años labrándose un nombre en los relatos (en especial la longitud de relato largo, en la que cosechó en seis años cuatro nominaciones al Hugo y dos al Nebula), Paolo Bacigalupi logró publicar en 2009 su primera novela con una pequeña editorial independiente, Night Shade Books. Ese libro, «La chica mecánica» («The windup girl») acabó cosechando los premios Hugo, Nebula, John W. Campbell Memorial, Locus de primera obra, Compton Crook y, quizás más importante desde el punto de vista de las ventas, se situó en noveno lugar en la lista de mejores libros de ficción de la revista Time.

Tal grado de reconocimiento es inusual para un autor debutante (en especial a través de un sello secundario que incluso en 2010 tuvo que ser puesto a prueba por la SFWA para mantener su consideración como mercado profesional). El secreto de su éxito tal vez radica en cómo ha sabido responder a las inquietudes del momento presente, faceta en la que la ciencia ficción ha venido encontrando dificultades de una década a esta parte.

La novela nos sitúa en el reino de Tailandia, a principios del siglo XXIII. Es un futuro alejado de los escenarios optimistas de épocas pasadas. La crisis energética derivada del agotamiento del petróleo provocó en algún momento del siglo XXI un fortísimio retroceso global. El mundo volvió a recuperar sus vastedad al depender las comunicaciones de la fuerza del viento (para impulsar veleros y dirigibles) y la industria pasó a obtener su energía principalmente del trabajo biológico (humano o animal). Fue la Contracción.

Muchas décadas después se está experimentado una segunda Expansión. Los directivos occidentales (de empresas de transporte y biotecnológicas) desarrollan en el sudeste asiático un nuevo proceso colonial, armados con su monopolio sobre las calorías (cereales transgénicos estériles) y haciendo uso de cualquier medio (incluyendo plagas y enfermedades de laboratorio) para doblegar a las poblaciones locales. En este contexto, sólo Tailandia mantiene su independencia e incluso logra medrar, gracias a un fiero proteccionismo reforzado por los camisas blancas del Ministerio de Medio Ambiente y a la posesión de un banco de semillas como pool genético para combatir a los mercaderes de calorías.

Las cosas están cambiando, sin embargo. El Ministerio de Comercio aboga por la apertura del reino a las multinacionales extranjeras, y su enfrentamiento con Medio Ambiente por determinar el destino del reino se considera poco menos que inevitable.

En este contexto, la novela nos presenta a diversos personajes que sirven como impulsores de la trama. Anderson Lake, agente de incógnito de una productora de calorías que investiga la aparición en los mercados tailandeses de frutas y verduras que se creían extintas. El capitán Jaidee (apodado el Tiger de Bangkok por sus pasados éxitos como luchador muay thai) y su segundo la teniente Kanya, oficiales de los camisas blancas y acérrimos defensores del proteccionismo. Hock Seng, secretario tarjeta amarilla (refugiado político chino) en la fábrica de muelles percutores que Anderson utiliza como tapadera, obsesionado con asegurarse la supervivencia ante cualquier posible conflicto futuro (aun a costa de engañar a su patrón). Los generales Pracha y Akkarat, que luchan desde sus ministerios por el poder ante la debilidad del gobierno oficial encabezado por le reina niña. Y por supuesto Emiko, la chica mecánica del título, una neoser (humano alterado genéticamente) abandonada por su amo japonés, atrapada en un prostíbulo donde, en virtud de su absoluta carencia de derechos y atrapada por su «programación» servil, sufre toda suerte de vejaciones.

No cuesta mucho identificar el modelo histórico de la trama. «La chica mecánica» reproduce, doscientos años y pico después, la situación que llevó al levantamiento de los bóxers en China en torno a 1899. Las similitudes son tan patentes que restan tensión a la historia. Bacigalupi desaprovecha por completo la ocasión para aprovechar la reescritura en clave de ciencia ficción para jugar con las variables (prácticamente, sólo sustituye el opio por los cereales transgénicos y sus plagas asociadas como punto focal de los intereses económicos). Los aficionados a la novela histórica encontrarán también un desarrollo que se antoja simplificado en exceso, mientras las piezas van cayendo en su sitio sin apenas sorpresas (la realidad histórica suele depararlas).

En cuanto al contenido especulativo, se ha etiquetado a la novela como biopunk, aunque personalmente encuentro los elementos biotecnológicos demasiado escasos e infradesarrollados para acreditar tal calificativo. Se trata más bien de un escenario quasi postapocalíptico, muy trabajado (no en vano es común a buena parte de la ficción del autor). Precisamente su naturaleza distópica, relacionada con una crisis muy plausible, le confieren su relevancia cultural y le permiten conectar con el público no especializado (son temas que llevan años permeando en el mainstream, con obras como «Guerracivilandia en ruinas«, «La carretera» o incluso «Los juegos del hambre»).

Por contra, sus reflexiones en torno al transhumanismo (de la chica mecánica, aunque podríamos hablar también de transnaturalismo si incluímos a los gatos chesire y a las plagas de laboratorio) quedan un tanto desdibujadas en medio de resto de acontecimientos. No se puede decir que Bacigalupi explore nuevos territorios sobre el particular, aunque uno de los secundarios más interesantes de la novela sea el genoingeniero traidor Gibbons, personaje con evidentes resonancias del Doctor Moreau.

A título personal, me ha resultado una novela pesada. El escenario es interesante, pero una vez planteado prácticamente ya no se nos presentan innovaciones en todo el libro (e incluso cabría discutir sobre la originalidad inicial de la propuesta, que se sustenta sobre todo en el escenario exótico). Mi mayor objeción, sin embargo, cabría encontrarla en la inverosimilitud de que la historia se repita con tal precisión. Los períodos de crisis trastocan las jerarquias preestablecidas. El presentar unas multinacionales yanquis soguzgando de nuevo tecnológicamente a los tradicionales estados orientales (aunque el resultado final no sea exactamente el mismo) denota cierto ombliguismo (o timidez especulativa).

Como avanzaba, «La chica mecánica» se alzó con los más importantes premios del género (empatando en el Hugo con «La ciudad y la ciudad», de China Mieville), auqnue su legado más importantes posiblemente radique en haber conseguido traspasar las fronteras del género para despertar el interés de un público más amplio.

Otras opiniones:

~ por Sergio en agosto 6, 2012.

Una respuesta to “La chica mecánica”

  1. En general me ha gustado mucho la novela, aunque desde el punto de vista especulativo me ha parecido un poco forzado el uso de las calorías (de humanos y animales) como recurso energético primordial, pudiendo usar centrales hidroeléctricas por ejemplo. Del resto creo que tiene bien ganados todos los elogios que se llevo en su momento.

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