Fahrenheit 451

El término «distopía» es un tanto ambiguo. Con el correr de los años ha pasado a describir cualquier escenario futuro indeseable, como advertencia, a menudo, de las posibles consecuencias de un desarrollo social contemporáneo con el momento de la escritura, llevado a sus últimas consecuencias (lamentablemente, también han proliferado las aventurillas en las que el escenario distópico tan sólo sirve para destacar las virtudes del héroe… lo cual es forzar en demasía un concepto que, casi por definición, no admite héroes). Es por ello que cuando nos referimos a su forma más pura, aquella en que los habitantes de la sociedad en cuestión creen realmente estar viviendo una utopía (o, cuanto menos, en el mejor de los mundos posibles), siempre he preferido el término anti-utopía, como reverso oscuro de la sociedad ideal bautizada por Tomas Moro en 1516 (aunque el ejemplo más antiguo lo encontramos en «La República» de Platón).

En este difícil subgénero, son tres las obras que brillan con más fuerza (aunque tal vez, atendiendo a su temática, sería preferible describirlas como aquellas cuya base filosófica es más elaborada… y terrible). En primer lugar, «Un mundo feliz» (1932), de Aldous Huxley (sobre la deshumanización y la santificación científica de la sociedad de clases). A continuación, «1984» (1949), de George Orwell (alertando contra el totalitarismo y del control estatal sobre la realidad). Por último, «Fahrenheit 451», publicada por Ray Bradbury en 1953.

En la novela, se nos muestran unos Estados Unidos dominados por el ocio vacuo, donde toda forma de cultura ha sido proscrita porque puede hacer infeliz a la gente. El sistema se sostiene en base a una política exterior basada en sucesivas guerras nucleares para asegurar la prosperidad nacional (por entonces los EE.UU. estaban embarcados en la Guerra de Corea, y el general MacArthur, comandante en jefe de las fuerzas de ataque, insistía en la necesidad de disponer de bombas atómicas tácticas) y a una política interior que apuntala el statu quo mediante una legislación represiva y el uso, caso de ser necesario, de la fuerza. Los encargados de desempeñar esta última función son los bomberos (firemen en inglés), quienes, tras el descubrimiento de un recubrimiento inífugo aplicado a todos los edificios, ya no se dedican a apagar incendios, sino a atender a los avisos anónimos (un reflejo de la persecución anticomunista del macartismo) para quemar con lanzallamas las acumulaciones ilegales de libros (y a los propietarios de las mismas, si no tienen el sentido común de dejarse arrestar).

Montag, el protagonista de la historia, es uno de estos bomberos, que a raíz de un azaroso encuentro con Clarisse, una joven y excéntrica vecina, comienza a plantearse si su existencia tiene algún sentido y a albergar el pensamiento de que quizás alguna de las ideas que quema pudiera llegar a serle valiosa. El intento de suicidio de su mujer (enganchada a todas horas a programas de telerrealidad interactiva), termina por sacudirle, haciéndole dirigir la mirada hacia su interior, hacia el vacío existencial que se esconde bajo la fina película superficial que le da forma a él y a todo cuanto le rodea.

La génesis de la novela es compleja. A partir de un cuento, «Bright phoenix», escrito en 1947, pero inédito hasta 1963, escribió una novela corta, «The Fireman», publicada en el número de febrero de 1951 de Galaxy Science Fiction (la nueva revista de género, que abogaba una una ciencia ficción con un enfoque más social que científico). Al contrario de lo que era habitual en la época, en vez de escribir otras dos novelas cortas y montar entre todas un fix-up, decidió trabajar sobre el fragmento que tenía, expandiendo sus ideas hasta dar forma a una novela, que tituló «Fahrenheit 451» (a instancias de su pregunta a un bombero acerca de la temperatura a la que quemaba el papel y la convencida, si bien no escrupulosamente exacta, respuesta de éste). El libro acabó siendo publicado en 1953 en el nuevo sello Ballantine Books, contribuyendo a la consolidación del mismo. Como curiosidad, de entre las múltiples reediciones cabe destacar su serialización en 1954 en las páginas de Playboy… Eran otros tiempos, sin duda.

Como heredera intelectual del romance científico inglés (evolucionado desde Wells por autores como Stapledon, Huxley y Orwell), su irrupción en el mercado americano supuso, a decir de muchos críticos, la entrada en la mayoría de edad de la ciencia ficción americana. Ya había habido ejemplos previos de especulación adulta, y no puede dejar de mencionarse la exploración de temas similares por autores tan «remotos» como Jack London, pero la calidad literaria que atesoraba Bradbury hizo que su obra fuera accesible a un público mucho más amplio que el marginal reducto de aficionados al fantástico.

En cuanto a su base filosófica, cabe destacar que, al contrario que los antecedentes destacados, en «Fahrenheit 451» no encontramos un estado fuerte que impone sobre el individuo una sociedad antiutópica, sino que, tal y como se explica, es el propio pueblo el que «escoge» el rumbo que les lleva a la situación descrita. No hay ningún Gran Hermano, ni ningún fordianismo que imponga una legislación férrea y restrictiva, sino que son los propios ciudadanos los que renuncian a la cultura humanística. Para evitar el conflicto, optan por la ignorancia, por vivir cada vez más rápido, por primar la inmediatez frente al esfuerzo. ¿Para qué leer un tratado filosófico, cuyas implicaciones podrían llegar a incomodarnos, si podemos pasarnos la vida entera viendo programas de televisión vacíos, tan emocionalmente satisfactorios como inconsecuentes? ¿Para qué arriesgarnos a explorar una idea que podría ser ofensiva para alguien, cuando podemos dar vueltas sin fin a conceptos tan huecos que con sus aristas no podría hacerse daño ni un niño de dos años?

En la sociedad de «Fahrenheit 451» los bomberos no ejercen en realidad como una suerte de policía del pensamiento, sino que son apenas parte del atrezzo, sus hogueras meros fuegos artificiales para deleitar, por escasos minutos, a las masas ávidas de alguna inofensiva realidad.

Por último, me gustaría destacar otro de los puntales en que se cimenta la novela, que es en la consideración del lenguaje escrito como conocimiento valioso, que merece la pena cuidar y preservar, no porque una idea en concreto pueda ser irreemplazable (o un intelectual… Bradbury se cuida muy mucho de menospreciar el elitismo), sino porque el conjunto es un tesoro que nos pertenece, que es nuestro legado y que nos ayuda a trascender nuestra naturaleza animal. El propio Bradbury jamás tuvo una formación reglada, sino que fue un hombre autodidacta, con una cultura desarrollada a partir de innumerables lecturas en bibliotecas públicas (de las que fue siempre un acérrimo defensor).

Otra diferencia entre «Fahrenheit 451» y otras antiutopías es que, pese a todo, acaba con una nota optimista, apuntando a la posibilidad de un renacer de las cenizas, cual ave fénix, del saber humanístico, para sanar las terribles consecuencias de los errores previos y ayudar, quizás, a que nunca más se comentan (una labor paciente, apoyada en la perseverancia antes que en la imposición forzosa). En este sentido cabe destacar como Montag acaba, sin proponérselo siquiera, como receptáculo (o cubierta) del Eclesiastes, cuya filosofía reposada ofrece una guía para disfrutar de la vida según llega, aceptando las penas y las alegrías con igual disposición (en el mismo sentido en que George Stewart lo había empleado como base de su novela postapocalíptica «La Tierra permanece«, de unos pocos años antes).

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Ray Douglas Bradbury (22 de agosto de 1920 – 5 de junio de 2012)

IN MEMORIAM

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 9, 2012.

2 respuestas to “Fahrenheit 451”

  1. Lo termine de leer hace poco, y me gusto ,peor me parece mucho mas superior «1984» si bien son diferentes.
    Me parece que Bradbury encaja mejor para relatos o novelas mas cortas, la ultima parte me pareció algo floja y pesada, pero bueno, las primeras 2 si son muy buenas y atrapantes.
    La forma poética de Bradbury para escribir es atípica, me gusta, tiene su sello, aunque repito, cuando la novela se pone un poco mas densa al final, llega a cansar tanta descripción o metáfora usada.
    Segui sibiendo revisiones, muy bueno el blog

    • Sí, el estilo de Bradbury es sin duda más adecuado para el relato. De todas formas, en «Farenheit 451» se contiene bastante (quizás por mantener el equilibrio entre forma y fondo). Y no llegar al nivel de «1984» es normal, que al fin y al cabo las obras maestras de la literatura universal no abundan.

      Gracias.

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