El árbol de las brujas
En 1967, reciente el éxito de la adaptación animada para la televisión de «El Grinch», Chuck Jones contactó con Ray Bradbury para que le escribiera otro especial, sólo que relacionado esta vez con la fiesta de Halloween. Al final el proyecto no fructificó, pero el trabajo le sirvió de base para la publicación en 1972 de una novela juvenil, «El árbol de las brujas» («The halloween tree»), que examina las raíces de esa celebración popular, al tiempo que aborda cuestiones de mayor calado entrelazadas con ella, como la conciencia de mortalidad. Años después, en 1993, Hanna-Barbera acabó adaptando la historia en un especial animado de 70 minutos, con guión del propio Bradbury, que adquirió pronto la consideración de clásico y le valió al autor un premio Emmy.
La historia, narrada con el habitual estilo poético de Bradbury (con frases más breves, quizás, por eso de adaptarlo a un público juvenil), comienza con la salida de una pandilla de ocho niños de entre once y doce años para realizar el truco-o-trato durante la noche de Halloween (la traducción de que disponemos se ha quedado en ese sentido un poco anticuada, pues se realizó en una época en que la proyección internacional de la fiesta, y por tanto el conocimiento que de ella se tenía en los países hispanohablantes, era mucho menor y, por ejemplo, utiliza la traducción alternativa de «premio» o «prenda»).
Esquéleto, Bruja, Momia, Mendigo, Gárgola, Muerte y hombre-mono acaban frente a la puerte de un noveno niño, Pipkin, que entre visibles muestras de dolor les indica que se vayan adelantando, que ya les alcanzará, y los dirige hacia una extraña casa en las afueras del pueblo. Junto a la tétrica mansión el grupo descubre un árbol, abarrotado de linternas de calabaza, y allí el señor Mortajosario les realiza una propuesta: viajar siguiendo las huellas de las fiesta de Halloween, con una amenaza implícita hacia el destino de su amigo, cuya vida dependerá de lo que hagan o descubran.
Se inicia así un viaje fantástico por el espacio y el tiempo, que les lleva desde el antiguo Egipto y sus elaboradas ceremonias fúnebres a los campos de Europa durante la época pagana de Samhein, la conquista romana o las cacerías medievales de brujas, y que acaba en la celebración mexicana del Día de los Muertos. Se trata de un periplo aterrador y excitante, durante el cual Mortajosario, por turnos, los instruye, los alienta y los hace enfrentarse a las realidades tenebrosas de la existencia.
Dos son los grandes temas del viaje. Por un lado está el reconocimiento del ciclo de muerte y vida que es la esencia de la parte simbólica de la fiesta de Halloween (relacionado a su vez con el ciclo de día y noche así como el de las estaciones y las cosechas). Por otro, contempla la sucesión de elementos religiosos y culturales que sobreviven en su faceta icónica, como realidades paganas arrinconadas y despojadas de misticismo por el cristianismo, pero no por completo olvidadas. Lo cierto es que su éxito es dispar en ambos empeños, pues mientras el primero queda bastante bien definido (aunque requiere de ciertos conocimientos mitológicos básicos para sacarle todo el provecho), en el segundo tengo la sensación de que Bradbury muerde un poco más de lo que es capaz de hacernos digerir en una breve novela juvenil.
Sobre todo ello, por supuesto, planea la sombra (nunca mejor dicho) de la muerte. Los doce años son una edad muy especial en nuestro desarrollo mental. Es por entonces que el pensamiento mágico de la infancia empieza a cambiar hacia una percepción de causa-efecto, y ello tiene que afectar por necesidad a la percepción de la propia mortalidad. El viaje de los niños refleja su primera confrontación con la muerte, no de alguien mayor, que es lógico que se muera, sino de uno de ellos, y en última instancia su propia muerte, lejana sí, casi inconcebiblemente lejana, pero presente, marcando ya un límite infranqueable a su vida. Todo ello, por supuesto, sin perder la visión mayormente optimista de la infancia.
Es una edad y unos temas que el autor ya había tratado en sus dos novelas precedentes, «El vino del estío» (1957) y «La feria de las tinieblas» (1962) , y en cierto sentido sigue la progresión estacional: verano, otoño, invierno (o cuando menos, solsticio de invierno).
También parece evidente el propósito de Bradbury de recuperación del sentido «tradicional» de la fiesta de Halloween, y lo entrecomillo porque en realidad, en su forma actual, Halloween es una tradición bastante reciente en los EE.UU. La primera mención periodística al truco-o-trato, por ejemplo, data de los años treinta (la época de la infancia del autor), y posiblemente para finales de los sesenta ya se había perdido parte de ese simbolismo que pretendía reivindicar (y que hoy en día sí que está olvidado casi por completo). Es muy posible que el autor se viera a sí mismo como un nuevo Dickens, acudiendo al rescate de Halloween como aquél hizo con la Navidad en su «Cuento de Navidad» (1843).
Otra referencia personal la encontramos en la inclusión del pasaje de Notre Dame y sus gárgolas (siendo la visión de «El jorobado de Notre Dame», de Lon Chaney, en 1923, uno de los acontecimientos formativos de sus inquietudes como escritor).
Todo ello consigue transmitirlo con un estilo vivo, un poco empalagoso quizás, aunque equilibrando a la perfección el horror (destacaría, sin dudarlo, las escenas de la cosecha de Samhein) con la aventura (el truco y el trato). El caracter fuertemente episódico queda igualmente compensado con la fuerza de algunas de las imágenes que conjura, como la del árbol epónimo encendido en calabazas llameantes, la cometa hecha de retales de bestias de circo o el mausoleo donde está atrapado Pipkin y donde los niños tiene que enfrentarse a sus temores y tomar la primera decisión meditada a largo plazo de sus vidas.
No es fácil tratar un tema tan trascendental como el de la muerte con tanta delicadeza y sensibilidad. Muchos libros juveniles que lo abordan recurren a impactar con la irreversibilidad de la pérdida. Bradbury es más sutil. Muestra, pero no se regodea, y deja una ventana abierta a la esperanza. He ahí, al parecer la esencia de Halloween para él: un recordatorio de la muerte y el horror, pero sobre todo un paso adelante en el camino hacia su superación, que se inicio en las cavernas, se transmitió de civilización en civilización, confrontadas todas ellas a su modo al misterio supremo, y desembocó en una fiesta repleta de simbolismo, en la que los niños se disfrazan de monstruos y van pidiendo caramelos de puerta en puerta.
Otras opiniones:
- En Desde Otranto
- De Francisco José Súñer en El Sitio de Ciencia Ficción
- De Ángela Pacheco en La Letra Crítica
- De la Hobbita en Quebrando una Cabeza
- De Silvia Márquez en Las Últimas Palabras
- De Tres Nehuén en Poemas del Alma
Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:
Muchas gracias por la mención ;)
Un saludo
Silvia Márquez said this on febrero 20, 2017 a 8:31 am |