La máquina del tiempo

Una de las señas de identidad de los clásicos es que son muchos más los que «saben» de qué va que los que los han leído. Si hay además adaptaciones exitosas a otros medios, fundamentalmente el cine, ya ni digamos. Así pues, la auténtica personalidad de la obra queda a menudo difuminada entre preconcepciones, reinterpretaciones y análisis descontextualizados.

«La máquina del tiempo» («The time machine»), de H.G. Wells, se ve afectada de lleno por este fenómeno. Se encuentra, por añadidura, tan adelantada a su tiempo, que resulta muy sencillo acomodarla en el nicho de los clásicos juveniles, sin parar mientes en que quizás se trate de la primera obra de cierta extensión (hoy en día la clasificaríamos como novela corta) jamás escrita reconocible como ciencia ficción moderna.

El antecedente directo de la novela fue un relato breve, «The chronic argonauts«, publicado en 1888 en el Science School Journal del Royal College of Science de South Kensington, institución en la cursaba sus estudios superiores Wells. Si bien no fue este texto la primera mención de una máquina del tiempo en la literatura (Enrique Gaspar y Rimbau se le adelantó por un año con «El anacronópete«), demuestra ya un interés en el tema que se materializaría años más tarde en la propuesta de una serie de artículos sobre el viaje en el tiempo para la Pall Mall Gazette que recibiría la contrapropuesta de transformarlos en una novela por entregas que acabaría siendo publicada entre enero y mayo de 1985 en The New Review, otra publicación de la editorial. Ese mismo mayo, el texto (con ligeras modificaciones en ambos casos) fue publicado de forma independiente en formato libro en Estados Unidos e Inglaterra (siendo esta última edición la considerada canónica).

La historia es bien conocida. Hacia 1892, un físico innominado (el Viajero en el Tiempo) narra a un grupo de amigos su extraordinario viaje hacia el lejano futuro de la humanidad a bordo de un artefacto de su invención. Según su relato, su ingenio (nunca descrito en detalle, aunque el elemento principal parecen ser unos prismas helicoidales de cuarzo) le había llevado al año 802. 701 a un paradisíaco mundo futuro en que la humanidad se ha escindido y ha degenerado dando lugar a los eloi (bajos y de apariencia aniñada, despreocupados y con las capacidades intelectuales disminuidas), que habitan en palacetes semiderruidos, sin otra preocupación que holgazanear en los prados a la luz del sol, y a los morlock, criaturas subterráneas, albinas y fotofóbicas, que mantienen algún tipo de industria bajo tierra y que disponen de los eloi como ganado (queda además sobreentendido que son quienes les proporcionan alimento y vestido).

El Viajero ante este nuevo y desconcertante escenario se ve obligado a elaborar teorías que lo expliquen y que le permitan recuperar su máquina, capturada por los morlocks en su primera noche entre los eloi. Así pues, tras diversas peripecias (más cercanas a la exploración que a la acción directa, aunque tampoco falta), logra su objetivo sólo para salir disparado hacia el lejanísimo futuro de la Tierra y asistir a la degeneración final de la vida en un mundo casi muerto (constituyendo así una de las primeras muestras del subgénero que ha venido a denominarse «dying Earth»).

Tras su regreso a Londres, y una vez narrada su experiencia (a una audiencia poco inclinada a la credulidad), monta de nuevo en la máquina del tiempo y desaparece de forma ya definitiva, sin que se vuelva a saber de él.

Pasando ahora al análisis: ¿Qué convierte este relativamente breve relato, adscrito a la corriente del romance científico, en ciencia ficción ya plenamente moderna? No es lo imaginativo de la propuesta. Ni siquiera la influencia ejercida por décadas (hasta nuestros días, de hecho). Se trata más bien del enfoque, que subdividiría en fundamentos, metodología y sustrato filosófico, los tres grandes pilares del género de la ciencia ficción.

En el apartado de Fundamentos cabe mencionar primero la popularización de la idea de la cuarta dimensión, y en particular su identificación con un eje temporal indistinguible a efectos teóricos de los tres espaciales (menciona explícitamente una conferencia sobre el particular del astrónomo y matemático Simon Newcomb en su planteamiento). Hasta entonces, la misma idea de viajar por el tiempo por medio de una máquina era poco menos que inconcebible. Sin embargo, quizás tengan más importancia desde un punto de vista especulativo los antecedentes biológicos.

Wells, como alumno del reputado naturalista Thomas Henry Huxley (el abuelo de Aldous Huxley, conocido en su época como el Sabueso de Darwin), estaba muy al tanto de las teorías evolucionistas, que empleó en su visión del futuro de la humanidad. De forma específica, cabe señalar como fuente primaria de inspiración el libro «Degeneration: a chapter in darwinism» (1880), del zoólogo Ray Lankester, que identificaba la degeneración (identificada con la pérdida de la forma) como un posible camino de la evolución dadas unas condiciones de seguridad y fácil acceso al alimento (cabría matizar mucho este concepto para destilar lo que tiene de verdad; dejémoslo en una aproximación  de hace siglo y pico a la dinámica evolutiva).

La importancia de estas ideas en la composición de «La máquina del tiempo» es que no sólo aportan la base científica para la especulación, sino que, aplicadas (de un modo un tanto descuidado, como suele ocurrir en estos casos) a la sociología, constituyen el justificante de la faceta filosófica del texto. Aunque ya llegaremos a ello. Antes comentaré algo sobre la Metodología.

El narrador de prólogo y epílogo (el cuerpo principal de la novela es un recuento en primera persona de la aventura) nos informa de que el Viajero en el Tiempo es un hombre de múltiples conocimientos, e incluso se mencionan varios artículos publicados en revistas científicas  sobre fenómenos ópticos. Esta disposición mental queda de manifiesto en la forma en que se enfrenta a los enigmas del futuro.

El Viajero se encuentra constantemente recopilando observaciones que le permitan formular hipótesis para entender, a la luz de sus conocimientos biológicos, la evolución de los eloi (y, posteriormente, de los morlock). Cada nuevo detalle que descubre se integra en el sistema, sirviéndole para verificar o descartar la hipótesis de trabajo, procediendo según el método científico, sin dar nunca nada por definitivo (aceptando, de hecho, el error como parte del proceso de descubrimiento). Cabe señalar además que algo así no se improvisa. Para que funcione, el autor debe construir primero un sistema coherente (de acuerdo con los conocimientos científicos de la época) que soporte tal análisis. De ahí que podamos colegir que el método científico es un elemento estructural fundamental en la elaboración de la novela (cumpliendo así lo que exponía en la primera entrega de la Cifilogenia).

El verdadero salto adelante, lo que marca de verdad la madurez del género, lo encontramos en el empleo de estos fundamentos y métodos para darle a la historia una dimensión adicional, lo que he definido como Sustrato Filosófico.

Wells, socialista convencido (miembro por la época de la Sociedad Fabiana, aunque en años posteriores acabó distanciándose de la misma con cierto desengaño), utiliza «La máquina del tiempo» como vehículo de sus ideas en pro de la igualdad social. El mundo futuro descrito por el Viajero es resultado de la separación de clases entre patronos y obreros propia de la revolución industrial. Los eloi son la descendencia degenerada  (según las ideas de Lankester, que era otro miembro activo del movimiento socialista británico) de los propietarios, cuya vida de tan fácil les ha reducido con el correr de los milenios al estado de simple ganado estupidificado (porque la inteligencia, sin retos, es innecesaria).

Por su parte, los obreros, aislados y oprimidos por sus patronos, han acabado adaptándose a las condiciones del subsuelo, deviniendo en los morlocks. Como venganza irónica, la simplificación de unos y la bestialización de los otros conduce a que los primeros acaben siendo pasto de los segundos (de un modo que podría llegar a interpretarse como una amenaza muy poco sutil).

Wells, con su primera novela, lanza un aviso: la inherente injusticia de las desigualdades sociales tan sólo pueden llevar a un futuro nefasto para todos, incluso (y en especial) para las clases acomodadas.

(En un fragmento incluido en la serialización, pero eliminado de muchas de las ediciones posteriores, el Viajero realiza una parada adicional entre su huida de los morlocks y la agonía de la Tierra, durante la cual mata de una pedrada a un pequeño mamífero que, en un apresurado análisis, se revela como el último y ya muy degenerado descendiente de la humanidad).

En España la primera edición de la novela, con el título de «La máquina exploradora del tiempo», data de 1925, y ya no volvería a imprimirse hasta 1961. Desde 1971, sin embargo, se han venido sucediendo las reediciones hasta contabilizar una veintena (ocho en los últimos diez años). Lo cual pone de manifiesto la tremenda actualidad de la historia, aunque se la considere eminentemente juvenil (destacando, por tanto, su faceta aventurera sobre las potentes cargas de profundidad, tanto a nivel especulativo como filosófico, de las que aún puede vanagloriarse).

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en diciembre 8, 2011.

7 respuestas to “La máquina del tiempo”

  1. Uno de mis libros fetiche. También son interesantes sus devenires cinematográficos (el clásico de George Pal, el horror del nieto de Wells, aquel cruce con Jack el destripador…).

    Comentar como curiosidad que pese a que la novela tiene una secuela «oficial» (autorizada por herederos) de Stephen Baxter, también tiene varias secuelas no oficiales en EEUU porque allí es de dominio público desde hace décadas. Sin embargo, en Europa no pierde derechos hasta el 2016 (si no lo alargan de nuevo).

  2. Lo curioso de la versión dirigida por Simon Wells (aunque no la concluyó él, sino un no acreditado Gore Verbinski… en su momento se alegó que fue por agotamiento), es que recupera algunos elementos de la novela ausentes en la versión de Pal. Eso sí, se mea en la filosofía subyacente, con lo cual la historia pierde todo su sentido (por no hablar de lo que hace con morlocks y elois). Lo mejor, sin duda, la extraordinaria banda sonora de Klaus Badelt.

    En cuanto a los derechos… en realidad según la legislación española para todos aquellos fallecidos antes de 1987 se aplica la norma de 1879, que fijaba 80 años post mortem, así que su obra no entrará en dominio público hasta el 2026 (lo cual da un poco de vértigo para un texto escrito en el siglo XIX).

  3. Creo que la frase era de Bierce: «clásico: libro del que todo el mundo habla pero que nadie se ha leído», o algo así.

    «La máquina del tiempo» es quizá la novela de Wells que más me impactó y que, aún hoy, sigo encontrando moderna y perfectamente vigente. Y creo que, en efecto, Wells es el primer autor en hacer auténtica ciencia ficción tal como la entendemos ahora. Verne escribía novelas de aventuras con gadgets tecnológicos y poco más. Es Wells quien da el paso siguiente y convierte la especulación científico-social en una parte fundamental de lo que hace.

  4. Wells era (y todavía es, hasta cierto punto) una de mis asignaturas pendientes. «La máquina del tiempo», por ejemplo, no la había leído hasta hace unos días (aunque, por supuesto, la «conocía»).

    Si no por otros méritos (que los tiene), imprescindible para comprender la historia del género (y disfrutar aún más de Stapledon).

    La próxima carencia a subsanar: E.E. Doc Smith.

  5. Arrebatador y emocionante artículo que nos devuelve una obra tan divertida como capital. No entiendo como es posible que libros editados el mes pasado hayan pasado ya de moda y la obra de Wells -obviando algunos detalles científicos, obviamente- siga tan fresca como entonces.

    Un saludo.

  6. es genial esta magnifica obra…

  7. […] más tarde, en 1895, llegaría La máquina del tiempo de H. G. Wells. A pesar de que no se trata de una obra de Tierra moribunda, esta publicación es […]

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