Galveston
Echando un vistazo a la lista de galardonados (y nominados) con el Premio Mundial de Fantasía, constato que estoy bastante desconectado del género. He leído unos cuantos títulos, pero la inmensa mayoría me son desconocidos por completo. Algo parecido me pasa con los autores; cuando no es mucho peor, que me suenan, pero por tenerlos en mi lista negra de «nunca más volveré a picar». En el 2008, por ejemplo, ganó Guy Gavriel Kay por «Ysabel» (tuve mucho más que suficiente con aguantarle el Silmarillion for Dummies con aderezo artúrico que es su trilogía del Tapiz de Fionavar) y estuvo nominado Michael Marshall Smith (de quien guardo infame recuerdo por «Clones»).
Por otra parte, reconozco la calidad de algunos de los ganadores que sí he leído, tales como «Kafka en la orilla» de Haruki Murakami (2006), «Jonathan Strange y el señor Norrell» de Susanna Clarke (2005, de futura aparición en la Hugolatría), «La fisiognomía» de Jeffrey Ford (1998), «El prestigio» de Christopher Priest (1996) o «El perfume» de Patrick Suskind (1987). Así pues, se merece como poco un voto de confianza como guía de lectura (que los saldos de la Factoría pueden avalar).
Todo esto para explicar que la razón por la cual añadí «Galveston» al botín del saqueo fue por la mención en su portada de que era una novela ganadora del Premio Mundial de Fantasía (sólo que lo pone en inglés, «World Fantasy», supongo que por ser más molón), ya que ni había oído hablar del libro ni del autor (Sean Stewart).
Al final, resulta que la obra fue coganadora de la edición del 2001, junto con «Declara» de Tim Powers (por debajo, en mi apreciación, de «Las puertas de Anubis» y «En costas extrañas»). Ese año también fueron finalistas «El catalejo lacado» (la tercera y definitivamente la más floja entrega de la trilogía de la Materia Oscura de Phillip Pullman; obviamente estaban reconociendo al conjunto) y «La estación de la Calle Perdido» de China Mieville (junto con otra novela de Guy Gavriel Kay, «Lord of emperors» y la última obra de Paula Volsky, «The grand ellipse»).
Los premios mundiales de fantasía los otorga un jurado de unos cinco miembros que se renueva cada año, encargándose también de escoger a un máximo de cuatro finalistas, saliendo otros dos de una votación entre los asistentes a la convención mundial de fantasía. Precisamente al ser una valoración con jurado, sus resultados pueden diferir bastante de los de otros premios que dependen del voto popular. Por ejemplo, ese mismo año en los Locus de fantasía la obra ganadora fue «Tormenta de espadas» de George R.R. Martin, «Declara» fue segunda (un tecnicismo la eliminó de la papeleta de los Nebula cuando era finalista), «El catalejo lacado» tercera, «La estación de la Calle Perdido» cuarta, «Galveston» sexta, «Lords of emperors» séptima y «The grand ellipse» vigésimo sexta. Ése fue el año en que Harry Potter ganó el Hugo, con «El cáliz de fuego» clasificándose en decimoctava posición.
En otras palabras, aquel año hubo de todo menos unanimidad. Sin embargo, en los certámenes dirigidos específicamente a la fantasía, «Galveston» fue reconocida como parte de lo mejor del año (también se hizo con el Sunburst, que vendría a ser el Ignotus canadiense, sólo que con jurado).
He de reconocer que es una novela peculiar. Desde luego, evita caer en cualquier tipo de cliché fantástico.
La novela nos presenta una versión alterada de la Galveston real (una ciudad pequeña, construida sobre una isla alargada frente a la costa de Texas, en el Golfo de México). En cierto sentido, se trata de una obra postapocalíptica, aunque el desastre que cambió para siempre el mundo (en el 2004, cuatro años en el futuro con respecto a la publicación de la novela) fue de carácter mágico.
No se llega nunca a precisar en qué consistió exactamente este cambio, pero se insinúa que la civilización humana quedó asolada por completo, y si sobrevive una pequeña célula aislada en Galveston es porque el desastre aconteció en plena celebración del Mardi Gras (al parecer, son unas fiestas célebres allí) y las comparsas consiguieron canalizar y controlar en cierto modo la energía. El resultado fue que la ciudad quedó dividida, entre un rescoldo de la vieja humanidad y un carnaval sin fin dominado por el dios Momus.
En el Galveston «real», las viejas familias adineradas consiguen con grandes esfuerzos reonstruir algo parecido al viejo orden bajo el liderazgo de Jane Gardner, la Gran Duquesa. La magia se mantiene durante veinticuatro años a raya gracias a los esfuerzos de la Reclusa, la única habitante de la ciudad a la que se le permite practicar la magia y que se encarga, precisamente, de enviar con Momus al carnavel sempiterno a quienes empiezan a mostrar síntomas de cambio.
La novela se centra en dos protagonistas. Por un lado, Sloane Gardner, hija de la Gran Duquesa y ahijada tanto de Odessa, la Reclusa, como de Momus, el Dios Luna. Por otro, Josh Cane, un ex-niño rico caído en desgracia (su padre se jugó al póker su posición social y perdió), que sobrevive como boticario de pobres (preparando remedios naturales, que las menguantes reservas de medicinas precataclísmicas son para los ricos). Sus historias se entrecruzan mientras Sloane huye de las responsabilidades que se le vienen encima, escapando hacia el Mardi Gras infinito, con terribles consecuencias para Josh.
Los temas sobre los que se sustenta la novela son múltiples y singularmente elaborados para lo habitual en la literatura de fantasía. Por un lado, el que podría considerarse como motivo central, ejemplificado en el omnipresente póker y que da sentido al periplo vital tanto de Sloane como de Josh, es la aceptación de que la vida no tiene por qué ser justa, y de que al final, nos pongamos como nos pongamos, la banca siempre gana y hay que saber encajar las pérdidas. Entremezclado con esto hay cuestiones de segregación clasista (principalmente por cuestiones económicas, pero se vislumbra un sustrato racial que en el contexto de la novela se manifiesta en la separación entre ciudadanos del Galveston real y carnavaleros con diversos grados de transformación física), el inmovilismo instigado por los que ostentan el poder (que se empeñan en mantener el orden antiguo a cualquier precio, por muy insostenible que haya devenido) y la preponderancia de la envidia sobre la gratitud.
Como se puede adivinar, es una lectura con múltiples capas, que procura explorar su propio camino sin imitar estilos o recurrir a clichés (al menos provinientes de la literatura fantástica). Es, por tanto, una obra singular y arriesgada, escrita además con suficiente oficio (aunque sin alardes). Pese a todo, hay algo que no termina de cuadrar.
El componente fantástico se antoja accesorio, irrelevante para el devenir de la trama. Esto en sí mismo no es un defecto. En no pocas ocasiones lo fantástico se emplea como espejo y metáfora de la realidad cotidiana. Sin embargo, en tal caso es imperativo que cumpla además una función estética que lo justifique y potencie, y mucho me temo que el Mardi Gras hechizado de Galveston no pasa de una fiestecilla de máscaras inconsecuente e indistinguible de cualquier fiesta de pueblo. Sean Stewart se muestra demasiado contenido, traicionando el propio espíritu de la celebración. El desenfreno de Sloane en el carnaval, por ejemplo, se nos expone, no se nos narra. Es ella misma, a través de diálogos internos, la que habla de audacia y desinhibición, no sus actos, de modo que cuando se produce la inevitable ruptura de las barreras resulta difícil establecer en qué consiste exactamente el cambio.
De igual modo, el continente desierto, abocado al salvajismo (y al canibalismo), a donde las circunstancias conducen a Josh, resulta poco evocador, con los únicos atisbos de magia auténtica apenas vislumbrados en la distancia (y convenientemente evitados).
No es un mal libro, en absoluto, pero resulta paradójico que un premio mundial de fantasía cojee precisamente en su faceta fantástica.
Existe otra reseña de Ignacio Illarregui en El Rincón de Nacho.
Según la wiki está situada en el mismo universo que una novela anterior suya, inédita en español, imagino (Resurrection Man, que el NY Times la declaró novela de CF del año). La verdad es que cuando salió me pareció interesante, no sé si pillarla ahora que está de saldo o no. Demasiada pila tengo.
Por cierto se te ha colado un «La magia se mantiene durante veinticuatro años a ralla» que da un poco de grimilla :p
He mirado un poco y sí, «Resurrection man» está más o menos ambientada en el mismo universo. La magia empieza a cobrar protagonismo desde la Segunda Guerra Mundial, hasta que presumiblemente se produce el cataclismo del 2004 («Resurrection man» es contemporánea, es decir, ambientada en un 1995 alternativo).
Los yanquis definen el estilo de Stewart como realismo mágico (que parece implicar bastante más magia que el original sudamericano).
Corregida la «rallada» (cuando termino suelo repasar, pero de vez en cuando se cuela algo).
Siempre es un gusto leerte.
Saludos!
PD: El aviso por mail sigue funcionando a la perfección.
Gracias, Esteban.
RPD: Pues sigues siendo el único «usuario» del servicio.
Jejejjejeje…
Siempre hay un primero, no? Espero no ser para siempre el único :D
Saludos!