Terra Nova: Antología de Ciencia Ficción Contemporánea

Uno de los proyectos editoriales fantásticos más interesantes del 2012 fue la antología Terra Nova, compilada por Mariano Villareal y Luis Pestarini bajo el sello Sportula. Con la debacle de las revistas de género, mediada la década pasada (¡Uf, cuánto tiempo ya de sequía!), la narrativa breve sufrió un golpe terrible, que por un lado nos ha privado de poder seguir su evolución en el mercado profesional angloparlante (haciéndonos, secundariamente, perder la pista de los nuevos nombres que han ido surgiendo) y, quizás más dramático por lo que nos atañe, ha cercenado las vías de comunicación entre escritores y lectores (las publicaciones electrónicas, por las razones que sean, no han conseguido rellenar el hueco).

Según el signo de los tiempos, antes que por medio de una revista con periodicidad más o menos estricta, «Terra Nova» ha optado por el modelo de antología, dispuesta a presentar al público lo más candente de la producción a ambos lados del charco (tanto en inglés como en español). Fruto de ello se nos presenta una recopilación de ocho textos (bastante largos en general), obra de tres españoles, dos estadounidenses (de origen chino), una argentina, un cubano y un británico (afincado en España).

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Curiosamente, abre la antología un relato que no puede considerarse en modo alguno de ciencia ficción. Eso sí, «El zoo de papel», de Ken Liu, llega avalado por algunos de los más importantes premios del género (el Hugo, el Nebula y el World Fantasy Award), siendo el autor, a día de hoy, uno de los más activos dentro del campo de la narración breve, con nada menos que cuarenta y nueve textos publicados entre 2011 y 2012 (aparte de «El zoo de papel», destaca la novela corta «The man who ended history: A documentary»).

Centrándonos en el cuento, sus elementos fantásticos son sutiles, incluso accesorios. Me ha recordado bastante al estilo de Kelly Link en «Magia para lectores«, integrando la fantasía sin estridencias en la realidad, sin hacerla destacar, cotidianizándola. Lo realmente importante es la disección del desarraigo voluntario del protagonista con respecto a sus orígenes chinos (por vía materna), mientras intenta encajar en otra sociedad, que también es la suya. El cuento opta tal vez por el sentimentalismo fácil, pero es un buen ejemplo del tipo de ideas que explora hoy en día este tipo de fantasía, claramente emparentado con el realismo mágico.

Lola Robles presenta a continuación «Deirdre», un cuento que me ha dejado un poco descolodado, por su mezcla entre elementos contemporáneos y otros decididamente anticuados. Sus robots humaniformes remiten directamente a los cuentos de la Edad de Oro (con un guiño a la New Wave por su tratamiento de la sexualidad). El planteamiento, no demasiado novedoso, evoluciona hacia una exploración de los derechos de lo artificial, hasta el punto de difuminar la frontera  (o quizás ignorarla), lo cual entronca con la aportación de Ted Chiang que cierra el volumen. Peca unpoco, en mi opinión, de timidez especulativa, dejando los temas apenas esbozados.

Con «Recuerdos de un país zombi» el cubano Erick J.  Mota presenta un texto largo, rondando la novela corta, que ofrece una visión para nada enmascarada de la realidad de su país bajo los preceptos de la  revolución comunista. Tal y como hizo David Pérez Navarro con «La sonrisa de los muertos«, adopta la figura del zombi, con todas sus características bien asentadas (en especial en medio de la actual fiebre Z), y recodifica su potencial metafórico, potenciando más que sus elementos terroríficos otras características como la pasividad, la renuncia al pensamiento independiente, la corrupción del entramado vital… Quizás hacia el final fuerce un poco la máquina, explicitando en exceso lo que no necesita explicación, pero se trata en cualquier caso de un gran relato.

Víctor Conde, como en él resulta habitual, rompe con sus esquemas típicos ciencia-ficcioneros para ofrecer un relato, «Enciende una vela solitaria», que una vez se emparenta más con la New Wave que con la space opera desencadena por la que es más conocido. Deshumanización, pérdida de la identidad individual, la fuerza homogeneizadora de la sociedad más que de la información de la propia sociabilidad. Todo ello aderezado con un juego estilístico que recuerda a textos lisérgicos como «A cabeza descalza», de Brian Aldiss (aunque con la longitud justa)

«Cuerpos», de Juanfran Jiménez, es una historia más ligera, sobre intercambios mentales para realizar turismo de pobreza, sin los inconvenientes de poner en peligro la propia salud, aderezado todo ello con toques de género negro (no exentos de cierto humor… igual de negro). Se trata de un entretenimiento que no conviene analizar demasiado a fondo, so pena de que se rasgue por las costuras, aunque su aire canalla lo hace simpático, con ingredientes tan variopintos como toques de cyberpunk y de picaresca.

El cuento de Ian Watson, «Un día sin papá», publicado originalmente en 1997, es el más «antiguo» de la antología… y lo cierto es que se le nota un poco, aunque sólo sea porque a nivel especulativo las ideas en que se sustenta no han parado de evolucionar desde entonces (sobre todo gracias al trabajo de Vernor Vinge). Destacaría, sin embargo, el modo en que equilibra la trama sociológica futurista (con la posibilidad, aun novedosa, de albergar en el cerebro la consciencia de familiares fallecidos) con la intemporal (con el deterioro y las mentiras en una relación de pareja).

«Memoria», de la argentina Teresa P. Mira de Echevarría, supone otra mirada más hacia el pasado del género que hacia su futuro, con la visión de un Marte casi mítico, que hunde sus raíces en el Barsoom de Burroughs y, sobre todo, en las «Crónicas marcianas» de Bradbury. Los elementos con que juega son igualmente clásicos (presciencia, revolución, ecologismo, existencia de frontera), con cierta concensión de nuevo hacia la exploración de sexualidades alternativas y reformulación de parámetros culturales (que tiene algo de rito de madurez). Es el texto que menos me ha llegado.

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Llegamos al cierre: la novela corta «El ciclo de vida de los objetos de software», de Ted Chiang, ganadora de los premios Hugo y Locus de 2011. ¡Y vaya cierre! Todo un broche de oro que demuestra, a mi entender, a la perfección la afirmación de los recopiladores sobre que «la ciencia ficción no ha perdido su garra ni su capacidad especulativa».

Antes de analizarla, sin embargo, quisiera presentar brevemente al autor, un personaje peculiar, quien desde 1990 tan sólo ha publicado trece historias, entre el cuento y la novela corta. Claro que éstas le han reportado tres premios Nebula, cuatro Hugos (y eso que llegó a rechazar una nominación por no estar satisfecho con el resultado final del relato en cuestión), tres locus, un Sidewise, un BSFA y un Theodore Sturgeon Memorial. Casi nada. Sus ocho primeros relatos se recopilaron en la antología «La historia de tu vida» (2002), a jucio de muchos una de las mejores recopilaciones de las últimas décadas. En otras palabras, Ted Chiang es un ejemplo patente de la potencia de la narración breve (que nos estamos perdiendo por estos lares por falta de escaparates).

Respecto a la novela corta, se trata de una muestra extraordinaria de revolución filosófica, que aporta dignidad a lo artificial, llevando la responsabilidad ética humana un paso más allá. La historia desvela el arduo camino de un grupo de soñadores que reclaman, a través del ejemplo, una expansión de nuestro universo moral para abarcar todo un mundo nuevo, visto hasta la fecha como sirviente o monstruo rebelado contra el creador.

«El ciclo de vida de los objetos de software» inicia su camino justo en donde se delinea la frontera actual, que vendría a ser más o menos en los derechos de los animales, y empieza a especular desde ahí. Por el camino, de paso, nos obliga a reevaluar qué estamos dispuestos a aceptar como inteligencia artificial, desprendiéndonos de la perspectiva competitiva que nos obliga a etiquetarlo todo a través de la comparación (igual, superior, inferior… ¿qué importa? ¿Acaso no tiene valor la mera existencia?).

Es un relación que exige sacrificios. El mayor de todos, quizás, el del control. No se puede esperar tratar como un igual ético a aquello que se pretende controlar. Ello repercute tanto en el proceso de desarrollo (a través de lo que denomina algoritmos genéticos, que evidentemente incluyen variables aleatorias), como en la progresiva concesión de prerrogativas que no hacen sino sancionar cada etapa cubierta en el camino hacia la madurez y la independencia.

No es un camino completado. Cuando la narración concluye quedan por delante todavía muchos pasos, y ni siquiera puede asegurarse el éxito final. Abordar ese camino supone asumir una apuesta, con un premio impreciso como mucho. Pero bueno, así de titubeantes empezaron todas las grandes revoluciones éticas. Imprescindible.

En definitiva, «Terra Nova» es un volumen de lo más interesante. Tal vez no termine de mostrar por completo (o al menos no lo haga en todos los textos) el potencial de la ciencia ficción a día de hoy, sobre todo por lo que respecta a las aportaciones hispanas, que en mi opinión parten de planteamientos un poco menos innovadores (es difícil coger velocidad y tono muscular con tan pocas pistas de entrenamiento), pero deja bien fundamentada su tesis: la ciencia ficción aún tiene mucho que ofrecer.

Espero que sucesivas entregas del proyecto sigan aportando argumentos tan convincentes como los presentes.

Otras opiniones:

~ por Sergio en junio 18, 2013.

Una respuesta to “Terra Nova: Antología de Ciencia Ficción Contemporánea”

  1. […] Memoria. Teresa P. de Mira Echevarría. https://rescepto.wordpress.com/2013/06/18/terra-nova-antologia-de-ciencia-ficcion-contemporanea/ […]

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