El mundo de los no-A

Alfred Elton van Vogt, firmando habitualmente como A. E. van Vogt, fue uno de los principales autores de la Edad de Oro. Su primer cuento de ciencia ficción data de 1939, y fue el escogido como inspiración para la portada del volumen de julio de Astounding, que dio inicio a la era campbelliana. Su obra refleja el aumento en las exigencias, tanto estilísticas como temáticas, que caracterizó el período, siendo considerado, de hecho, como uno de sus escritores más complejos.

Pese a ello, no supo o no pudo mantener el tipo con la irrupción de las nuevas generaciones de escritores que impulsaron la New Wave (ni siquiera llegó a la altura de algunos de sus compañeros, como Sturgeon o Simak, durante la Edad de Plata, desde mediados de los cincuenta a mediados de los sesenta), con lo que su relevancia fue disminuyendo aunque no dejó de publicar hasta entrados los años ochenta (en buena parte fix-ups, apelativo inventado por él mismo, de obras de corta extensión no siempre bien articuladas).

A su relativo olvido también contribuyó la animadversión de parte de la crítica, en particular de Damon Knight, uno de las personalidades más influyentes del ramo y fundador en 1965 de la asociación de escritores profesionales de fantasía y ciencia ficción de América (la SFWA, concesionaria de los premios Nebula). De hecho, fue una demoledora crítica contra la serialización en 1945 en Astounding Stories de «El mundo de los no-A» de Van Vogt lo que lanzó la carrera de Knight como crítico, y posiblemente la que confirió, en virtud del debate posterior, la etiqueta de «polémica» a la obra.

Lo cierto es que Van Vogt no se lo tomó al principio demasiado mal (incluso llegó a augurar, un poco condescendientemente, una gran carrera para Damon Knight). Cuando en 1948 se publicó el libro («The world of Ā», reeditado a veces con el título de «The world of null-A»), la historia había sido revisada para pulir algunas de las inconsistencias derivadas de su origen serial (ideas que no conducen a ninguna parte, cambios bruscos en la caracterización de los persoanjes y su alineación, elementos que aparecen de la nada…), proceso que se repitió en menor medida para la edición de 1970, que es la que se toma de partida para la traducción al español.

La historia narra las desventuras de Gilbert Gosseyn, un hombre que se dispone a participar en los Juegos, una especie de titánico proceso selectivo para determinar el nivel de abstracción de los candidatos en lógica no aristotélica (no-A, en adelante), que distribuye cargos públicos y la posibilidad de emigrar a Venus para los mejor integrados. Por desgracia, Gosseyn realiza el intranquilizador descubrimiento de que todo cuanto recuerda es falso, una memoria implantada en su cerebro por agentes desconocidos con propósitos igualmente ignotos.

A partir de ahí, la novela deviene en una montaña rusa, con el protagonista empujado a lo largo y ancho de la Tierra y Venus, bajo la amenaza de invasión por parte de un imperio interestelar compuesto por miles de mundos. Frente a estos contrincantes, una poco comprometida Liga Galáctica y una facción oculta de agentes no-A, que de tanto en tanto contactan con Gosseyn, sin que en ningún momento éste pueda distinguir con claridad amigos de enemigos. El as que lleva escondido en la manga (o en el cerebro) consiste en un acúmulo inmaduro de neuronas con capacidades insospechadas en el cerebro del protagonista… así como su misteriosa capacidad de volver a dar guerra (y en Venus nada menos), tras ser muerto a las primeras de cambio al intentar buscar refugio en la Máquina que dirige los juegos.

En el momento de publicación de la historia, este tipo de saltos lógicos en la trama resultaban extremadamente novedosos. Gosseyn es un héroe atípico en el sentido de que nunca llega a dominar plenamente la situación, siempre hay factores que escapan a su análisis y sorpresas que trastocan sus esquemas. Ilógicas, afirman los críticos, a lo que sus defensores, incluyendo la expresa admiración de Phillip K. Dick (que señaló a A. E. van Vogt como su principal influencia), argumentan que inesperadas y multifacetadas como la vida misma. Sea como fuere, en Francia, donde se publicó al poco tiempo con enorme éxito, fue adscrita al movimiento surrealista.

Hoy en día, con setenta y pico años de evolución del género, aquella complejidad queda bastante descafeinada. «El mundo de los no-A», con sus tímidos juegos en torno a la identidad, la realidad y la memoria, no ofrece nada que autores posteriores (principalmente Dick) no hayan desarrollado con mucha mayor profundidad, y la falta de planificación se hace patente con una estructura repetitiva (captura-huida-captura-…) e inconexa. Si a ello le añadimos la escasa credibilidad que ha logrado mantener su filosofía de base (y lo mal que queda plasmada en la novela), el resultado no puede ser más decepcionante para una obra que se anuncia como de las más polémicas que ha dado el género.

Consideremos ahora por un momento esos aspectos filosóficos, que pese a constituir un elemento fallido son lo más interesante desde una perspectiva histórica. Las ideas de base provienen de la semántica general, una disciplina a medias filosófica, a medias práctica, presentada por Alfred Korzybski en 1933. La mitad filosófica trata sobre las limitaciones de nuestra percepción y la necesidad de aceptar que la realidad difiere de las sensaciones y no puede ser expresada fielmente a través del lenguaje (limitados ambos por la arquitectura de nuestro sistema nervioso). A este respecto acuñó la celebre frase «el mapa no es el territorio». Para tratar con esta divergencia, Korzybski propuso el uso de lógica no aristotélica (con más estados que simplemente verdadero o falso), como herramienta de evaluación.

La vertiente práctica de la semántica general resulta más controvertida. Korzybski y sus seguidores sostenían que un adecuado entrenamiento permitía integrar las capacidades cerebrales (por ejemplo, el córtex humano con el tálamo animal) y maximizar así el potencial humano. Este tipo de ideas fueron muy populares en Estados Unidos durante los años cuarenta y cincuenta y John W. Campbell invitaba a sus escritores a trabajar con ellas. Así, Van Vogt utilizó la semántica general como base para «El mundo de los no-A» (y otros autores como Asimov o Heinlein la incorporaron parcialmente en algún escrito), e incluso L. Ron Hubbard inventó su propio sistema, la base de su Cienciología, a la que llamó Dianética (A. E. van Vogt llegó a dirigir el tinglado dianético de California en 1950, aunque se alejó de Hubbard, al igual que Campbell, cuando la broma pasó de sistema filosófico práctico a religión). Huelga decir lo poco convincente que resulta hoy en día, pese a los intentos del autor por seguir defendiendo su preciosa semántica general en la introducción a la edición de 1970.

Otro escollo lo encontramos en el apartado ideológico. En «El mundo de los no-A» se percibe claramente la sombra de la Segunda Guerra Mundial. No cuesta apenas esfuerzo relacionar al expansivo imperio con la Alemania Nazi, a la que se opone una Liga de Naciones poco resolutiva. En cuanto a los no aristotélicos humanos… en fin, Van Vogt era canadiense de nacimiento, pero se integró perfectamente a la cultura estadounidense, hasta el punto de asumir a la perfección su mitología pionera. A partir de ahí, sin embargo, comete el error de proponer soluciones con un parecido más que razonable con el problema que pretenden abordar.

Con su sistema de selección, su migración restringida (que implica segregación reproductiva), su moral adaptable a las circunstancias y la prevalencia manifiesta de la disciplina no-A, todo el tinglado arroja un tufillo a superioridad racial (disfrazada como ultraindividualismo) que echa de espaldas. Es verdad que los genocidios quedan en exclusiva para el imperio invasor, pero desde una perspectiva moral Gosseyn y el grupo de rebeldes que conspiran junto con él no representan una amenaza mucho menor a la libertad personal de la gente normal (se le ha recriminado a menudo al autor su querencia por las dictaduras «benévolas»). Resulta irónico cómo para rechazar las formas acaba imitando en el fondo a la ideología nazi.

En cualquier caso, tampoco conviene hacer demasiada sangre con todo esto. El desarrollo de la historia es lo suficientemente alocado como para dejar cualquier posible ideología en segundo plano. Gosseyn se deja llevar por los acontecimientos sin dedicarles mucha reflexión (para ser un afinado practicante de la disciplina no-A, lo cierto es que no acierta una), y eso supone una invitación para que el lector haga lo mismo y evite dejarse atrapar por preconcepciones. Por añadidura, para ser una obra escrita originalmente en 1945, contiene elementos interesantes, como la que quizás sea una de las primeras referencias a un proceso de terraformación planetaria (para convertir Venus en un paraíso tropical… cabe señalar que faltaban más de quince años para que las sondas rusas y americanas visitaran el segundo planeta y el consenso general distaba mucho más de la realidad), por no hablar de un extraordinario cliffhanger… que pierde algo de potencia al separar sólo dos capítulos en vez de suponer el fin de la segunda entrega de la versión serializada y de un final que hubiera sido genial si hubiera sido previsto y preparado de antemano.

La conclusión deja abiertas tantas cuestiones como resuelve, lo que le permitió al autor escribir una continuación, «Los jugadores de no-A» (serializada entre 1948 y 1949 en Astounding, aunque no vio la luz como libro hasta 1956). Mucho más tarde, en 1985, como una de sus últimas obras, publicó «Null-A three», aunque los resultados fueron tan insatisfactorios que cuando los herederos de Van Vogt permitieron a John C. Wright escribir una continuación oficial («Null-A continuum», 2008), éste decidió obviar la tercera entrega por completo.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 2, 2012.

2 respuestas to “El mundo de los no-A”

  1. Ufff, que recuerdos con este comentario, Sergio. La edición de Acervo está por ahí llenándose de polvo, y las tertulias en el grupo de estudios de lógica y filosofía que teníamos en el instituto quedan ya en la imagen de aquellos años muy lejanos. No la he vuelto a leer desde que lo hice en aquella época, pero siento ver que ha envejecido mal :) Por desgracia, se trata de un problema bastante común a las novelas pioneras en este género. La vida y la historia ha dado más de si que las imaginaciones más portentosas de esa época.

    • Aquí creo que es un problema de capacidad literaria y filosófica de A. E. van Vogt. Lo que Damon Knight y otros señalaban era que solía morder mucho más de lo que podía masticar (lo cual, por otro lado, confiere a su obra la extrañeza y ambigüedad que atrajo a otros a ella).

      «Hacedor de estrellas» es anterior y no ha quedado para nada superada (claro que Olaf Stapledon aparte de escritor fue un filósofo de reconocido prestigio). Las grandes novelas «encuentran» la forma de mantener su relevancia incluso cuando sus referentes directos han quedado obsoletos. De algún modo, conectan con facetas más profundas del ser humano (algo que es imposible predecir contemporáneamente; sólo el tiempo dicta setencia).

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