El hombre hembra

Durante los años 70, aprovechando los espacios abiertos por la New Wave, se produjo la incorporación de las mujeres a la ciencia ficción (campo en el que hasta el momento se podían contar con los dedos de una mano). Precisamente por tratarse de una «conquista de territorio», fue un fenómeno integrado en la segunda ola de movimientos feministas (que, generalizando muchísimo, podríamos vincular en los EE.UU. con el acceso por necesidades bélicas al mercado laboral de muchas mujeres durante la Segunda Guerra Mundial, su posterior discriminación en favor de los ex combatientes y como reacción contra el modelo femenino auspiciado por el baby boom de las dos décadas posteriores).

La identidad sexual y el desafío a los tradicionales roles femeninos fueron tema habitual de estas autoras (aunque no único, por supuesto), siendo dos las novelas más representativas. Por un lado, «La mano izquierda de la oscuridad«, de Ursula K. Le Guin (obra multipremiada que elimina la dualidad macho/hembra, proponiendo y analizando una sociedad asexuada), que, publicada en 1969, puede considerarse la precursora del movimiento. Por otro, la que nos ocupa, «El hombre hembra» («The female man»), de Joanna Russ, escrita en 1970 pero publicada en 1975, que constituye la más ideológica de entre las obras de ciencia ficción feminista.

El protagonismo de la obra se reparte principalmente entre cuatro mujeres: Jeannine, Joanna, Janet y Jael, habitantes de cuatro mundos paralelos (aunque no en el mismo momento cronológico). Gracias a una avanzada tecnología cuántica (nunca explicada), Janet y Jael pueden viajar entre los distintos mundos, reuniendo a las cuatro (genotípicamente equivalentes) y confrontando ideas y experiencias (es decir, condicionantes culturales, que son los que determinan sus diferencias). Los motivos para ello son secundarios. Lo que le interesa a la autora es examinar diversas cuestiones vinculadas con la causa feminista, y para ello hace uso de las herramientas propias de la ciencia ficción.

Así, por ejemplo, el mundo de Jeannine es ucrónico. En su línea temporal la Segunda Guerra Mundial nunca llegó a estallar y la sociedad (de finales de los años 60) sigue inmersa en una crisis económica que fortalece el papel masculino de proveedor y el femenino de esposa supeditada a su marido (hasta el punto que su «éxito» social viene determinado por la consecución de un buen matrimonio… o uno malo, si no hay más remedio; cualquier cosa menos una fracasada soltería).

En el extremo opuesto encontramos la utopía de Whileaway, el mundo de Janet, una sociedad constituida exclusivamente por mujeres (dado que todos los hombres perecieron en una epidemia ochocientos años antes). A lo largo del libro, sobre todo en sus primeros capítulos, se nos describe en detalle, exponiendo su estructura social, su organización laboral, su ecologismo (otro de los movimientos de la época que encontraron terreno fértil en la ciencia ficción, presentándose a menudo de la mano del feminismo)… Se insinúa, aunque no llega a explicitarse, que esta sociedad tiene sus orígenes en el comunismo, al tener el feminismo de la época fuertes conexiones con la ideología marxista (siendo dos de los principales frentes de batalla la incorporación de la mujer al entramado productivo y la corresponsabilidad comunitaria en la crianza; facetas ambas abordadas en el modo de vida whileawayano).

El mundo de Joanna, por su parte, es reflejo del contemporáneo de la homónima autora, con una sociedad en la que empiezan a permear a las ideas feministas, aunque su sustrato sea fundamentalmente machista. En particular, Joanna (el personaje) se ha visto obligada a «transformarse» en hombre para reclamar la posición de igualdad que por derecho le pertenece. De ahí el título de la novela.

Por último, el mundo de Jael, que no se nos presenta hasta el octavo y penúltimo capítulo, pertenece a un futuro cercano (principios o mediados del siglo XXI), en el que existe una guerra declarada entre hombres y mujeres, que ya viven en territorios completamente segregados. Jael, de hecho, es una asesina de machos.

La interacción entre las cuatro mujeres desafía sus concepciones culturales y el modo en que cada una de ellas concibe la feminidad, al tiempo que confronta al lector con el machismo predominante en la sociedad (con agresividad y tendenciosidad nada disimuladas, que hay un mensaje que transmitir). La novela hace uso de la narración fragmentada (tanto en secuencia lógica como temporal), para jugar con el concepto de identidad, siendo a menudo imposible determinar con absoluta precisión a través de qué personaje se nos presenta cada fragmento y a quién se refieren pronombres como «yo» o «ella». De igual modo, la identidad sexual constituye un elemento de gran importancia, desde la sumisión de Jeannine a un marido débil hasta el lesbianismo (obligatorio) de Janet y el despertar (homo)sexual de una adolescente del mundo de Joanna (de quien también se insinúa una orientación lésbica).

Por su estructura y recursos estilísticos, se suele considerar que «El hombre hembra» es una lectura compleja, que ofrece pocas satisfacciones desde una perspectiva narrativa tradicional. Personalmente, considero que abusa de estas características, fragmentando innecesariamente la tesis, lo cual la limita a una serie de proposiciones aisladas, que no llegan a configurar un discurso sólido (aunque sí abierto a diversas interpretaciones, incluso metafóricas, a través de la omnipresencia de símbolos como la luna). Esto es debido en parte a que «El hombre hembra» no está escrito desde la meditación, sino que lo espolea la rabia, una rabia que se sublima en los últimos capítulos, en los fragmentos dedicados al mundo de Jael (una fantasía revanchista, que paga la violencia con una violencia aún mayor, cosifica al hombre hasta transformarlo en poco menos que un consolador sin voluntad y justifica la misandria más radical). Por supuesto, unos capítulos antes Joanna Russ ya se ha ocupado de poner la venda antes que la herida, poniendo en boca de hipotéticos críticos toda clase de lindezas en contra del libro.

¿Va en serio todo ese arrebato? Si entendemos esto como que pretende dibujar un futuro deseable, la respuesta debe ser un rotundo no. «El hombre hembra» no trata del futuro, sino de la situación específica de las relaciones hombre/mujer y del feminismo en el momento de su publicación. Trata sobre los antecendetes (a través de los ojos de Jeannine), las expectativas (en la utopia whileawayana) y el espíritu beligerante (aportado principalmente por Jael), y la autocrítica no está del todo exenta (una autocrítica limitada, acorde con su época, que desde la publicación del libro la conocida como tercera ola del feminismo ha elaborado una crítica mucho más profunda de algunas de las ideas sobre las que se fundamenta, que pecan, entre otras cuestiones, de cierta miopía cultural, centrada en la mujer norteamericana de raza blanca y clase media-alta).

«El hombre hembra» obtuvo una nominación a los premios Nebula en 1976 (aunque ese año se pulverizaron todos los récords con nada menos que 18 finalistas). Retrospectivamente, se le concedió un Premio James Tiptree Jr. (en honor de la pionera autora Alice B. Sheldon, para obras que exploran la comprensión del propio género), junto con el relato «Cuando todo cambió», una narración alternativa protagonizada por Janet en torno a la llegada de unos exploradores (hombres) a Whileaway. El cuento formó parte de la antología «Again, Dangerous Visions» en 1972 (tres años antes de la publicación de «El hombre hembra», pero dos después de su escritura), y cosechó el premio Nebula, siendo finalista en los Hugo.

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en junio 25, 2012.

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