Venus decapitada

Con «Venus decapitada» Sergio Parra bucea en territorios afines a los de su serie de Jitanfáfora. Con una salvedad. Nosotros, los lectores, no somos magos (ni siquiera en su vertiente racional). Sin embargo, todos y cada uno de nosotros tenemos un sexo. Masculino o femenino. Un dicotomía básica del género humano que nos distribuye en dos bandos tradicionalmente enfrentados. Condenados por pulsión evolutiva a encontrarse en una frontera que es tierra de nadie. Escenario de escaramuzas, alianzas, victorias y rendiciones incondicionales.

En otras palabras, la disección fría y metódica de los roles sexuales que se nos muestra en «Venus decapitada» nos afecta de lleno. Esta novela no permite distancia de seguridad. Sus análisis y exposiciones nos explotan en las narices, así que conviene no tenerlas demasiado sensibles.

El protagonista/narrador de la historia es Isaac Martínez, un periodista que sobrevive como redactor escéptico de una revista esotérica de poca monta. Al menos esos son sus orígenes, porque desde un futuro indeterminado, preso y aguardando sentencia, nos narra los orígenes de la escalada armamentística que conducirá a la segregación absoluta de los sexos. Un desarrollo en absoluto espontáneo, pues hay un cerebro orquestando los movimientos y unas manos disponiendo las piezas para el envite inicial: el cerebro y las manos de Perfecto Cebrián, el mejor (y único) amigo de Isaac.

Perfecto se nos muestra como un personaje extremo. Tan magnético como repulsivo. Bajo su influencia, Isaac no es sino una hoja que se deja arrastrar por la corriente de misoginia exacerbada. Con una postura casi entomológica, desmonta sin misericordia las estrategias sexuales, pintándolas como producto del ciego y egoista impulso reproductivo, despojadas de justificaciones. Su megalomaníaco propósito: romper los grilletes de ese gigantesco (auto)engaño e independizar a hombre de mujer, convertidos, a efectos prácticos, en dos especies que, por alguna broma del destino, se necesitan para asegurar la perpetuación.

De la mano del pasivo Isaac, asistimos a los primeros pasos del plan de Perfecto (en la industria del porno amateur) y somos depositarios de discurso tras discurso desmitificador y campaña de acoso y derribo contra lo femenino. Así se desgranan para nuestro beneficio los preceptos de una suerte de nihilismo sexual, que niega el valor e incluso la necesidad de seguir sometidos a un impulso animal. La ampulosidad de Perfecto se ve contrarrestada por la pasividad casi enfermiza de Isaac, que de pasivo cronista (un poco al estilo del doctor Watson) deviene en poco menos que voyeur (incluso cuando toma parte «activa» en los manejos de Perfecto y la troupe que monta a su alrededor, su función es la de receptáculo, herramienta, mero canal de transmisión).

El estilo recargado y excesivo, afín al de «Jitanjáfora», atasca por momentos «Venus decapitada» en una grandilocuencia que encaja con la amplitud de miras, pero ralentiza el primer plano en que se mueve la historia. Las viñetas intercaladas, que nos muestran escenas de la contienda venidera, proporcionan respiro y enriquecen la trama (pintando un mundo futuro distópico, que no ha podido sino recordarme al imaginado por Jamie Delano en «Mundo sin FIN», una miniserie de DC de 1990). El grueso de la novela, sin embargo, pertenece a Isaac (es decir, a Perfecto).

Todo cuanto se expone (en contra, principalmente, del comportamiento femenino, aunque los hombres también reciben de vez en cuando lo suyo) es estrictamente cierto. Ahora bien, el resultado al que se apunta hace pertinente la pregunta de si esos «grilletes» de los que Perfecto nos quiere liberar no son en realidad parte consustancial del ser humano, que libre de ellos, libre de esa esclavitud, ya no es nada (o nada que merezca la pena).

Claro que, ¿quién nos dice que Perfecto Cebrián no es perfectamente consciente de ello? ¿Que no quiere liberar, sino destruir?

Quizás personalmente me falte un poco más de análisis (o incluso exposición) de las consecuencias (por el propio artificio narrativo quedan fuera de la visión del cronista… lo cual, por supuesto, no es óbice para que se nos ofrezcan las antedichas viñetas). Sin una tesis más desarrollada, «Venus decapitada» se muestra como una pildora aspera, dura de tragar (careciendo también del humor irónico de «Jitanjáfora»), sin concesiones ni recompensas ulteriores.

Es posible que esta indefinición lleve implícito un reto. El reto de contemplar la cruda realidad e integrarla en una filosofía que ya no nazca del autoengaño, sino de la autoafirmación. Un reto, por cierto, en el que Perfecto Cebrián fracasa estrepitosamente… y que Isaac, directamente, evita afrontar (aunque también es cierto que el autor hace un poco de «trampa» con el pobre Isaac, sin concederle en ningún momento la menor oportunidad… un determinismo que no acaba de gustarme como recurso narrativo, pues en estos casos, al concluir la función, siempre me queda la sensación de haber estado jugando una partida de póker con las cartas marcadas).

Agradezco a Viaje a Bizancio Ediciones el envío de un ejemplar de «Venus decapitada» para su reseña en Rescepto.

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~ por Sergio en May 17, 2012.

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