El árbol familiar

La mejor forma de presentar “El árbol familiar” (“The family tree”, Sheri S. Tepper, 1997) es con la cita que figura en la contraportada de su edición de Nova: “Esta mujer (sustitúyase por “libro”) tiene un mensaje que transmitir”. Lo cual no siempre es una buena noticia.

Sheri Tepper es una escritora estadounidense que empezó a publicar novelas de fantasía pasados los cincuenta años, a principios de los 80, derivando un tanto hacia la ciencia ficción desde finales de esa década. En su obra es patente la influencia de las autoras feministas de los años 70 (en particular de Le Guin), aunque no es ajeno a la ideología de sus novelas el hecho de que fuera durante veinte años directora de un importante centro de planificación familiar.

Con “El árbol familiar”, sin abandonar del todo el discurso sobre la discrepancia de los roles entre ambos géneros (que ya trató en profundidad en 1988 con “La puerta al país de la mujeres”), se centra más en crear un alegato ecologista, que por desgracia se le va de la manos transformándose en la fantasía megalómana de una activista radical.

La novela se articula en función de dos narraciones paralelas, que no convergen hasta bien pasados los dos tercios del libro. La primera se ambienta en el presente (de 1997), y está protagonizada por Dora (¿Pandora?), una mujer policía con ciertos traumas de índole sexual, casada (al menos formalmente) con un obseso del orden. La segunda nos presenta la búsqueda de un variopinto grupo de aventureros en un mundo propio de la fantasía épica, con una ambientación decididamente orientalista. Ambas realidades se enfrentan a una profunda crisis. En nuestro tiempo, las ciudades se ven invadidas por unos árboles de crecimiento ultrarrápido, que presentan signos de autoconciencia y parecen tener un propósito: imponer por la fuerza los preceptos ecologistas. En… el otro tiempo, el príncipe Sahir, con sus sirvientes Orejas de Ópalo y Soaz y una modesta escolta, se embarca en una búsqueda, inspirada por una profecía, cuyo objetivo es el recóndito monasterio de San Weel. Por el camino se les unen el príncipe Izakar (un poco erudito, un poco mago), un grupo de onchikis guiados por sus fortunas y la condesa Elianne (cuyo pequeño estado-vasallo se encuentra comprometido en intrigas imperiales), con una revuelta arbórea de fondo y la amenaza profetizada de un futuro próximo en el que la inteligencia racional ha sido erradica.

Antes de proseguir con mi análisis, he de contradecir un par de opiniones expresadas por Miquel Barceló en la presentación del libro. Primero, las aventuras de Orejas de Ópalo (la cronista oficiosa) y compañía tienen muy poco de tolkienianas. Sí, asumen los viejos arquetipos de la búsqueda (quest) y el viaje, pero ahí acaban todos los paralelismos. Incluso en su intención no pueden divergir más “El árbol familiar” y “El Señor de los Anillos”. Tolkien detestaba la alegoría, y Tepper la abraza por encima de cualquier desarrollo lógico; después de todo, tiene un mensaje que transmitir.

El segundo punto en que discrepo de Barceló es en la consideración de “El árbol familiar” como ciencia ficción. No me basta con que se use un elemento clásico de la cifi como es el viaje en el tiempo para otorgar esta clasificación. No es sino un artificio argumental, un conector necesario para vehicular el mensaje (para mostrar actos y consecuencias). Incluso el uso de bioingeniería carece de cualquier intención especulativa. Cuando la distinción entre magia y tecnología se convierte en una simple cuestión de nomenclatura se impone el recurrir a otro baremo para discernir entre fantasía y ciencia ficción, y yo me decanto por el de la coherencia y la intencionalidad.

Examinemos el primer requisito. Coherencia externa, con las leyes naturales tal y como las conocemos, y coherencia interna, para asegurar dos características fundamentales de la ciencia: establecimiento de una relación causal y reproducibilidad. La externa se ocupa pronto de destrozarla, con manipulaciones imposibles (sobre todo por su uniformidad), la interna le cuesta algo más, pero se derrumba junto con la coherencia argumental en el momento mismo en que las líneas dramáticas convergen.

Respecto a la intencionalidad, concibo la ciencia ficción como un género especulativo; la respuesta a cualquiera de esas preguntas tan interesantes que empiezan a formularse con un “¿Qué pasaría si…?”. La especulación, dependiendo de autores, puede estar más o menos condicionada (es algo imposible de evitar, pues al tratarse de un constructo artificial, depende de los conocimientos y convicciones filosóficas del escritor), pero debe ser un fin en sí misma. Cuando nos la encontramos reducida (forzada) a un medio, a estar preconcebida para ajustarse a unos parámetros estrictos, estamos hablando de alegoría. Sin un mínimo de libertad especulativa, no puede haber ciencia ficción. Tal es el caso de “El árbol familiar”.

Esto, por sí solo, no debería ser razón suficiente para descartar la novela. He leído alegorías magníficas, como “La guerra de las salamandras”, de Karel Capek, y grandes novelas de ciencia ficción centradas en la transmisión de un mensaje, como “Más verde de lo que creéis” de Ward Moore. Sin embargo, esta obra de Tepper presenta otras deficiencias. Está tan preocupada por aleccionarnos que, llegados a un punto (la ya famosa convergencia de líneas), la estructuración lógica de los hechos deja de tener importancia: se empiezan a dar sucesos arbitrarios, se ofrecen explicaciones sorpresa que lo son porque no tienen mucho sentido y se revelan misterios que machacan a la coherencia interna y luego se ríen de sus restos.

Es una pena, porque, salvados unos inicios un tanto decepcionantes, las dos narraciones avanzan con un ritmo muy bien medido y no cuesta mucho empatizar con los personajes. Ciertamente, hasta que las necesidades de la alegoría no toman las riendas, “El árbol familiar” constituye una fantasía más que apreciable. Cabría destacar, por ejemplo, el concepto de las “fortunas”, una particular fusión de pagarés y profecías, o las disquisiciones de índole religiosa, como la cosmogonía burbujista y sus implicaciones sociales.

Por último, me veo en la obligación de hacer mención de la faceta ideológica de la novela. Por mucho que pueda estar a favor de las tesis ecologistas, existen límites que no deben sobrepasarse. A Heinlein se le tacha de fascista por muchísimo menos de lo que propone Tepper en esta obra.

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en abril 7, 2010.

5 respuestas to “El árbol familiar”

  1. De nuevo hacen aparición mis prejuicios con las escritoras de fantasía y cifi de los 70-80. Tuve un par de decepciones y desde entonces me las prohibí. Ya no lo intento con ninguna, y las críticas de este sitio hacen que mi decisión se afirme.

    Y una pregunta: ¿Cuántas horas al día tiene para leer? ¿27?

  2. Supongo que hay un poco de todo. El problema es que cuando una ideología (la que sea) debe compartir espacio con la literatura, la convivencia no siempre es sencilla. De Sheri S. Tepper, por ejemplo, guardo muy buen recuerdo de «Tras el largo silencio» (aunque la leí hará unos veinte años, así que tomémoslo con pinzas), y bastante malo de «La bella durmiente». Por supuesto, Le Guin es una de los creadores (de cualquier sexo) mejor considerados (aunque a mí nunca ha acabado de atraerme, a ver si cuando porl fin me decida a leer «La mano izquierda de la oscuridad» o «El nombre del mundo es Bosque»…).

    Respecto a la pregunta de las horas… Esta semana muchas, de normal, echo mano de las horas acumuladas durante muchos años de lectura compulsiva (y del nunca bien ponderado comodín de la consulta en internet). Habrán sido más de un millar de libros de género, y tengo bastante buena memoria (aunque nada puede sustituir la reflexión en caliente).

  3. A mi Le Guin tampoco me ha convencido nunca. Y eso que he tenido buena, óptima diría, voluntad con sus libros. Pero nada, abro sus páginas y sale un viento frío que me deja helado, indiferente.

  4. Joder, si soltáis alguna generalización más o algún estereotipo más sí que va a parecer algo.

    A ver, lo de «es ciencia ficción» o «no es ciencia ficción» lo veo un debate puramente infantil a estas alturas de la vida, que si no nos cargamos a 1984 como obra de cf y tan panchos. Y otra cosa es el libro, que a mí me parece magnífico tanto de forma como de contenido, y que veo malinterpretado tanto por Miquel Barceló como por la mayoría de los lectores: Sheri Tepper NO ES LOS PERSONAJES. NO DICE LO DE LOS PERSONAJES. De hecho SE RIE DE ELLOS.

    El truco de Tepper, o el que he visto aquí, en La Bella Durmiente y en Hierba – el mejor de todos- es exponer puntos de vista exagerados que se contraponen con otros puntos de vista exagerados. Y la solución que propone el libro a una distopía actual es otra distopía: el «mensaje» de Tepper es que con soluciones radicales ante problemas radicales sólo se consigue una distopía más radical. De ahí que el final es una muestra de un humor tan malévolo e irónico que sólo recuerdo algo parecido en el fantástico final de «Un caso de conciencia» (otro libro que se interpreta de forma literal, sin darle un espacio al escritor para la doble interpretación o la ironía).

    Y es esto lo que me mosquea. ¿No sabemos leer a Gene Wolfe, quien escribe según el punto de vista del personaje y según sus prejuicios? Que es algo compartido por gran parte de la new wave, de la que Tepper bebe mucho, la ambigüedad de los puntos de vista y demás. ¿O tomamos al escritor como el personaje principal de sus obras? ¿Sawyer era predicador en «El cálculo de Dios» y ateo radical en la saga de los homínidos»? ¿Pohl justificaba la violencia contra las mujeres? ¿Joanna Russ fomenta la dictadura de las mujeres?

    No, en todos los casos no.

    Y ya, que me he levantado radical yo también por cuestiones ajenas.

  5. Discrepo de esta lectura de las intenciones de Tepper. Su background personal, así como la tendencia general de su obra, apunta hacia otra interpretación. Posiblemente sí busque la exageración, pero no con intencionalidad paródica, sino para reforzar el mensaje a través de la hipérbole (no es el primer libro de esta temática en que lo encuentro).

    En cualquier caso, el fallo de la novela no reside en su ideología (se interprete como se interprete), sino en su brutal incoherencia interna. Cuando, a partir de los dos tercios de historia, se empiezan a apilar giros argumentales arbitrarios, pierde de golpe todos los créditos que ha ido acumulando a base de pulso narrativo y planteamientos intrigantes (y continúa hundiéndose en la miseria hasta tocar fondo con la ridícula sorpresa final).

    El autor puede no ser el personaje principal de sus obras, pero desde luego sí que es el origen de la filosofía en que se fundamentan. Lo siento mucho, pero no veo «El árbol familiar» como una crítica al radicalismo. En todo caso, sería la expresión de un radicalismo potencial, sin verdadero ánimo de concreción, como simple toque de atención (o como pataleta, según se mire).

    Y ya que se menciona… «El cálculo de Dios» es un panfleto creacionista; y no sé qué sería peor, que hubiera sido escrito con ánimo proselitista o con cínico propósito mercantilista. Así que, como además Sawyer me parece un pésimo novelista (buenos planteamientos, aburridos desarrollos y horrendos desenlaces), dudo que vaya a probar con «Homínidos» o cualquier otra novela suya (con tres ya he tenido suficiente).

    Tan equivocado como identificar al ciento por ciento autor y obra, sería negar que la literatura es en última instancia transmisión de ideas, y que la ideología del escritor acaba permeando. ¿O acaso «1984» no tiene nada que decir sobre los totalitarismos? Y, teniéndolo, nadie acusa a Orwell de defender la existencia de un estado fascista, pese a que no sólo nos presenta sus mecanismos internos, sino que al final los hace prevalecer.

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