Fantasmas (Peter Straub)

A principios de los años setenta Peter Straub era una joven autor tratando de abrise camino. Tras tres libros de poesía y una novela, su agente, que se estaba encontrando con dificultades para colocar su segunda novela (que, de hecho, no publicó hasta doce años después), le sugirió orientarse hacia ese género que estaba poniéndose tan de moda, la novela gótica (es decir, la novela de terror).

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En 1971, William Peter Blatty había roto todos los registros con «El exorcista«, y para 1974 ya había iniciado su exitosa carrera Stephen King con «Carrie». En medio de ese panorama, Straub obtuvo su primer éxito modesto con «Julia» (que sería adaptada al cine dos años después), seguida por «Si pudieras verme ahora» (1977), aunque cuando realmente despegó su carrera fue a la tercera, con «Fantasmas» («Ghost story», 1979), que lo situó en un lugar preeminente dentro del panorama del terror que ya no ha abandonado.

La historia arranca un año después de la muerte de uno de los integrantes de la Chowder Society, un grupo de cinco amigos de edad madura de la pequeña ciudad de Milburn, Nueva York, que se reúnen semanalmente para beber y charlar. Tras aquel acontecimiento disruptivo, han empezado a dedicar estas sesiones a contarse cuentos de fantasmas que podrían o no haberles acontecido, mientras un horror inefable comienza a contaminar sus sueños, entrelazado todo ello con un secreto oscuro que guardan desde hace cuatro décadas y que todos ellos sienten que se encuentra en la raíz de sus tribulaciones.

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Cada vez más atrapados en una red de fatalismo que se extiende sobre la ciudad, acuerdan escribir al sobrino del fallecido, un autor de libros de terror moderadamente exitoso, invitándolo a visitarlos para discutir con él la situación. Antes de que pueda presentarse, sin embargo, un segundo miembro de la Chowder Society fallece (cometiendo aparentemente un suicidio), y esto es solo el preludio para una espiral de horror que va envolviendo no solo a los miembros supervivientes del quinteto (y al joven escritor), sino a toda la ciudad, que parece encontrarse en el punto de mira de un mal ancestral, que parece manifestarse bajo la apariencia de diversas mujeres fatales, acompañadas por manifestaciones fantasmales.

«Fantasmas» es una novela que se toma su tiempo para crear la atmósfera. Juega a introducir poco a poco el elemento sobrenatural, dedicando páginas y más páginas a acontecimientos aparentemente banales, hasta que en un momento dado golpea, haciendo avanzar la historia a través de una multitud de puntos de vista, a un ritmo que va incrementándose a medida que esta presencia malévola va pasando de lo meramente insinuado a la intervención explícita (ayuda a aceptar este esquema, que bordea en los compases iniciales de la novela lo anodino, un prólogo que lo reproduce a escala, transitando con maestría de lo trivial a lo inquietante, y de ahí finalmente a lo perturbador).

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Dentro de esta estructura, cobran especial importancia las narraciones dentro de la narración, esos cuentos de terror que intercambian entre sí los protagonistas (o que nos narran a nosotros). Son pequeñas historias autocontenidas, que en la tradición del Decamerón o los Cuentos de Canterbury, no solo construyen la atmósfera, sino que van tejiendo la red destinada a dejar Milburn a la merced de unas criaturas que constituyen la materia prima misma de la que han surgido pesadillas como los vampiros o los hombres lobo que pueblan nuestros relatos de terror.

No se le puede negar ambición a Straub, que bebe explícitamente de los grandes maestros del horror estadounidense (Edgar Allan Poe, Henry James y Nathaniel Hawthorne), tomando su romanticismo oscuro y aportando a través del escenario urbano un toque de modernidad (y cercanía) a un tema tan clásico como el del pecado ancestral que exige compensación (aunque luego la arbitrariedad de la amenaza y la transformación de la víctima en verdugo subvierte esta interpretación y dibuja un paisaje ético mucho más ambiguo, que es a su vez reflejo de los claroscuros de la propia Milburn).

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Este giro urbano, que transforma a la ciudad en una protagonista más de la novela, lo imprimió Straub a imitación de Stephen King en «El misterio de Salem’s Lot», aunque su estilo es mucho más literariamente clásico que el de su colega de Maine, con el que le une una larga y estrecha relación (han cofirmado la por ahora bilogía «El talismán»/»Casa negra»). La influencia circula también en el otro sentido, pues es posible encontrar en Milburn el germen de la Derry de «It» (por no habar de que el Doctor Pata de Cabra, creación ficticia de uno de los personajes de «Fantasmas», parece constituir un antecedente directo del Leland Gaunt de «La tienda»).

A Straub, sin embargo, no le interesan tanto los grandes conflictos (bien/mal) como los fantasmas personales, que si en Milburn se manifiestan de un modo explícito no dejan de constituir concreciones metafóricas de flaquezas humanas (como el egoísmo, la hipocresía, la vanidad o la lujuria). De hecho, como ya he comentado, toda la novela se haya imbuida de una moralidad ambigua, sin buenos y malos absolutos, que tan solo pierde algo de fuerza cuando el autor se ve obligado a proporcionar un cierre satisfactorio, lo cual no logra por completo (ni desde un punto de vista narrativo, con una suerte de final feliz forzado; ni desde el filosófico).

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Otra cuestión que a día de hoy choca es la misoginia que lo envuelve todo. Aunque se trate probablemente de una cuestión impremeditada, la prevalencia de la figura de la mujer fatal como desencadenante de (casi) todos los horrores resulta un tanto machacona, y si bien se podría argumentar que es la actitud de los hombres con que se cruza la que conduce a la caída, por lo que podría considerársela un mero catalizador, lo cierto es que no puedo dejar de señalar esta circunstancia, exacerbada por la casi absoluta carencia del punto de vista femenino (que queda circunscrito a un par de esposas adúlteras, que no hacen mucho por compensar el desequilibrio entre sexos).

Cuestiones poco menos que impensables en el momento de su escritura al margen, lo cierto es que «Fantasmas» constituye una narración modélica, que consigue aunar tradición y modernidad (de 1979), llevando el cuento de fantasmas a un terreno casi postmoderno en su planteamiento filosófico (que no literario, pues a nivel de estilo se asienta todavía en estructuras clásicas, apenas influidas por el modelo de bestseller que se estaba configurando en esos años).

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No es de extrañar que confirmara a Straub como uno de los grandes nombres del terror, destinado a convertirse en uno de los pilares del género durante las décadas siguientes.

Otras opiniones:

~ por Sergio en octubre 27, 2020.

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