Sumerki (Crepúsculo)

Tras el éxito de «Metro 2033», Dmitri Glujovski ( Дмитрий Алексе́евич Глуховский, trasliterado oficialmente a nivel editorial siguiendo de forma bastante tonta las convenciones del inglés como Dmitry Glukhovsky) abordó un segundo proyecto de ficción online, publicando en su blog por entregas una segunda novela, «Crepúsculo» («Сумерки»), aparecida en formato de libro en 2007, justo antes de consolidarse definitivamente con el superéxito que fue «Metro 2034».

Al contrario que en su serie más famosa, en «Sumerki» no nos encontramos con un futuro distópico, aunque sí con la idea central de decadencia y muerte, a través de la historia de Dmitri Alekséievich, un traductor moscovita al que se le encarga un trabajo extraño: la traducción al ruso de un viejo tratado español del siglo XVI, en el que un tal Luis Casas del Lagarzo narra una malhadada expedición al mando de un tal Gerónimo Núñez de Balboa (el nombre es una mezcla de los históricos Gerónimo de Aguilar y Vasco Núñez de Balboa) por el Yucatán, a la búsqueda de un extraño códice maya, la Crónica del Porvenir (con protagonismo secundario de Juan Nachi Cocom, un antiguo líder de la resistencia indígena por aquella época ya convertido al cristianismo).

Las peculiaridades del encargo se ponen pronto de manifiesto, ya que el misterioso cliente se empeña en ir pasando a la agencia el trabajo en pliegos sueltos (de los que, además, Dmitri desconoce el primero, trabajado por un traductor previo), pero es que además pronto empieza a captar una especie de interferencias de la realidad maya de quinientos años antes en la cotidianidad rusa contemporánea, con el rugido de los jáguares llenando la noche, figuras amenazantes perfilándose en su umbral e incluso crímenes violentos e inexplicables que empiezan a sucederse en su entorno.

Es un planteamiento que fácilmente hubiera podido derivar en una teoría conspiranoica, llevando a la novela por los trillados caminos del thriller moderno, pero Glujovski no está interesado en eso. Hay que tener muy presente que no es una novela americana, sino rusa, y aun más que rusa, postsoviética, y algo así marca por completo la diferencia, porque está escrita desde la percepción irrefutable de la decadencia. Así pues, quien espere una trama detectivesca para prevenir el apocalipsis que tal o cual grupo oculto pretende desencadenar sobre la Tierra se llevaría una decepción, porque no es eso lo que le interesa al autor. Para el libro, el apocalipsis, el fin de los tiempos, no es una amenaza potencial, simplemente es, y solo cabe saber interpretarlo correctamente.

«Sumerki» es una novela con un ritmo pausado y un tanto episódico (que pone de manifiesto sus inicios serializados), pero que sabe dosificar bastante bien sus revelaciones y mantener el misterio, cada vez más fantástico. Resulta curioso ver el tratamiento de un ruso respecto a un episodio de la conquista de América, aunque es algo que está bastante bien llevado (de lo que habrá que agradecer también al traductor, que se ha visto en la tesitura de tener que «retraducir» a español antiguo los fragmentos volcados en ruso por Dmitri). De fondo a la historia tenemos la labor destructora del legado maya que llevó a cabo el obispo Diego de Landa, y en especial el auto de fe de Maní de 1562, durante el cual se destruyeron, entre otros objetos rituales, veintisiete códices, casi todo el legado cultural de una civilización que había colapsado misteriosamente más de seis siglos antes.

Como decía, en otras manos (sobre todo manos contaminadas por la moda de la literatura de conspiraciones) la novela podría haber tomado derroteros muy distintos, y de hecho es algo que casi estamos esperando, lo que por un lado es positivo, pues las sorpresas resultan más impactantes, y por otro negativo, pues puede llevar a un rechazo prematuro del texto, antes de que tenga tiempo de definirse. La lectura, sin embargo, no debe ser literal, sino simbólica, y con un simbolismo anidado a varios niveles.

Profundizar mucho más en este concepto posiblemente sería contraproducente, porque echaría a perder buena parte del disfrute que puede deparar la novela. Me limitaré, pues, a recalcar el profundo pesimismo existencial que rezuma la novela (algo que, sin duda, la hace tremendamente rusa, por mucho que esté contando una historia de conquistadores españoles y mayas venidos a menos). A la postre, «Sumerki» ofrece exactamente lo que promete, sin trampas o desvíos salvadores de última hora, y se las arregla además para conformar una reflexión en torno a la creación literaria, la ficción y la labor de traducción, aunque he de reconocer que esta faceta queda un poco difuminada cuando los acontecimientos empiezan a precipitarse hacia el final de la novela y hay demasiados frentes a los que atender.

He aquí, quizás, el único pero que se le puede poner a «Sumerki». La ambientación está muy bien lograda, pero, quizás por culpa del proceso de creación, la resolución llega demasiado tarde y sin espacio para desarrollar todo su potencial, con lo que deja en el aire, o quizás no lo suficientemente clarificado, más de lo que sería de agradecer.

En conjunto, sin embargo, tenemos en «Sumerki» una obra diferente, que podría definirse quizás como realismo mágico oscuro, antes de adentrarse en vericuetos metaficticios (o quizás metarrealistas), pseudosolipsismos, decadencia y muerte (o dicho de otro modo, en el Crepúsculo). Lo cual me hace pensar que, aparte de dejar el título en ruso transliterado, por eso de los vampiros brillantes, la editorial no tenía mucha idea de cómo vender la novela… y así ha acabado pasando desapercibida (aunque en Francia recibió en 2014 el premio Utopiales a mejor obra europea).

~ por Sergio en marzo 20, 2019.

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