El atlas de las nubes

En 2004 David Mitchell publicó su tercera novela, «El atlas de las nubes» («Cloud atlas»), que consiguió algo muy difícil, aunar los pareceres de la crítica mainstream (con la concesión del British Book Award, así como una mención como finalista en el prestigioso Booker Prize) y la especializada en el fantástico (con nominaciones a los premios Nebula y Arthur C. Clarke, entre otros), y es que aun presentando elementos fantásticos, es una novela que se resiste a ser encasillada en un género concreto, sino que más bien intenta ofrecer una visión casi literalmente caleidoscópica del ser humano y de la literatura.

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Para ello el autor hace uso de una estructura compleja: seis historias anidadas, de modo que tras empezar se interrumpen a mitad desarrollo para dar paso a la primera parte de la siguiente, y así hasta la sexta y central, que se narra de corrido, para empezar a continuación la labor de ir cerrándolas todas en orden inverso a como se han abierto. Esta estructura, equiparada a una serie de matrioskas, viene reforzada por una serie de artificios, como la inclusión en cada una de ellas de la prececente como un elemento más de la narración o la presencia de personajes conectados por una marca de nacimiento muy particular (Mitchell mismo los ha identificado como sucesivas transmigraciones de una misma alma). Para ello, es preciso un orden cronológico preciso. Así, la primera narración se desarrolla a mediados del siglo XIX, la segunda en el período de entreguerras, la tercera en los años 70, la cuarta es contemporánea, la quinta en algún momento impreciso del futuro y la sexta aún más lejos en el tiempo.

Pero no acaba ahí la experimentación formal del autor. David Mitchell aprovecha también para dotar a cada fragmento de un estilo e incluso un género diferente. Así, tenemos «El diario del Pacífico de Adam Ewing», que como su mismo título indica asume la forma de un diario, escrito por un joven abogado a bordo de un navío en los Mares del Sur, camino de los EE.UU. en cumplimiento de una encomienda profesional (con muchas de las características que encontramos en la novela histórica). El segundo fragmento, «Cartas desde Zedelghem», es una novela espistolar, en la que un joven músico, con talento pero demasiado rebelde, se ve obligado a trabajar para un compositor tan reputado como caduco. «Vidas a medias. El primer misterio de Luisa Rey» es un thriller que se adhiere sin rubor a la fórmula del bestseller más simplón, con la protagonista, una joven periodista, empeñada en destapar un enorme fraude en el que está implicada la cúpula directiva de una central nuclear. De ahí pasamos a «El tremendo calvario de Timothy Cavendish», una sátira sobre el éxito inesperado que se abate sobre un editor poco escrupuloso, y sus peripecias como paciente/recluso de un asilo kafkiano.

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En ese punto la novela entra en el terreno de la ciencia ficción, primero con la distopía anticorporativa «La antífona de Sonmi-451», narrada por medio de la transcripción de un interrogatorio, y luego, con «El cruce de Sloosha y toda la vaina», por medio de una narración que simula ser oral en un lejano futuro postapocalíptico, con la civilización reducida a pequeños grupos humanos más o menos degenerados.

Desde luego, no se le puede negar atrevimiento, e incluso maestría a la hora de desarrollar cada registro. Mitchell juega con las posibilidades que ofrecen los distintos narradores, ajustando su prosa a las necesidades de cada segmento, desde a sintaxis al vocabulario, ya sea ligeramente anticuado, simple y directo, pedante (en boca de Cavendish), repleto de neologismos o incluso emulando una forma degenerada para la secuencia del futuro lejano. Por desgracia, aquí se puede aplicar eso de que el conjunto es más que la suma de las partes, y aunque eso suele ser un elogio para con el conjunto, también puede verse como una debilidad si nos centramos en cada segmento por separado.

Porque se da el caso de que pocos son los que mantienen el tipo como narración independiente, por no hablar de que la interrupción forzosa no le sienta bien a varias de las historias, que se ven obligadas a ceder espacio necesario para la resolución a la segunda puesta en marcha. Es algo que afecta principalmente a los dos segmentos que precisarían de un final más contundente (por constituir también el final del libro), «El diario del pacífico» y «Cartas desde Zedelghem». El primero (y último) presenta una conclusión anticlimática, mientras que el segundo se ve en la necesidad de precipitarse hacia la conclusión, tras haber agotado casi todo su espacio en un prolijo desarrollo (el recurso epistolar no ayuda).

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En cuanto a «Vidas a medias», analizado de forma independiente se trata de una pésima novela corta de intriga. David Mitchell domina muy bien los recursos estilísticos del género, pero fracasa estrepitósamente en la tarea de construir una trama consistente. La investigación de Luisa Rey no avanza de descubrimiento en descubrimiento, sino de deus ex machina en deus ex machina, a cual más traído por los pelos.

Las historias centrales son mucho más sólidas. Por ir de menos a más, la que resulta menos excitante es la central, un episodio postapocalíptico que no tiene mucho que ofrecer, aparte del juego filológico (que, inevitablemente, se pierde un poco con la traducción). Todo lo que describe lo hemos leído, e incluso visto, una y mil veces en ficciones de similar enfoque. Pueblos que han retrocedido al barbarismo, habitando entre las ruinas (y algún remanente aislado) de una civilización mucho más avanzada. Se salva, sobre todo, porque es en esta parte donde mejor se aprecia uno de lo temas centrales de la novela, el de la inevitable decadencia de una sociedad, la nuestra, aquejada de graves defectos estructurales. En muchos sentidos, «El atlas de las nubes» es una crónica de ese derrumbe, propiciado por la elección de algunos de los peores instintos del ser humano como base de nuestra civilización.

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Esto es algo que también se aprecia en la distopía narrada por Sonmi-451, que se ambienta en una Corea ultratecnificada del futuro, en la que fratías clónicas se encargan en una suerte de esclavitud genética, de ser la mano de obra de una sociedad de consumidores. El nombre de la protagonista hace referencia directa a Bradbury y su «Fahrenheit 451«, pero la sociedad descrita tiene más puntos de contacto con «Un mundo feliz«, de Huxley, aunque se queda lejos de profundizar en aquello que describe. En general, como ocurre en su conjunto con toda la novela, las exigencias del estilo interfieren en la capacidad de la novela para profundizar en los temas que plantea, dejando una distopía menos incisiva de lo que parece de primeras.

Donde David Mitchell alcanza un pleno es con las desventuras de Timothy Cavendish, con una narración que va in crescendo, dibujando a un protagonista tan despreciable como entrañable. Lejos de suponer un obstáculo, la pausa forzada a mitad historia potencia la anticipación y sirve de cambio de tercio para lanzarla a desarrollos aún más desenfrenados. Perfecta casi de principio a fin (que como llega tan pronto en el volumen nos deja todavía con tres finales menos efectivos por delante).

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Así pues, aunque el conjunto sea más que la suma de las partes (por el juego de estilo propuesto), he de confesar que en conjunto me ha resultado decepcionante… porque las partes no se sostienen con independencia (sí, lo sé, resulta un modo un poco contradictorio de expresarlo). También influye en mi opinión mi rechazo a la tesis central, o más bien al modo tan superficial en que está expuesta. Con una idea tan demoledora como la del error fatal en los cimientos mismos de nuestra sociedad (y quizás en la propia naturaleza humana), necesito argumentos más elaborados e ideas mejor estructuradas. El anidamiento de tramas deja poco espacio para nada que no sea un enunciado muy superficial y cargado de tópicos. Tal vez, como indican algunas críticas, la pretensión de forzar los límites de forma y fondo simultáneamente no podía sino conducir al fracaso en una de esas facetas.

En cuanto a su destino en los Nebula, fue «Paladín de almas», de Lois McMaster Bujold, la que la privó de premio, estando también nominada ese año «Tocando fondo«, de Cory Doctorow.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en enero 8, 2017.

4 respuestas to “El atlas de las nubes”

  1. Me gustó mucho, muy entretenida en parte debido a la diversidad de historias y estilos narrativos. Con todos los errores que pudo cometer el autor, al menos no se puede negar que osado sí que fue.

    Saludos.

    • Sí, como juego literario es interesante, y aunque sale con bien del experimento, no estoy seguro de que compense lo que se sacrifica en trama y desarrollo de ideas.

  2. Yo solo vi la peli y las historias adolecen del mismo problema, les falta ser mas contundentes. Y esa sociedad final… parecía sacada de un episodio malo de la serie «Mas allá del límite». Y de Mitchell leí Relojes de hueso, y la verdad que los mismos problemas que indicas o peor. Solo me quedo con que escribe muy bien, y tiene algún personaje interesante, pero las historias son varias novelas cortas unidas con un hilo muy, muy débil.

    • No he leído ningún otro libro de Mitchell, así que no puedo opinar (de la película, diré que al menos se esforzaron por darle un poco más cohesión, sobre todo en la historia de Somni y con el recurso de emplear los mismos actores en diversos papeles, algo que va más allá de la simple marca de nacimiento en unos pocos). Respecto al recurso… me parece más vistoso que efectivo. Encumbra la superficialidad, la técnica y la imitación, relegando como secundaria la creatividad, la profundidad y la innovación. Sinceramente, no veo sustancia para tanto revuelo (aunque claro, yo siempre he sido de los de priorizar el fondo sobre la forma).

      He leído mucha ciencia ficción, bastante novela histórica y mi buena ración de thrillers, y en ninguno de esos géneros las novelas cortas de «El atlas de las nubes» me han resultado particularmente atractivas. A la postre, supongo que mucho dependerá de la disposición a apreciar el collage como técnica artística que potencia la relevancia de los elementos que lo componen tomados por separado.

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