Cabal (Razas de noche)

Reciente el éxito de «Hellraiser» (novela corta y película), Cilve Barker cimentó aún más su fama como la nueva voz del horror con la novela «Cabal», publicada originalmente en 1988 en una antología que incluía asimismo algunos relatos del volumen 6 de los «Libros de sangre». Dos años después la llevaba al cine bajo el título de «Razas de noche» («Nightbreed»), ocupándose tanto del guión (muy fiel al original literario) como de la dirección, con pobres resultados económicos (aunque la cinta ha adquirido estatus de culto).

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La historia en sí es bastante simple. Aaron Boone es un joven aquejado de una enfermedad mental (posiblemente esquizofrenia, aunque no se llega a especificar), a quien cierto día su psiquiatra, el doctor Decker, le revela que podría estar detrás de una serie de brutales asesinatos de los que no guarda recuerdo. Agobiado por el sentimiento de culpa intenta suicidarse sin éxito, acabando en un hospital donde por medio de un desequilibrado compañero de urgencias tiene noticia de Midian, un enclave legendario entre los locos donde no rechazan a nadie y los monstruos pueden encontrar refugio.

Siguiendo sus vagas indicaciones, llega a un pueblo abandonado en cuyas afueras se localiza un enorme cementerio. Allí, entre las tumbas, encuentra a un par de integrantes de las Razas de Noche, unos monstruos zoántropos que lo rechazan por puro e incluso intentan devorarlo. Herido por una terrible mordedura, alcanza las casas sólo para caer en la trampa tendida por Decker, que lo ha delatado a las autoridades policiales locales, quienes a la vista de su aspecto ensangrentado lo acribillan sin contemplaciones matándolo.

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Pero claro, es un libro de Barker, así que la muerte sólo es el principio. Para cuando su novia Lori acude al pueblo, sin poder creerse que su chico era un monstruo a sus espaldas, el cuerpo de Boone ha desaparecido de la Morgue… y todos los indicios apuntan a que ha escapado por su propio pie.

En una inversión clásica de papeles, los «naturales», las personas normales, se convierten en los auténticos monstruos que amenazan con destruir el refugio de Midian, y todo por culpa de la intromisión de Boone, que ha sido rechazado por todos. Es decir, por todos menos por Lori, que persevera aunque ello le cueste situarse en el punto de mira del doctor Decker, que acaba revelándose (no es que suponga una gran sorpresa) como el personaje más desequilibrado y salvaje de cuantos pueblan un libro cuajado de monstruos.

Desde una perspectiva histórica, cabría asociar «Cabal» con la filosofía de la nueva carne, promovida sobre todo en el cine de la mano de David Cronenberg, siendo su película «Videodrome» (1983) la obra pivotal de un movimiento al que se sumarían directores como Stuart Gordon («Reanimator», «From Beyond»), Brian Yuzna («Society») o Lloyd Kaufman («El vengador tóxico»). El mismo «Hellraiser» se inscribiría en esta tendencia, siendo Clive Barker la máxima expresión literaria del subgénero (que se incluye en el más amplio Body Horror).

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A grandes rasgos, el terror en este tipo de películas no proviene del exterior, sino que se manifiesta a través de la maleabilidad de la propia carne, siendo  frecuente la difuminación de los límites entre orgánico e inorgánico e incluso entre individuos. También acaban fusionándose los papeles tradicionales de monstruo y héroe, como le ocurre a Boone, que tocado por Midian no puede controlar los apetitos que su nuevo cuerpo muerto exige.

Pero la filosofía de la nueva carne no se queda en una mera propuesta estética o en un concepto perturbador, sino que propugna el descarte de las fronteras biológicas de los apetitos carnales, desligando sexo y reproducción y explorando relaciones alternativas (no sólo homosexuales, sino también biomecánicas o fetichistas).

En el caso específico de «Cabal», Clive Barker plantea una clara metáfora que identifica a las razas de noche con la comunidad homosexual, marginada y obligada a esconderse, a desaparecer de la vista de los «normales» y huir de una sociedad que les induce a considerarse monstruos, engendros contra natura. Los dardos del autor apuntan a ciertos colectivos en concreto. Primero a los psiquiatras, empeñados en diagnosticarlos como enfermos e identificados con el doctor Decker (interpretado, por cierto, en la película por nada menos que David Cronenberg). Después los policías, que traicionan su deber de protección convirtiéndose en verdugos. Por último los curas, cuya hipocresía queda de manifiesto en el padre Ashbery, quien bajo la sotana viste lencería de encaje (aunque al final es el único antagonista que se redime un tanto, lo cual quizás apunte a la bondad de su filosofía subyacente, pervertida y tergiversada por prejuicios humanos).

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No es de extrañar que el primer paso para la redención de Boone consiste en perdonarse a sí mismo y abrazar su naturaleza monstruosa.

Esta interpretación, por supuesto, no está exenta de cierta polémica, pues el que los «naturales» exhiban un comportamiento de horda salvaje no quita que las razas de noche sean monstruos caníbales. Barker es un agitador, que juega con sus típicos opuestos (vida-muerte, dolor-placer…) y con su iconografía sangrienta, que tan chocante resultó en los años 80 (hoy en día, sinceramente, no me ha parecido gran cosa… quizás nos hayamos desensibilizado en exceso), para esbozar una atmósfera perturbadora, que alcanza su cenit en los capítulos finales (aunque, una vez más, tendría que puntualizar que le cuesta bastante arrancar, quizás por culpa de un estilo bastante ramplón y un desarrollo que confía en exceso en sorpresas que al final no lo son tanto).

Contemplar «Cabal» como una mera denuncia contra la discriminación sexual sería un error (ante el que el propio autor alertó en una entrevista). El terror de Barker supuso una renovación entre otras razones porque reintrodujo con fuerza el elemento fantástico en un género que se iba apartando de sus raíces y se encasillaba entre las inflexibles paredes del realismo (todo lo más aderezado con un pequeño toque sobrenatural). La historia moderniza mitos antiguos, e incluso los recupera para la literatura tras su paso por el celuloide (es imposible no pensar en el «Frankestein» de James Whale en los capítulos del asedio a Midian), al tiempo que busca construir una nueva mitología del horror.

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El que tan ambiciosos objetivos se alcancen en esta novela ya sería otra cuestión a considerar, sobre todo porque Barker exhibe en este proyecto un talento más icónico que dramático (las razas de noche son muchísimo más sugerentes en la versión cinematográfica que a través de las parcas descripciones novelescas).

Otras opiniones:

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~ por Sergio en junio 2, 2013.

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