Campo de concentración

Si hay un autor que personifica la New Wave, ése es sin duda Thomas M. Disch. Su primera novela, «Los genocidas«, se publicó en 1965, justo cuando empezaban a despuntar los primeros brotes de esa nueva forma de entender la ciencia ficción; mientras que su última novela de ficción especulativa (como gustaba de llamar al género Harlan Ellison), «En alas de la canción», de 1979, podría considerarse el canto de cisne del movimiento.

En 1967, en las páginas de New Worlds (la revista puntera de la revolución, editada por Michael Moorcock), aparecio serializada su segunda novela de ciencia ficción: «Campo de concentración» («Camp Concentration»), recopilada en un único tomo en 1968. Esta obra, publicada cuando contaba con veintisiete años, lo confirmó como una de las más importantes entre las nuevas voces que estaban tomando el relevo a los maestros de la Edad de Oro (como por ejemplo el igualmente destacado y precoz Samuel R. Delany).

«Campo de concentración» es una novela densa, postmoderna, a la que, por si le hiciera falta, la carga referencial añade capa tras capa de significados no del todo estructurados. También, todo sea dicho, ha sido acusada a menudo de pedante, y no sin una pizca de razón, en mi opinión. Por encima de estas consideraciones, sin embargo, es uno de los mejores y más ambiciosos títulos que ha dado la ciencia ficción. Imprescindible aunque con una advertencia: puede llegar a deprimir al más optimista. Leer bajo propia responsabilidad.

La novela se nos presenta como un conjunto de anotaciones de un tal Louis Sachetti, preso político por objeción de conciencia en unos Estados Unidos del futuro cercano embarcados en una guerra más sucia si cabe que la de Vietnam (que constituye la evidente inspiración). En su primera parte, estas anotaciones asumen la forma de un diario, narrando su traslado a Campo Arquímedes, una institución penitenciaria especial, en donde traba contacto con su población reclusa, un grupo de voluntarios sometidos a un peligroso experimento para la potenciación de la inteligencia.

Introduzcamos ahora una variante en mi guión habitual. Interrumpo la sinopsis para dar paso al análisis de esta sección.

El tema principal (o al menos el que primero despunta) es el autoanálisis de la capacidad creativa, y lo que el protagonista, poeta como el propio Disch, está dispuesto a sacrificar por su arte (un tema recurrente dentro de la New Wave, con reflexiones tan desgarradoras como «Muero por dentro«, de Robert Silverberg). La forma escogida para presentarlo es un mito fáustico, explicitado primero a través de la representación por parte de los internos de la obra de teatro «La trágica historia del Dr. Fausto» de Christopher Marlowe (que identifica inequívocamente a Mefistófeles con Mordecai Washington, el que parece ser el líder de los internos y con quien más trato tiene Sachetti).

Desde ahí, con parada obligatoria (si bien breve) en Goethe, pasa al «Doctor Fausto» de Thomas Mann, que constituye el principal referente, tanto desde una perspectiva literal (el «tratamiento» consiste en la infección con palidina, una variante hiperagresiva de sífilis, que concede a los enfermos nueve meses de genio extraordinario, acompañado por una imparable decadencia física que lleva a la muerte), como metafórica (la obra de Mann, considerada como un reflejo de la decadencia espiritual de Alemania bajo el nazismo, frente al alegato de Disch, previniendo de un destino similar para el imperialismo estadounidense en Vietnam).

Pero eso no es todo, pues Disch reflexiona a través de Sachetti sobre la genialidad, y sobre la delgada línea que la separa de la locura, y sobre la barbarie que engendra la locura (se menciona la teoría de que Hitler había contraído sífilis, y los campos de exterminio alemanes inspiran a Louis la redacción de la obra de teatro «Auschwitz: una comedia»). Entre todo ello, cuela además ideas sobre la represión intelectual… para a continuación girar los cañones ciento ochenta grados y torpedear la soberbia intelectual.

El fragmento concluye con la muerte de Mordecai, al fracasar su intento por recuperar la salud a través de la alquimia, y con la toma de conciencia por parte de Sachetti de que él mismo ha sido infectado con palidina… algo que el lector ha podido deducir casi desde el principio y que sólo a través de un elaborado autoengaño Louis ha conseguido ignorar).

La segunda parte (más breve) de la novela asume la forma de cien microepisodios, que reflejan el periplo de Louis Sachetti a través de la locura y la genialidad y su declive físico. Habiendo fallecido toda la población reclusa original, llega un nuevo grupo de voluntarios, encabezados por Skilliman, un físico teórico que ha sucumbido a la tentación fáustica por pura soberbia, y que empieza a desarrollar investigaciones con fines militares. Concluyendo, por fin, al más puro estilo posmodernista (y hasta ahí puedo explicitar sin revelar más de lo conveniente).

En este fragmento se desvela la función de Sachetti como ancla moral del relato (razón por la que, probablemente, Mordecai solicitó su incorporación al proyecto), oponiéndose con sus menguantes capacidades físicas a la amoralidad de Skilliman (que se escuda tras la afirmación de que él desarrolla investigación pura, y que son otros los culpables de la aplicación que se dé a sus estudios… en una pulla no demasiado disimulada hacia los científicos del proyecto Manhattan) y de los militares que lo han contratado.

El referente literario principal de este segmento (mucho más inconexo que el anterior) es «El paraíso perdido» de John Milton, asumiendo Sachetti el papel de iniciador de la revuelta contra Dios, una vez más tanto desde una perspectiva metafórica (la divinidad sería o Haast, el comandante del campo, o directamente Skilliman) como literal (su fe original deviene en ateísmo, con discusiones alucinatorias con Santo Tomás de Aquino incluidas). Muerto (o derrocado) Dios, sin embargo, se suscita el problema de la pérdida de un referente moral (algo ya apuntado por Nietzsche, otro ilustre afectado por la sífilis), circunstancia aprovechada por Skilliman para desarrollar su teoría del relativismo moral y la trastocación de los conceptos de justo e injusto, cielo e infierno (con algún que otro guiño a Dante), libertad y confinamiento.

Con toda esta exposición, sin embargo, no he hecho más que empezar a desenmarañar la estructura conceptual de «Campo de concentración».  Faltaría por considerar, por ejemplo, a Olivier Messiaen, cuya composición en 1941 del «Cuarteto para el fin del mundo«, mientras estaba preso en un campo de concentración alemán para prisioneros de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, constituye quizás la principal (o quizás sólo primaria) fuente de inspiración para la obra. Y, por supuesto, no puedo siquiera empezar a discriminar, por pura ignorancia, las alusiones poéticas de Disch (quitando del muy explícitamente destacado Rilke).

A modo de síntesis, descartando los símbolos para quedarnos con la esencia de la obra, «Campo de concentración» trata sobre el genio, capaz de destilar lo mejor y lo peor de nuestro interior, sobre el anhelo de experimentarlo y el temor de no ser digno de él, sobre las contradicciones, en suma, del ser humano como agente intelectual y sujeto, ya no pasivo sino activo, a un juicio moral.

Otras opiniones:

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~ por Sergio en junio 18, 2012.

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