10 billetes para el fin del mundo

Por algún lado tenía que reventar. La presión, simplemente, se hace insostenible.

No, no me refiero al mundo (al menos no ahora), sino al relato fantástico. La desaparición de las revistas (incluso andan bastante de capa caída los ezines), dejó al cuento casi en la indigencia, condenado a mendigar lectores en los foros (una experiencia gratificante a muy corto plazo, pero que a la larga deviene en inane). A día de hoy, quitando de contados proyectos que, por sí solos, son incapaces de proporcionar suficiente salida a la oferta, pero también a la demanda (que haberla, hayla, por mucho que siempre se haya tenido a la ficción breve como la hermana pequeña y un tanto caprichosa de la literatura «de verdad»), aquellos que cultivan esta forma de expresión se encuentran con un panorama bastante yermo. A falta de infraestructura ya establecida, la solución ha pasado por crearla ad hoc desde cero.

Dentro del mundillo de la literatura fantástica han ido cobrando cada vez más importancia las agrupaciones de escritores con una sensibilidad y unos objetivos comunes. Surgidas en principio como foros especializados donde pulir la técnica (con un nivel de autoexigencia muy superior al foro generalista), y ante la carencia de suficientes tribunas para mostrar el resultado de este trabajo, en los últimos tiempos han empezado a promover antologías más o menos temáticas, en connivencia con las pequeñas editoriales del fantástico (las que apoyan al autor español; también en dificultoso proceso de consolidación y crecimiento), nacidas bajo un sello concreto, una marca que pretende tanto certificar la calidad como ir generando reconocimiento de nombre (o, en otras palabras, cimentar un acuerdo de confianza entre los productores, el grupo en cuestión, y los consumidores).

Entre estos colectivos (que no voy a enumerar por temor a dejarme alguno), encontramos al Círculo de Escritores Errantes, un grupo que se dio a conocer en el 2006 con una antología autoeditada, «El desván de los cuervos solitarios». Este núcleo inicial creció, evolucionó e incluso sirvió de semilla (o cuanto menos como una de las semillas) de una editorial (Saco de Huesos). El 2008 publicó su segunda antología, «13 leyendas urbanas», bajo el sello Mandrágora, y hace unos meses continuaron su evolución con la publicación de «10 billetes para el fin del mundo» en Grupo Editorial AJEC ; todo esto sin contar los diversos proyectos, tanto personales como colectivos, que han ido desarrollando en este tiempo en paralelo con su implicación en el proyecto del Círculo de Escritores Errantes (tampoco conozco su situación actual o si tiene proyecto de continuidad, pero en el fondo esta información es irrelevante).

Tras esta introducción (quizás irrelevante para juzgar el volumen, aunque no podía resistirme a analizar el contexto), entro en materia presentando «10 billetes para el fin del mundo».

Como el título da a entender, nos encontramos con una colección de diez narraciones, construidas en torno a una idea central (una que, por cierto, me es muy querida). Aunque a priori no tenía por qué ser así, tras la lectura no dudo en clasificar la antología como de ciencia ficción, pues son las herramientas de este género las que emplea la mayoría de narradores para ofrecernos su visión sobre el fin del mundo.

En líneas generales (como en todo, hay excepciones), la obra destaca por su magnífico acabado formal (no, en esto no hay excepciones), que contrasta bastante con la relativa inmadurez de las ideas presentadas. Ojo, por inmadurez no me refiero a que estén poco elaboradas, sino a que a menudo se perciben como un poco anticuadas, con unos referentes argumentales y filosóficos propios de concepciones de la ciencia ficción ya superadas. No es una cuestión que desmerezca en exceso el conjunto, lo menciono sobre todo por la extraña sensación que provoca el desequilibrio entre desarrollo del estilo (notable, incluso sobresaliente en algunos casos) y del fondo (excesivamente dependiente de fórmulas externas fácilmente identificables, sin una personalidad propia definida al nivel que sería de esperar por la corrección formal).

Me temo que esta faceta requiere (salvo casos excepcionales) perseverancia, una continua exploración e introspección personal y el feedback proporcionado por lectores y críticos, cuestiones que no pueden trabajarse en grupo, sino que sólo ofrece la experiencia (de ahí la tragedia de la pérdida de tribunas de expresión). «10 billetes para el fin del mundo» es un peldaño más en este viaje, interesante por sí mismo, pero también una promesa de un gran futuro por venir. La determinación y el talento están ahí, y esta generación de escritores no admite límites.

Después de esta introducción me sabe mal emprender una análisis cuento por cuento (no es algo que, en cualquier caso, me suela atraer demasiado). Comentaré, eso sí, que me sorprende la relativa homogeneidad de las propuestas, en el sentido de que gran parte de ellas se articulan en torno al concepto del ser humano como responsable de su propia aniquilación (un enfoque maníqueo y un tanto simplista, que funciona más como fábula moral que como especulación sólida). Los distintos cuentos apuntan a diversas flaquezas a las que responsabilizar de la catástrofe (desde revoluciones filosófico-religiosas a la proverbial avaricia, pasando por la huida de responsabilidades, la locura de la guerra o la superpoblación, sin olvidar el viejo concepto del conocimiento prohibido). Incluso aquellos que más se apartan de este esquema siguen postulando armagedones antropogénicos, algo que me resulta curioso, y que podría achacarse, quizás, a una reacción en contra de la infantil ficción catastrofista que nos llega de Hollywood.

Sea como sea, las tramas están perfectamente construidas, y se aplican con acierto las variaciones estructurales y estilísticas, que no sólo dotan de variedad al volumen, sino que potencian los distintos mensajes que se desean transmitir.

Por destacar algún texto, me quedaría quizás con dos de los más experimentales: «K o la felicidad», de Daniel Pérez Navarro (el autor de «Mobymelville«), explora a través de la exposición de una mente perturbada los graves defectos (las locuras, literalmente) intrínsecos al intelecto humano, la fuente primaria de cualquier hipotético fin del mundo antropogénico (utiliza un estilo alucinatorio, plagado de referencias tanto literarias como históricas). Agustín Luzárraga Pueyo propone en «El viaje de la mente» una ficción cercana a la New Wave, donde la metafísica se da de la mano con la indagación psicológica del concepto de deidad, jugando con ideas como la bidireccionalidad de las relaciones causales y el predominio de la experiencia subjetiva sobre la «realidad» física.

Mención de honor merece también «Sustracción de variables», de Manuel Mije, por su modo de abordar una historia que requiere a partes iguales documentación e imaginación (personalmente, la tradición en que se basa de entrelazar el fin del mundo con el avance científico, y un avance científico manipulado además para forzar, bajo premisas creadas ex profeso, el desenlace, me repatea, pero eso es independiente de la valoración técnica del cuento). Si no alcanza, a mi entender, el nivel de los dos textos arriba mencionados cabe achacarlo a ciertos problemas de ritmo, que hacen que las revelaciones «oficiales» y los giros argumentales vayan presentándose con cierto retraso.

Agradezco a Grupo Editorial AJEC el envío de un ejemplar de «10 billetes para el fin del mundo» para su reseña en Rescepto.

~ por Sergio en diciembre 22, 2010.

Una respuesta to “10 billetes para el fin del mundo”

  1. Muy interesante la reseña, sobre todo el punto de la experiencia. Me alegra que te haya gustado el libro en conjunto. A ver si conseguimos dar continuidad a estas aventuras.

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