Reina de la nieve

La Hugolatría exige sacrificios. Por ejemplo, éste. Hace medio mes que estoy empantanado con la ganadora de 1981, «Reina de la Nieve» («The Snow Queen», 1980) de Joan D. Vinge. Pero por fin la he terminado (algo de lo que no podré presumir con todos los galardonados… pero ya llegaremos a eso). La crítica, como es fácil suponer, será negativa, así que empezaré con una reseña lo más aséptica posible.

La acción principal de la novela transcurre en el planeta Tiamat, el más alejado y subdesarrollado mundo de la Hegemonía, un resto decadente del otrora poderoso imperio humano. Durante 150 años, debido a la especial configuración estelar del sistema, la comunicación a través de un agujero negro con el resto de los mundos es posible. Este lapso es el Invierno, marcado por el intercambio controlado de tecnología entre los oriundos de Tiamat y los espacianos y por el gobierno de la Reina de la Nieve. Lo que atrae a unos y sustenta a la otra es el elixir de la juventud eterna, extraído de la sangre de unos mamíferos acuáticos, los mers, que sólo habitan en este planeta. Sin embargo, al cumplirse el ciclo, el tránsito hiperlumínico se hace imposible y durante 100 años de verano Tiamat, abandonado por los espacianos, regresa al primitivismo. La transición viene marcada por la ceremonia del Cambio, una especie de carnaval cuyo pináculo lo constituye el sacrificio de la Reina de la Nieve y su amante/ejecutor espaciano, el Astrobuco.

Todas las reinas invernales han intentado perpetuarse en el poder, y Arienrhod no será menos. Concibe un plan para sentar en el trono del verano a un clon suyo, Luna, criada en desconocimiento de su herencia entre los estivales. Pero antes de que pueda contactar con ella, Luna (enamorada de su primo Destellos), se hace sibila (sirviente de la diosa Mar y capaz de contestar, al entrar en trance, cualquier pregunta que se le haga). A partir de ahí, todo va de mal en peor para los planes de la reina, pero Arienrhod no es de las que se rinden, y pronto está tramando nuevos complot, que involucran el control sobre Destellos.

A partir de aquí, la trama adapta muy libremente el cuento homónimo de Hans Christian Andersen, mezclando conceptos propios de la ciencia ficción con personajes y escenarios más cercanos a la fantasía. Luna y Destellos las pasan, cada uno por su cuenta, canutas, pero al final sabemos que lograrán estar juntos, y quizás durante el proceso lleguemos a comprender la razón de ser del delicado equilibrio de poderes establecido en Tiamat, el papel de las sibilas en el conjunto de la Hegemonía y la auténtica naturaleza de los mers.

Por lo que respecta a los antecedentes, «Reina de la nieve» es heredera directa de la ciencia ficción feminista de los años 70, y más específicamente de un  subgénero que, si bien no es privativo de ésta, sí que encontró fuerte arraigo entre autoras tales como Sheri S. Tepper («El árbol familiar«, «La puerta al país de las mujeres»), Marion Zimmer Bradley (la saga de Darkover), Vonda McIntyre («Serpiente del sueño«) o la propia Ursula K. Le Guin (con sus obras de los años 60 «El mundo de Rocannon» o «Planeta de exilio»): la ciencia ficción con ropajes de fantasía.

Tal y como comentaba en la crítica a «Alas nocturnas«, la edición de mediados de los 60 de «El señor de los anillos» propició un aumento espectacular en la popularidad de la fantasía, que siempre había estado relegada de los puestos de honor en los principales certámenes de género fantástico (de hecho, en los Hugo la fantasía pura no sería reconocida hasta entrado el siglo XXI, pues era tradicionalmente considerada como un género juvenil). Gracias al trabajo de estas autoras (entre otros escritores), los temas y elementos narrativos de la fantasía fueron permeando en la ciencia ficción, favoreciendo (y aquí ya me adentro en el terreno de la especulación personal) no sólo un cambio en la percepción de la propia fantasía, sino el resurgir del space opera (como una ciencia ficción a la que exigir entretenimiento antes que carga especulativa).

Nada de todo esto, por supuesto, explica la insatisfacción que me ha producido «Reina de la Nieve», pues existen muchas formas de abordar una misma temática. Por desgracia, la novela de Joan D. Vinge falla en mi opinión a todos los niveles.

Para empezar, se trata de una obra hipertrofiada. La estructura argumental se vertebra alrededor de las vicisitudes de folletín decimonónico de Luna y Destellos, sólo que lo que Andersen relata en 12.000 palabras le ocupa a Vinge 440 páginas sin apenas tensión. Interminables descripciones poco inspiradas, discursos poco informativos y personajes que se pasan toda la historia reaccionando (la única que planifica un poco es Arienrhod, pero habida cuenta de las simplonas confabulaciones que trama en 150 años, no es en modo alguno una estratega innata). El ritmo es importante, y si te arriesgas a ralentizarlo, mejor que tengas argumentos de peso, como una introspección profunda en las motivaciones de los personajes o pura y simple calidad literaria, características ambas ausentes en «Reina de las Nieves».

Las críticas (anglosajonas) destacan la originalidad y complejidad del mundo ideado (al tiempo que atacan la rigidez de los personajes). Personalmente, no le encuentro nada de especial. Es un escenario bastante poco creíble, diseñado para sustentar elementos anacrónicos en una sociedad que domina el viaje interesteral. Quizás en 1980 resultó original la introducción de elementos de la fantasía, pero hoy en día tan sólo resaltan esta falta de congruencia que señalaba. Y mejor no hablar de la subtrama conspirativa. Sueltas en Tiamat a cualquier personaje de «Canción de hielo y fuego» de Martin y se hace con el planeta entero en un año (y con el resto de la Hegemonía en una década, por lo de la dilatación temporal).

Queda pues la vertiente feminista, y de nuevo he de clasificarla como un fracaso. Las buenas obras feministas plantean situaciones que invitan a la reflexión sobre los roles sexuales y las relaciones entre géneros, las malas se limitan a intercambiar estos roles. Todos los personajes activos de la novela son mujeres, y todos los subordinados hombres. Aun más, la mayor parte de los puestos de poder los ostentan mujeres (empezando por la Reina de las Nieves) y en ese contexto, incongruentemente, tenemos una comandante de la policía espaciana (al parecer, la única institución machista del universo) mal vista por ser mujer. Son detalles como estos los que chirrían. ¿En qué quedamos? ¿Inversión de roles o denuncia de discriminación?  No se puede apostar por ambos. (Me deja, además, la sospecha de que la falta patológica de acción se debe a la creencia de la autora de que ésa no es forma de resolver los problemas en una sociedad femenina).

Pese a lo que opino de ella, la novela no sólo conquistó el premio Hugo de 1981 (el Nebula equivalente fue para «Cronopaisaje» de Benford, que ni siquiera fue nominada a los Hugo), sino también el Locus de ciencia ficción (curiosamente, el de fantasía fue para «El castillo de Lord Valentine», de Silverberg, otra novela que mezcla fantasía y ciencia ficción, aunque se ve que para el cuerpo de votantes cada una lo hacía en distinta proporción). Joan D. Vinge se convirtió así, con una pequeña trampa, en la primera y única esposa (ex-esposa ya por aquel entonces) de un ganador del premio (Vernor Vinge) que recibía el galardón. Además, ha generado varias secuelas, de las cuales tan sólo ha sido traducida «En el límite del mundo» («World’s end», 1984), aunque en una edición bastante limitada. La serie se completa con «Queen of summer» (1991) y «Tangled up in blue» (2000).

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en marzo 27, 2010.

9 respuestas to “Reina de la nieve”

  1. Eso de acabar libros por cabezonería es algo que también me pasa a mi mucho. A veces mola para saber de lo que vas a hablar (o criticar), pero en general es un cúmulo de dolorosas horas perdidas.

    Procuraré alejarme de esta reina nevada.

    Saludos.

  2. Ya no suelo empecinarme demasiado (no cuando hecho un vistazo al estante de los pendientes), pero este caso era especial, la necesitaba para completar el repaso a los Hugo. Supongo que algo tendrá que se me escapa, pues no es de los galardonados peor considerados (tampoco un clásico indiscutido).

  3. ¡Uf! Parece un ladrillo en toda regla. Yo lo de acabar libros porque sí, lo dejé hace tiempo. Conforme pasan los años y veo lo que me queda por leer, no quiero mlagastar tiempo en lo que no me engancha.

  4. Nada, nada, como crítico, me sacrifico. Además, si reseñara sólo libros que me han satisfecho daría una visión muy parcial de mis gustos (y una opinión descontextualizada o con un contexto incompleto carece de valor).

    Por ejemplo, me aburre sobremanera el folletín anglosajón, y es de esa tradición de donde bebe «Reina de la nieve».

    Es muy posible que de no ser premio Hugo, y de no estar embarcado en el repaso a todos los galardonados, no la hubiera terminado. Aun más, como la ciencia ficción hibridada con fantasía tampoco suele ser plato de mi gusto, lo más probable es que no la hubiera ni adquirido.

    Los experimentos suelo realizarlos con saldos (y de tanto en tanto se producen sorpresas). Que las lecturas se deben abordar sin preconcepciones, pero las expectativas de retorno de inversión suponen un argumento de peso para determinar las adquisiciones, sobre todo a los precios en que se mueve el género fantástico hoy por hoy.

  5. Interesante. Siempre he querido conocer un buen híbrido (no será este libro, evidentemente) y todavía lo aguardo. Verdadera hibridiación. ¿Catalogarías Dune como híbrido? ¿O sólo es su apariencia? Y aclaro que no considero la space opera un subgénero híbrido. Es ciencia ficción liviana, de aventuras, pero ciencia ficción y punto. ;)

  6. Bof, sólo leyendo la sinopsis que has hecho se me antoja un hueso muy duro. Mi enhorabuena por tener la determinación de terminar semejante piedra.

  7. Laura, ya recomendé hace unos días «Alas nocturnas». No sé si habrá mejor ejemplo de hibridación exitosa. No es un campo que me atraíga demasiado, pero tengo por leer unos cuantos ejmplos bastante famosos (los dragones de Pern de Anne MacCaffrey y «El árbol familiar» de Tepper). Como lectura ligera, no están mal algunos de los títulos de la serie Darkover, de Marion Zimmer Bradley (como la subserie de las amazonas libre: «La cadena rota», «La casa de Thendara» y «Ciudad de brujería»). En general, se trata de sociedades involucinadas tras una colonización truncada.

    En español, hay un título que supongo que será difícil de conseguir, sobre todo del otro lado del charco, pero muy divertido: «El señor de la rueda» de Gabriel Bermúdez Castillo (no es exactamente un híbrido, es… en fin, es muy particular). Y, por supuesto, está «Señores del Olimpo», de Javier Negrete.

    Sobre la space opera… yo no estoy tan seguro de que (para mí) sea ciencia ficción.

  8. Sí, leí tu reseña de Alas Nocturnas y me pareció muy interesante. Los títulos que citas me son desconocidos, pero con la mención de ser historias que giran entorno a sociedades involucionadas, ya me hago una idea. Me encantaría encontrar una hibridación sin involución, sin embargo. La magia como magia dentro de un mundo racional y dirigido hacia el pensamiento científico.
    Con respecto a la space opera, sí, ya sé lo que dicen. Sin embargo, no me parece fantasía a secas. Claro que no se puede olvidar que la CF bebe su fuerza del gran género fantástico y no del género realista, por algo la space opera parece tan fantasiosa, pero yo la supongo más unida al género de aventuras -que es otra cosa- que a la fantasía dura y pura…
    En todo caso, gracias por advertirnos sobre la Reina de las Nieves. En guerra avisada…
    (Aquí no hay nada de Negrete. Supongo que tendré que esperar…)

  9. Difícil lo que planteas… pero no imposible.

    Puedo darte dos títulos:

    «Materia celeste» de Richard Garfinkle (que un día de estos podría reseñar): una historia de ciencia ficción, sólo que con conceptos científicos de la antigua Grecia, tales como la generación espontánea, las esferas celestes y la teoría de los humores.

    Y «The war of the flowers» (me temo que nunca ha sido traducida al español) de Tad Williams: una novela de fantasía en un Fairyland en plena revolución industrial (sólo que mágica).

    También podría cuadrar, aunque no puedo asegurarlo pues no la he leído, «La hija del dragon de hierro» de Michael Swanwick.

    En cualquier caso, es una aproximación que se presta más a ser abordada desde la vertiente de la fantasía.

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