Calabazas en el trastero 1: Entierros

Tal y como había prometido, aquí está la crítica detallada del primer número de la nueva publicación periódica Calabazas en el Trastero.

Antes de entrar a degüello, sin embargo, me permitiré felicitar y agradecer a los responsables por su iniciativa. En un momento tan delicado para el cuento fantástico, la aparición de una nueva publicación (aunque se limite al terror o, como mucho, la fantasía oscura), es un extraordinaria noticia. Además, llegan con ideas originales y proponiendo alternativas a los modos de edición tradicionales. El plan de actuación es ambicioso. Les deseo el mayor de los éxitos (y no sólo por ofrecerme un posible espacio para publicar). Veremos si consiguen asentarse, porque podríamos estar hablando de una publicación realmente significativa. El tiempo, los números y, sobre todo, los lectores tienen la última palabra.

Lo primero que llama la atención de este número inaugural de Calabazas en el Trastero es su presencia, es decir, la portada impactante, el formato (similar al de «Historias Asombrosas», pero con algunas páginas más), el cuidadoso acabado (desde la composición de las cubiertas hasta el maquetado) y el tipo de letra, grande y claro (es un ejemplar ideal para leer en circunstancias alejadas de lo ideal, tales como un viaje en metro o autobús).

En el interior, trece cuentos (número que va a ser fijo) y un prólogo, escrito en esta ocasión por Juan José Castillo (miembro de NOCTE), que giran todos ellos en torno al tema propuesto: entierros.

Me resulta interesante y significativo que los responsables de la iniciativa (la Asociación Cultural Biblioteca Fosca) hayan escogido, entre todos los temas posibles, uno tan apropiado y, al mismo tiempo, tan «alternativo». Es decir, hubieran podido decantarse por algo más tópico, como «vampiros», «fantasmas» o «muerte». En cualquiera de estos ejemplos no hubiera sido difícil encontrar trece textos, que posiblemente hubieran exigido bastante menos de los autores y hubieran conferido a la antología un tufillo a «más de lo mismo». «Entierros», por el contrario, se centra en un pequeño subconjunto de todas las posibles historias de terror, bien relacionado con otros grandes conjuntos arquetípicos (de hecho, los tres que he mencionado se solapan parcialmente con él), pero al mismo tiempo lo bastante atípico para despertar la curiosidad. O, dicho con otras palabras, nos extrañaría tan poco encontrarnos en una antología no tematizada de terror un relato en torno a un entierro, como hallar este motivo ausente por completo.

La elección de los «Entierros», así como la de las «Arañas» para el segundo número, me sugiere que los responsables de la antología pretenden quedarse con nosotros, explorando nuestras fobias y nuestros rincones oscuros, durante mucho tiempo. No pretenden quemar rápido todos los cartuchos, sino construir unos cimientos sólidos, que les sirvan para seguir creciendo. Y, no me cansaré de repetirlo, espero que por mucho tiempo.

El volumen se abre con el antedicho prólogo de Juan José Castillo. Personalmente, esperaba una introducción más en la línea de explorar lo que el tema ha dado de sí en la literatura de terror. Sin embargo, Juan José se decanta por un texto que está a medio camino entre el relato y la exhortación, cuyo propósito es meternos en materia, no desde un punto de vista intelectual, sino sobre todo emocional, obligando al lector a implicarse.

Con «El tratado de Michael Ranft», Miguel Puente abre la antología presentándonos una historia con resonancias clásicas (los motivos son propios de la literatura macabra de las épocas victoriana y eduardiana) pero ambientado en nuestro tiempo. La verdad, es que tal vez hubiera funcionado mejor optando por el mimetismo completo, porque las actualizaciones no acaban de funcionar. Sin embargo, el principal problema que le veo es su brevedad. Nos presenta temas interesantes y sin embargo se apresura hacia la conclusión, lo que le obliga a contarnos lo mal que se lo pasan los personajes en vez de describírnoslo (un matiz que, en literatura de terror, lo es todo).

En «Certificado de defunción», Manuel Osuna nos describe los pormenores de un incidente que sufre uno de nuestros buenos amigos enterradores (lo serán para cuando acabe la antología). Desde una perspectiva realista, explora uno de los principales miedos que acuden a nuestra mente en cuanto escuchamos la palabra «entierro». Con una prosa cuidada, el autor desribe con minuciosidad (y, tal vez, un poco de frialdad) los acontecimientos, ofreciendonos un cuento muy sólido que, por alguna razón, no acaba de suscitar mi aprensión.

El premio al título creativo de la antología lo obtiene Juan de Dios Garduño con «De cómo el señor alcalde acude al debate nocturno de Buddy, ‘el Enterrador’ «. Se trata de un cuento breve que introduce el elemento cómico (con un humor muy negro) en la antología. El desenlace se ve llegar, pero lo hace tan rápido que no importa demasiado. Bajo la fachada de la broma, sin embargo, se vislumbra un andamiaje mucho más siniestro, que gira en torno a la figura de (nuestro buen amigo) el enterrador, profesión que siempre ha suscitado atractivo morboso y repulsión, a partes iguales.

«Todo es empezar» de Pedro Escudero relata el primer día de trabajo de un… en fin, enterrador, que es aleccionado por un colega veterano sobre las peculiaridades de su nuevo oficio. El autor maneja muy bien el punto de vista, centrado en este personaje, consiguiendo retratar con mucho acierto precisamente a su interlocutor.  La descripción de personajes y situaciones constituye el principal atractivo del relato, que pierde un poco de tensión por un pequeño error de planteamiento: desde el segundo párrafo ya sabemos que Samuel superará la prueba y se hará sepulturero.

«La procesión de las plañideras» de Jorge Mulero es uno de los cuentos más extraños de la antología. En lo que serán poco más de mil palabras, describe una existencia pesadillesca. El relato se apoya en las descripciones y en una ambientación que tiene mucho de onírico.

La experimentación formal prosigue con «El cruce de la música», de Francisco Jesús Franco, un relato escrito íntegramente en segunda persona, a modo de monólogo (maníaco). Quizás pierde un poco la oportunidad de sumergirnos hasta el fondo en la inmundicia de una mente perturbada, pero logra su objetivo de implicarnos en los hechos, descritos con una atención por los detalles que los dotan de credibilidad.

Uno de mis cuentos preferidos de la antología es «Cosecha de huesos», de José María Tamparillas (autor al que ya publicamos un cuento relacionado con un entierro en el número 5 de Rescepto). El texto nos presenta a Lucas, un labrador pobre en cuyos terrenos no deja de exhumar huesos. Me atrae por dos motivos. Por un lado, hay una escena hacia el final que se erige como la más impactante (para mí) de la antología, mientras que el resto del relato se sustenta en un uso bien medido de motivos recurrentes y la cuidadosa arquitectura del esquema clásico de presentación, nudo y desenlace.

El de Laura Luna, es otro cuento que se ve perjudicado por su longitud. Un microrrelato (entendiendo por tal el concepto anglosajón de 1000-1500 palabras) tiene muy poco espacio para brillar y no puede permitirse ningún error. «No somos nada», pese a hacer gala del que quizás sea el enfoque más novedoso (y realista) de la antología, no pude superar unos pequeños desajustes formales y una estructura excesivamente fragmentaria en su denuncia contra la hipocresía.

«Moroaica», de Juan José Hidalgo, al final me ha gustado más de lo que me esparaba. Tras leer el párrafo introductorio, daría la impresión de que el texto ya no puede ofrecer muchas sorpresas, pero a la postre logra introducirnos en la historia de una echadora de cartas cuyos orígenes podrían no ser demasido puros. Durante tres cuartos del relato, logra esquivar con bastante acierto los lugares comunes (o, al menos, logra «iluminarlos» de forma que no sean tan tópicos). Destacaría, por ejemplo, la visita a un manicomio. Sin embargo, el último acto se resuelve de un modo demasiado apresurado y forzado, lo que reduce el impacto global del cuento.

El cuento de Manuel Mije, «…Y evitar los malos pensamientos», es quizás mi preferido, pues es el que ofrece un planteamiento más original. Al igual que el cuento de Tamparillas, destaca por saber cerrar su historia de dos extraños sordomudos de un modo satisfactorio, recogiendo todos los temas insinuados y proporcionándoles una conclusión que les da sentido a ellos y solidez al conjunto. También me agrada que juegue con la sutileza en vez de gritarnos a la cara las explicaciones.

Hacia el extremo opuesto se sitúa «Una tumba vacía», de Juan Ángel Laguna Edroso. Me temo que no acabo de captar el giro final, ni tampoco me siento identificado con el guiño metaliterario (enfocado hacia el cómic de terror) que propone. Destacaría, eso sí, que hace uso del sepulturero más siniestro del volumen.

Un desenlace que sí funciona es el de «Y llorarán por ti», la aportación a la antología de José Ignacio Becerril, que comienza en un lugar común y acaba en otro… consistiendo el truco en la forma en que nos lleva del primero al segundo. Tal vez podría haber usado descripciones más impactantes durante el desarrollo de la acción (el narrador no acaba de transmitir su angustia de forma convincente), pero en la escena final lo compensa con creces.

Para acabar (¿de rematar?) figura el cuento de un servidor: «Es mi trabajo» (sí, lo sé, el título no es gran cosa). Como es habitual, no diré mucho sobre él, ya que no me corresponde a mí analizarlo. Tan sólo comentar cómo surgió la idea: quise combinar algunos de los temas clásicos que vienen a la mente en cuanto oímos las palabras «entierros» y «terror», de un modo novedoso, tirando más hacia la fantasía oscura que hacia el horror puro y duro. Ah, y sale, cómo no, un enterrador.

En general, «Calabazas en el trastero 1: Entierros» me ha parecido una antología muy sólida y totalmente recomendable (si no sabéis cómo adquirirla, no tenéis más que consultar aquí abajo), opinión que mantendría incluso aunque no me hubieran incluido (aunque al estarlo, tengo más motivos, claro). Supone una buena muestra de la nueva hornada de escritores fantásticos que están surgiendo de los viveros actuales de internet y que en general disfrutan de pocas ocasiones de ver a su obra alcanzar un público más amplio (que no necesariamente más numeroso).

A medida que vayan saliendo otras críticas iré actualizando la entrada con los enlaces correspondientes:

Otros Números de Calabazas en el Trastero reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 28, 2009.

8 respuestas to “Calabazas en el trastero 1: Entierros”

  1. Muchas gracias por el comentario. Es bueno saber que a la gente tan exigente le gusta esa creación.

  2. Has clavado la definición sobre mi relato: «experimentación» es la palabra exacta. Fue muy divertido y todo un reto escribir la historia de ese modo.
    Gracias por el comentario.

  3. Gracias por tu comentario a mi relato. Me enorgullece que alguien tan exigente me conceda una crítica que, en mi parecer, es bastante buena ^^. Cuando lea el tuyo lo criticaré y publicaré la crítica ;). Un saludo.

  4. Bueno, parece haber unanimidad sobre mi «exigencia». ¡Me vais a crear un trauma!

    Cuando publiquéis alguna crítica, actualizo la entrada y os la enlazo.

  5. Gracias, Sergio, por comentar mi «Certificado de defunción». Siento que no te haya provocado más aprensión, porque cuando uno escribe, aparte de intentar hacerlo bien, pretende producir algún sentimiento en el lector, que al final es lo de que se trata… Pero bueno, me quedo con que te parezca en general un cuento sólido, que no es poco teniendo en cuenta la fama de exigente que te rodea Jaja ;)

    Saludos.

  6. Vaya, muchas gracias por hacer tan rápido la reseña de la antología, y por lo que me toda de ésta, jeje. En fin, a ver cuándo salgo de mi apalancamiento lector y me pongo con esta antología, que es quizá el primero de mi lista de pendientes…

  7. El artículo de ociozero sobre este libro es de Jorge Mulero Solano,no de Pedro Escudero. Un saludo.

  8. Corregido.

    Gracias.

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