Kafka en la orilla

No abandono del todo la guía de los premios, pero sin duda con un cambio de registro brutal. Puede haber estilos más contrapuestos que los de Gaiman y Murakami (mucho más, de hecho), pero no en lo que respecta a intenciones entre «American gods» y «Kafka en la orilla», ganadora en el 2006 del World Fantasy Award (aunque se publicara en Japón en el 2002).

La novela de Murakami nos presenta dos hilos narrativos tenuemente entrelazados (tan tenuemente como es posible sin perder cualquier conexión). El primero de ellos sigue a Kafka Tamura, un adolescente de quince años que se escapa de casa para huir de un padre insensible que lo ha marcado con la profecía edípica (lo matará y se acostará con su madre, que los abandonó junto con una hermana cuando él tenía cinco años). El protagonista de la otra historia es Satoru Nakata, un sesentón que, por culpa de un misterioso suceso acontecido durante la Segunda Guerra Mundial, ha perdido buena parte de sus capacidades intelectuales (incluida la capacidad de leer),  adquiriendo en contraprestación la facultad de hablar con los gatos. Ambos inician por separado un viaje que los llevará de Tokio, donde han vivido hasta entonces, hasta Takamatsu (en la isla de Shikoku, la más pequeña de las cuatro principales que conforman el archipiélago japonés). La historia de Kafka Tamura se vertebra en torno a la biblioteca Kômura, una institución privada dirigida por la enigmática señora Seki y atendida por Ôshima (personaje del que no conviene decir más de la cuenta para no estropear la sorpresa). La señora Seki (y, en cierto sentido, todos cuantos se relacionan con ella) vive marcada por un trágico suceso acontecido más de treinta años antes. Por su parte, Nakata viaja hasta Takamatsu impelido por el nebuloso apremio de una misión de la que lo desconoce todo salvo su urgencia, recibiendo la ayuda desinteresada de muchos desconocidos hasta que se encuentra con Hoshino un joven camionero que, en honor a la memoria de su abuelo primero y por aprecio después, lo acompaña en su última etapa y le ayuda a completar su tarea.

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Poco más puede decirse de la novela sin echar a perder sus sorpresas. Tan sólo añadir que, al ser una obra de Murakami, los elementos fantásticos menudean: Tanaka habla con los gatos, aparecen personajes icónicos (¿metafóricos?) en papeles extraños, como Johnnie Walken (en vez de «Walker») o el Coronel Sanders del Kentucky Fried Chicken (no-traducido como «Colonel Sanders»), visiones fantasmales, mundos oníricos, lluvias de peces o sanguijuelas… Todo ello con una existencia real que nunca queda demasiado clara. Por un lado, sin admitir cierta causística sobrenatural la intrincada red de concidencias no se sostiene. Por otro, casi todos los ejemplos de injerencia de lo fantástico acontecen en el plano personal, con un único testigo cuya fiabilidad no siempre puede avalarse y con una influencia en los acontecimientos inequívocamente reales tangencial a lo sumo. Dado que también son habituales los sueños, se podría argumentar que «Kafka en la orilla» se desenvuelve en el límite entre el mundo onírico y el material, sin que pueda precisarse cuándo y cómo exactamente estas dos realidades se entrecruzan (lo cual confiere a la trama cierto toque surrealista).

Una cuestión que surge inevitablemente tras su lectura es la de su significado. ¿Qué sentido tienen los viajes (mayormente espirituales) de Kafka Tamura y Nakata? ¿Cuál es el motivo por el que se incluye como tema la tragedia edípica y cómo se resuelve? ¿Y la música ? ¿Y la filosofía de Hegel? ¿La literatura clásica japonesa? ¿La sexualidad? ¿La conciencia? En japón, el editor ofreció la posibilidad a los lectores de que hicieran las preguntas que consideraran oportunas a Murakami sobre el significado de su novela, y éste respondió a unas 1.200 de las 8.000 que se le plantearon. Por supuesto, esta información está fuera de nuestro alcance (a no ser que leamos japonés), pero el autor ofrece alguna pista en una entrevista publicada en su página web (y accesible siguiendo este enlace). En ella, Murakami dice lo siguiente (traducción mía): «Kafka en la orilla contiene varios acertijos, pero no ofrece ninguna solución. En vez de ello, varios de estos acertijos están relacionados, y a través de su interacción toma forma la posibilidad de una solución. Y la forma que esta solución asume será diferente para cada lector. Por decirlo de otro modo, los acertijos funcionan como parte de la solución. Es difícil de explicar, pero ésa es la clase de novela que me propuse escribir».

Si interpreto bien lo que dice, «Kafka en la orilla» es una novela profundamente metafórica, que juega con unos elementos simbólicos primarios, engarzados en una estructura evocativa pero sin significado fijo. Su función sería similar a una colección de láminas de Roschard: ofrecer una serie de motivos y engarces para que el lector no sólo interprete según su experiencia y reflexiones la historia, sino que también suministre la sublectura, el tema subyacente, desarrollado hasta donde se desee profundizar. Así pues, veo la novela como una antialegoría, pues busca justo lo contrario que ésta; en vez de forzar una interpretación, servir como germen de una multiplicidad de significados (no me extraña que Murakami tuviera curiosidad por saber qué clase de reflexiones había engendrado).

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Por ello mismo, no voy a exponer ninguna (otra) de mis interpretaciones, pues tengo la sospecha de que dirían más de mí que de la novela. Sin embargo, algo tengo que comentar, así que voy a tirar para lo seguro y decantarme por algunas divagaciones sobre técnica literaria.

Para que el experimento del significado variable funcionara la novela precisaba de un ancla muy sólida, que encuentra en una estructura pétrea, con muy pocas concesiones a la variación del momento. Todos los capítulos impares narran el periplo de Kafka Tamura, en primera persona y en presente. En ellos se nos describen los lugares y las acciones, con frases cortas y una gran minuciosidad, recreándose la narración en lo cotidiano. Por el contrario, los diálogos suelen ser más complejos (aunque casi siempre involucran a dos únicos interlocutores), derivando a menudo hacia lo ampuloso e incluso lo pedante. El equilibrio es fundamental, pues, para no sobrecargarnos en uno u otro sentido, constituyendo el elemento unificador un dominio extraordinario del lenguaje (la estética, que mencionaba en la entrada sobre «American gods»). Intercalados en esta sección de la novela, nos encontramos párrafos en segunda persona, en los que un joven llamado Cuervo (una especie de voz de la conciencia, aunque sin que su naturaleza sea principal ni estrictamente moral) interpela a Kafka Tamura y da forma a sus pensamientos.

Los capítulos pares están dedicados a Satoru Nakata. Los dos primeros son transcripciones de interrogatorios militares referentes al extraño suceso que, durante su niñez, lo llevó a su situación presente, y hay un tercero que reproduce la carta que una maestra involucrada remite años después a uno de los psicólogos que estudiaron el caso; el resto son narraciones en tercera persona y en pasado del periplo de Nakata, no siempre centradas en su persona (así pues, hacia el final del libro se va produciendo un traspaso progresivo del protagonismo hacia Hoshino). Como particularidad, cabe resaltar que Nakata, en sus conversaciones, se nombra a sí mismo en tercera persona.

Esta alternancia entre tiempos verbales, voz narrativa y protagonista está cuidadosamente entrelazada con la naturaleza de ambos personajes. Mientras que Kafka Tamura es un chico reflexivo e introspectivo hasta casi lo patológico (la novela versa sobre la resolución del conflicto interno que lo obliga a escapar de casa… aunque nunca llegue a explicitar de forma inequívoca ni el problema ni cómo lo resuelve), Satoru Nakata es el proverbial junco hueco, un observador casi puro a través de cuyos ojos se nos ofrece una realidad a la vez menos y más compleja de lo que estamos habituados a considerar.

No hace casi ni falta aclarar que recomiendo fervientemente la lectura de «Kafka en la orilla», aunque sólo sea por el placer estético que proporciona (no quiero ni empezar a imaginar las dificultades que debe plantear trasladar el estilo (cualquier estilo, pero uno tan elaborado en particular) del japonés al castellano (mi gratitud para con la traductora).

En esta ocasión no proporcionaré enlaces a otras críticas. Primero porque es un libro considerado de mainstream, y como tal las reseñas abundan. Segundo, porque tengo el convencimiento de que cada opinión (para bien o para mal) resulta tan personal (siempre, pero es algo exacervado en este caso) que escoger unas pocas entre las disponibles me parece un ejercicio de una metasubjetividad tal que carece de todo valor.

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en febrero 16, 2009.

12 respuestas to “Kafka en la orilla”

  1. Vas por el buen camino. Lástima que lo vayas a abandonar pronto, me temo. Mi estantería está a tu disposición… juas!

  2. Te tomo la palabra. Aunque corro el peligro de tropezarme con Ray Loriga.

  3. Qué quiere que le diga. Este libro, en concreto, no está nada mal. Lo demás que le he leído (artículos) y visto (pelis y entrevistas) es una mierdecilla intelectualoide y vacía.

  4. Este libro ya estaba en mi lista de pendientes, pero esta crítica lo ha subido unos cuantos puestos.

    Me gusta tu blog, tan ordenadito :)

  5. Me alegro de que te guste (el blog) y seguro que te gustará (la novela).

  6. A mi me gusto mucho en su día,y lo voy a volver a leer pasados unos años.
    Muy bueno el blog

  7. Gracias.

  8. Lo acabo de leer, y lo que he apreciado es el estilo narrativo de la historia, que según lo vas leyendo vas intuyendo el final, en un único punto. Mundo onírico y real, con una traducción estupenda. Las personalidades de los protagonistas, muy interesantes, que te dan de qué pensar.

  9. A mí me ha parecido una estupenda novela, y sobresaliente el trabajo de la traductora.

    Y también me ha interesado mucho el comentario de Sergio Mars en este blog acerca de que podría funcionar como un test de Roschard (algo que, por otro lado, sucede con todas las grandes novelas que ha leido mucha gente).

    Es la segunda novela de Murakami que leo (la primera fue «La caza del cernero salvaje»), y en las dos me ha parecido que resonaba Conrad (de hecho en las dos sale Conrad). Hoshino me ha recordado, en parte, a Frodo Bolsón, y sin embargo a Kafka (Franz) me ha resultado más difícil percibirlo (a pesar de que me leí religiosamente, cuando se menciona en la novela, «La colonia penitenciaria», un cuento con un desenlace que me ha parecido poco kafkiano, así que el problema igual es mío). Los laberintos y las bibliotecas son temas borgianos (y los gatos son como tigres pequeños), pero a Borges no le he visto. Y los líos de cama me han recordado lejanamente, muy lejanamente, a la familia Veen.

    Eso puedo deciros, y desde luego que a Murakami hay que leerlo.

    Estupendo el blog.

    Néstor

  10. Gracias, Néstor (por el cumplido y por compartir tus impresiones sobre la novela).

    Si te han gustado «La caza del carnero salvaje» y «Kafka en la orilla», desde luego tendrías que probar con «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo».

  11. «Kafka en la orilla» me está pareciendo un libro mágico y básicamente enigmático por lo cual, antes de acabar su lectura, me ha surgido la necesidad de buscar comentarios y críticas sobre él. Me he topado con tu blog y agradezco tu reseña y los diferentes comentarios que he encontrado.
    Murakami es sin duda un autor indispensable, un buscador de la verdad através de la magia…

  12. estoy leyendo «Tokio Blues» y me ha gustado mucho. Estoy tras la pista de un segundo libro de Murakami… creo que podría ser este, o el de «After Dark». Gracias por la reseña.

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