Los caminantes: Necrópolis

«Los caminantes», la primera novela de Carlos Sisí y de la línea Z de Dolmen Editorial, se convirtió en uno de los éxitos comerciales en literatura fantástica del año 2009. Resultaba pues casi inevitable una secuela, que estuvo lista en poco más de un año. Tanta premura resulta sospechosa. No suele presagiar nada bueno con respecto a la calidad de la continuación. Carezco de elementos de juicio, pues no he leído la primera crónica de los supervivientes a la pandemia zombi en Málaga, pero muy buena tendría que ser para superar a «Los caminantes: Necrópolis».

Vaya por delante, eso sí, que los dos primeros capítulos, dedicados a poner en antecedentes al lector (a glosar los hechos esenciales del primer tomo), son horribles. Tirán para atrás de mala manera con unas descripciones tan aletargadas como los propios caminantes y una cantidad de errores gramaticales (de concordancia verbal) desesperante. Por fortuna todo cambia radicalmente a partir de ahí. En cierto modo, ocurre lo mismo que con los zombis de la novela: localizan una presa, se activan, se lanzan a toda velocidad en su persecución y ya no hay fuerza en el mundo capaz de hacerles desistir de su objetivo.

La «activación» comienza con el plan de Juan Aranda, el líder de la comunidad de supervivientes de Carranque, de aprovechar su invisibilidad adquirida (léase los libros para saber cómo) ante los muertos vivientes para protagonizar una ambiciosa exploración hasta los estudios de Canal Sur de Málaga. Simultáneamente, se nos presenta a un grupo de inmorales ricachones extranjeros que sobreviven en Marbella, entregados a violentos juegos de supervivencia; la plaga zombi les ha permitido dar rienda suelta a sus peores instintos. En Calahonda, dos niños, Gaby y Alba, de doce y ocho años, también han conseguido sobrevivir, gracias en parte a las premoniciones que asaltan a la pequeña Alba (y, mucho después, al concurso de Gulich, un mastín gigantesco con el que se encuentran).

Las vidas de todos ellos, y de los habitantes de Carranque (con mucho menos protagonismo, quizás, del que hubiera sido deseable), y del equipo de defensa capitaneado por Dozer, que acude a una llamada perentoria desde el puerto, y, por supuesto, del padre Isidro, el villano de la primera parte, que aguarda prisionero la ocasión de retomar su sagrada misión de llevar la resurrección zombi hasta el último superviviente recalcitrante, se entrecruzan en veinticuatros horas terribles que darán un vuelco radical a una situación aparentemente estabilizada.

Si algo destaca en la novela es el ritmo. Carlo Sisí sabe cómo describir la acción. Lo hace además con precisión y una notable atención por el detalle. Entre zombis predadores, niñas precognitivas y monstruos que de humanos tienen tan sólo la apariencia, el evidente interés por dotar a cada escena de verosimilitud, huyendo de las soluciones prototípicas para profundizar en el funcionamiento real de, por ejemplo, las armas de fuego, confiere solidez a la narración y propicia la identificación con los personajes. Los diálogos son también vivos, naturales, fluyen con la historia (y la hacen fluir). Es una narración directa, que huye de cualquier tipo de artificiosidad para ofrecer una lectura trepidante.

No todo es tan perfecto. En ocasiones se aprecia una excesiva dispersión. Hasta cinco líneas argumentales avanzando simultáneamente, en bloques amplios y no sincrónicos, lo cual provoca cierta desorientación y el abandono durante prolongados lapsos de algunas de ellas. Es un efecto colateral de la ambición argumental, que quizás hubiera necesitado de algo más de reflexión a la hora de encajar (o planificar) las piezas (quizás aquí sí se note lo apresurado del proceso creativo). De igual modo, aunque no tan persistentes como en las primeras páginas, los problemas de concordancia verbal (en el uso del pretérito perfecto simple en lugar del pluscuamperfecto) distraen en ocasiones de la trama.

Pese a estos defectillos menores, no me cabe duda al calificar a «Los caminantes: Necrópolis» como una gran novela de aventuras (trasciende, como debe ser el objetivo de cualquier obra, los límites del subgénero en que se encuadra). El clímax central (de cuya naturaleza sólo revelaré que es ciertamente explosivo) resulta de lo más impactante, y en vez de caer en el error de intentar superarlo en la resolución, se opta por una narración (comparativamente) más reposada, que cumple la función de recoger todos los hilos y temas, cerrar pulcramente todas las líneas e incluso abrir opciones de futuro (desarrollos nuevos, nada de dejarse cosas en el aire «para depués»).

«Los caminantes: Necrópolis» es una novela que no hace concesiones. Y no me refiero a la crudeza de las descripciones (es de esperar, que al fin y al cabo es una de zombis), sino a las expectativas naturales (que ganen los buenos, que los malos sean castigados, que al final todo se arregle… o que, como poco, cada muerte sea adecuadamente heroica). Logra así que el lector se preocupe realmente por los personajes. Nadie dispone de carta blanca. Cualquiera puede morir (o vivir, que el subgénero abusa a veces del concepto del final aciago irremediable). Una obra, en suma, honesta, que en su franqueza encuentra sus mejores virtudes y que ofrece todo cuanto promete (sin necesidad de irse por las ramas en complejidades innecesarias) con frescura y ritmo, sobre todo ritmo.

Agradezco a Dolmen Editorial el envío de un ejemplar de “Los caminantes: Necrópolis” para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en octubre 21, 2010.

Una respuesta to “Los caminantes: Necrópolis”

  1. Bueno, cuando leí el manuscrito y tras haber leído Los Caminantes, ya vi que era mucho mejor, al menos en cuanto a madurez a la hora de acercar la historia.

    Fer

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