Restos de población

La ciencia ficción es una literatura de exploración, y la exploración es cosa de jóvenes. Nadie quiere saber de problemas de incontinencia en cero G o de la incompatibilidad entre artritis y manejo de pistolas láser. Así pues, no es nada frecuente que un autor ofrezca el papel protagonista de su obra de ficción especulativa a un anciano… no digamos ya si se trata de una anciana.

Esto es, sin embargo, lo que osó proponer Elizabeth Moon en 1996, con la publicación de «Remnant population», en donde depositó todo el peso de la narración en los frágiles hombros de Ofelia Fulfarres, una abuela cuya edad nunca llega a especificarse (se le suele atribuir unos 70 años), que decide quedarse atrás cuando la colonia donde ha pasado toda su vida es declarada un fracaso y todos los colonos, poco menos que siervos de una gran compañía, son obligados a subir a naves de transporte para su reubicación. Frágiles debido únicamente a la osteoporosis, porque a lo largo de la historia descubrimos, junto con la propia Ofelia, que posee muchos más recursos de los que los fríos cálculos empresariales están dispuestos a contemplar (es declarada como no productiva, de modo que su traslado, al cual podría no sobrevivir, va a ser cobrado a sus familiares literalmente como carga).

Ofelia es un personaje singular. Quizás en toda su vida el único acto de rebeldía que emprende sea la deserción con que se inicia el libro, e incluso éste viene motivado más por el sentimiento de inutilidad. La orden de evacuación supone una llamada de atención. La saca, en cierta forma, del suave declive en el que la sociedad, su familia y ella misma la han situado. Se esconde por el desagrado ante un futuro donde cada vez será menos y menos relevante, tan sólo una obligación incómoda para los demás, pero carece de planes ulteriores.

Una vez sola, Ofelia empieza a explorar quién es ella en realidad. No a través de sesuda introspección filosófica, sino poniendo manos a la obra. Con sencillez, va reinventándose paso a paso, rompiendo incluso tabúes sin sentido. A base de conocimientos tradicionales (se podría argumentar que son éstos más propios de la sociedad contemporánea a la autora que de cualquier previsible sociedad futura) y puro sentido común, va construyendo, cual Robinson Crusoe (con medios a su disposición infinitamente superiores, pues la colonia no ha llegado a desmantelarse, sino que simplemente se deja abandonada), su propio espacio vital.

Su apacible retiro se complica cuando una segunda tanda de colonizadores (de otra compañía) llega al planeta. Lo que nadie esperaba después de más de cuarenta años de presencia humana era que la avanzadilla fuera atacada por una desconocida especie indígena, que muestra señales de una inteligencia al menos tan elevada como la humana (si bien con un menor desarrollo tecnológico). A patir de este punto la novela vira hacia el escenario del primer contacto, con la originalidad de que la encargada de representar a la humanidad en tan significativo acontecimiento es una adorable abuelita.

El resto es bastante predecible. Llegan (utilizando sistemas de transporte translumínicos) científicos y soldados, que no saben si sorprenderse más de la presencia de los alienígenas o de la anciana okupa. Al final, por supuesto, Ofelia, la no productiva, es la clave para alcanzar un desenlace feliz (un tanto apresurado, en clara oposición al ritmo pausado del resto de la novela; un poco decepcionante también a mi parecer).

Como se ve, es un relato simple, contado con sencillez aún mayor. Nada de grandes escenarios o arriesgadas especulaciones, tan sólo una abuelita ejerciendo de tal. Eso sí, desde un punto de vista sociológico es un rotundo canto a la autoafirmación (no necesariamente geriátrica) y una invitación a romper los moldes que nos imponen desde fuera.

Siendo una mujer la autora y una mujer la protagonista, resulta automática la «sospecha» de que nos encontramos ante una muestra de ciencia ficción feminista. Hasta cierto punto, esta percepción es acertada, pero los años 90 ya no son los 70. Las primeras obras que podrían enmarcarse en esta corriente resultan un tanto forzadas en la defensa de su tesis, con exageradas inversiones de roles y actitudes que podrían casi etiquetarse como discriminación positiva aplicada a la ficción. «Restos de población» es mucho más natural. No necesita demostrar nada, sino que se limita a ser consecuente. De hecho, incluso se le podría tildar de un poco retrógrada al exaltar en Ofelia virtudes tradicionales femeninas (orden, trabajo, instinto maternal, sentido común) y al asignarle el papel arquetípico de matriarca (vamos, una pedazo abuela de toda la vida). La diferencia estriba en que todo ello es asumido libremente, partiendo además de una posición inicial de alienación con respecto a este nicho tradicional que le ha sido negado. Una reconquista muy propia de finales de los 90.

La originalidad del protagonismo le valió a «Restos de población» una nominación al premio Hugo de 1997 (que, incomprensiblemente para mí, ganó «Marte azul» de Kim Stanley Robinson). Entre los nominados se contaba igualmente «El fuego sagrado», de Bruce Sterling, cuya protagonista es también, al comienzo del libro, una anciana (aunque pronto rejuvenece, entrando en una fase transhumana de su vida de, curiosamente, búsqueda de identidad).

Otras opiniones:

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en marzo 17, 2010.

5 respuestas to “Restos de población”

  1. Interesante planteamiento. Había oído hablar de esta novela, pero sólo como mención. El aspecto original de la protagonista me ha llamado la atención. Yo suelo, por mi parte, y sin proponérmelo en realidad, crear protagonistas femeninas, sin alardes feministas ni intentos de reclamo de nada, debo añadir. Solo se me hace natural, siendo yo misma mujer también. Pero igual puedo pasar a un hombre protagónico y no me siento mal por ello. Estaba pensando que en uno de los últimos cuentos que escribí y que vieron la luz de una publicación, Flor del crepúsculo, los protagonistas son precisamente dos ancianos, pareja, perfectamente dueños de la acción desde el principio hasta el final. Claro que es un relato, no una novela, pero me asegura el hecho de se puede trabajar también con personajes algo distintos de vez en cuando. :)

  2. La primera vez siempre implica una faceta más o menos reivindicativa. Luego se normaliza, y lo que era transgresor pasa a ser natural (aunque no me atrevería a asegurar que se ha alcanzado una igualdad absoluta). «Restos de población» fue más rupturista por la edad de la protagonista que por su sexo (aunque la combinación es significativa). Eso sí, es una prolongación evidente de la tradición feminista que iniciaron Le Guin y compañía en los 70.

    Por cierto «La mirada de Pegaso», que saco en otoño, está protagonizada por una mujer (directora de un centro de investigación). Supongo que también tengo que agradecer a las pioneras que enriquecieran el corpus de la ciencia ficción y nos abrieran esta posibilidad.

  3. Desde un punto de vista totalmente diferente (la Space Opera), y con truco, La Vieja Guardia, de John Scalzi también nos presenta una galería de protagonistas «ancianos».
    Esta no la he leído, precisamente porque las autoras Ci-Fi de tendencia feminista me echan un poco para atrás.

    Por cierto, excelente blog!

  4. Gracias.

    En realidad, por lo que puedo precisar. Elizabeth Moon sería más bien una autora post-feminista (por analogía con el post-cyberpunk). Aborda temas femeninos, pero sin afán reivindicativo explícito, tan sólo porque quiere tratar esa faceta tan poco explorada por la ciencia ficción.

    Su mejor baza es que «Restos de población», sin duda, es una novela diferente dentro de un campo que tiende a menudo a la homogeneidad.

  5. En realidad no la veo como novela feminista, sino como una novela que reivindica la diferencia. O los marginados que no tienen por qué serlo. Tiene además un toque pastoral a lo Simak que me gusta mucho.

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