Cero

En 1991 Kathe Koja publicó su novela debut, «Cero» («The cipher»), que la catapultó de inmediato al primer plano al cosechar tanto el Locus como el Bram Stoker de primera novela. Durante los seis años siguientes, a través de otras cuatro novelas y una antología, se convirtió en una de las principales voces del género de terror, explorando a menudo transformaciones físicas grotescas como reflejo de procesos psicológicos, razón por la que ha sido asociada tanto con el body horror como con el splatterpunk.

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Todo ello es plenamente aplicable a «Cero», la historia de Nicholas, un don nadie, enredado en una relación profundamente tóxica con una chica extraña, Nakota. Cierto día, sin otra preparación, ambos encuentran un agujero en el suelo de un trastero abandonado del edificio donde vive de alquiler Nicholas. Es un agujero extraño, que no parece tener fondo, sino que más bien conecta con una especie de dimensión extraña, alienígena. Las primeras pruebas, introduciendo pequeños animales atados a cordeles, dan como resultado mutaciones repulsivas y experimentos ulteriores tan solo logran acrecentar el misterio… y la fascinación enfermiza que siente Nakota por ese vacío monstruoso.

La principal, más bien única, característica de Nicholas es su total nulidad. Él es el «cipher» (pelele) del título original. Un poeta fracasado que trabaja como gerente en un videoclub (porque es tan anodino que nunca se le ocurriría robar) y que es incapaz de negarle nada a Nakota con tal de obtener unas migajas de atención. El problema es que Nakota vive entregada a un nihilismo autodestructivo y hace gala de un egoísmo absoluto y no duda en manipular a Nicholas para satisfacer sus ansias.

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El agujero se transforma así en un catalizador de esta dinámica disfuncional, arrastrándolos a ambos (con la entusiasta colaboración de Nakota y la desganada aquiescencia de Nicholas) en una espiral de degradación no muy diferente de cualquier otra adicción (por las fechas en que se escribió la novela, bien podría haber sido heroína). Todo aquiere, además, un matiz más perturbador cuando de forma semiaccidental el brazo derecho de Nicholas penetra en el agujero y sale… alterado.

A partir de aquí el agujero y sus misterios, así como la enfermiza vinculación con Nicholas, devienen en el epicentro de un grupúsculo de personajes, a cual más estrafalario, que buscan en el misterio una suerte de revelación, algo de trascendencia, relacionado todo ello de algún modo con el arte; una de las constantes de la obra de Kathe Koja y presente también en otras de sus obras como «Cerebros asesinos» (1992), «Skin» (1993) o «Strange angels» (1994). La transcendencia, o quizás metamorfosis, ha arraigado sin embargo de forma involuntaria en Nicholas, que como en tantas otras cosas en su vida se deja arrastrar con un abandono que contrasta con lo radical de la transformación, convirtiéndose paradójicamente en el único de los implicados que no trata de extraer ninguna (inexistente) revelación oscura de la situación.

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Hasta aquí lo que puedo contar de la trama sin entrar en más revelaciones de las que proporcionan algunas de las portadas y también lo que alcanzo a entresacar sobre las intenciones de la novela, porque a la hora de valorar lo que proporciona, he de confesar que «Cero» me ha aburrido soberanamente.

La misma historia, en mi opinión, hubiera podido contarse en una novela corta. En vez de ello, se arrastra y se retuerce, volviendo una y otra vez sobre sí misma con variaciones tan leves que tan apenas añaden nada nuevo a una historia que en mi opinión estaba lista para encarar su clímax  no mucho más allá de las cien páginas. En vez de ello, Kathe Koja comienza a introducir una tras otro a nuevos personajes que poco aportan, aparte de proporcionar una excusa para extender una historia que con Nicholas y Nakota tenía suficiente. También, he de reconocerlo, llevo mal el surrealismo y, poco a poco, la trama de «Cero» va adentrándose en el absurdo, algo a lo que contribuye una narración en primera persona fragmentaria, que nos ofrece una visión subjetiva plagada de… agujeros (algo absolutamente premeditado).

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Supongo que habrá fans de este tipo de historia de terror, carente casi por completo de lógica interna, que recurre a descripciones repulsivas para provocar al lector. Tal vez la intención de la autora era epatar, sacudir sensibilidades, pero su supuesta trasgresión me resulta tan filosóficamente hueca como su protagonista. Carente por tanto de algo un poco más sustancial a lo que aferrarme que un nihilismo un tanto fatuo, no me ha producido más que bostezos y a duras penas he logrado arrastrarme hasta el final de la novela (sabiendo, por supuesto, que allí no iba a encontrar nada; cualquier otro resultado hubiera contravenido la esencia misma de la historia).

Posiblemente, soy el peor tipo de lector posible para una historia como la de «Cero». Incluso en el terror, yo busco un discurso ordenado, una tesis. «Cero» es un agujero negro, es la nada, es la atracción por el abismo, más alla de cualquier pensamiento coherente; es también la rendición de la voluntad, una especie de estado zen mórbido que nos invita a devolverle la mirada a la oscuridad y abrazar la disolución. Me temo, sin embargo, que no encuentro fascinante la idea de la nada. Solo se me antoja aburrida, carente de incentivos; y ninguna sucesión de hechos aleatoriamente grotescos basta para hacerme cambiar de opinión.

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Obviamente, esta opinión no fue compartida por muchos de los lectores contemporáneos, que tal vez encontraron en «Cero» un reflejo de una vacuidad existencial que se manifestaba en el problema de drogadicción al que he aludido (eran años en los que no parabas de tropezarte con jeringuillas por los parques). Así que, como ya he comentado, la premiaron con un premio Bram Stoker (compartido con «Prodigal» de Melanie Tem) y un Locus, ambos de primera novela… lo que todavía a día de hoy constituyen los mayores reconocimientos críticos obtenidos por Kahte Koja en el terreno fantástico.

Otras opiniones:

~ por Sergio en noviembre 10, 2022.

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