Children of time (Herederos del tiempo)

Adrian Tchaikovsky (Czajkowski) era un escritor británico de fantasía épica con tintes entomológicos, autor de la serie Shadows of the Apt, que se extendió entre 2008 y 2014 a lo largo de diez novelas. Entonces, en 2015, sorprendió con una novela de ciencia ficción, «Herederos del tiempo» («Children of time»), que en medio de un panorama general de estancamiento ofreció, si bien no algo estrictamente nuevo, sí una recombinación maravillosamente fresca de motivos clásicos del género. 

La novela arranca con la humanidad en la cúspide de su poder, expandida por varios sistemas estelares y embarcada en proyectos variopintos, como el que involucra un mundo perfectamente terraformado en donde cierto consorcio pretende llevar a cabo un experimento de evolución dirigida, liberando a un cargamento de monos junto con un virus diseñado para acelerar su evolución, dando lugar con el tiempo a una nueva especie inteligente, hermana (e hija) de la humanidad. Por desgracia, algo sale terriblemente mal. Un ataque terrorista informático procedente de una revuelta en la misma Tierra afecta al proyecto en su momento más crítico, y así el cargamento animal queda destruido y la principal investigadora acaba aprisionada en el satélite de vigilancia del proyecto, sola y aislada, a años luz del ser humano más cercano y sin otro cometido que supervisar un experimento que se ha visto truncado en su mismo inicio.

El mundo objetivo, sin embargo, es fértil y no carente de vida. Así, el virus evolucionador encuentra en el mundo invertebrado especies aptas para sufrir su influencia, entre las que destacan las arañas del género Portia, una familia de arañas saltadoras que cazan a otros arácnidos y que, con un cerebro muy rudimentario, han sorprendido a los investigadores con su capacidad para resolver problemas. De este modo, parte de la novela sigue el largo camino evolutivo de las arañas desde esta protointeligencia hasta la construcción de una sociedad, para lo cual Tchaikovsky emplea tres nombres recurrentes, los de Portia (que suele ser la protagonista y la innovadora), Bianca (la compañera, a menudo religiosa) y Fabian (el macho, que por el dimorfismo sexual en esta especie es más pequeño y se encuentra tradicionalmente supeditado a las hembras).

A lo largo de la novela, asistimos al laborioso camino de ascensión de las arañas, desde una protosociedad de cazadoras individuales a una civilización tecnológica, inspirada por las misteriosas señales que les llegan desde el cielo. Así, asistimos a sus crisis, tanto endógenas (con la lucha denodada por la igualdad de los machos) como exógenas (con las terribles guerras libradas contra especies ajenas como las hormigas, en donde el autor muestra una enorme inventiva (más desde una perspectiva tecnológica que social). Resulta imposible no sentir un apego emocional intenso con la epopeya arácnida… justo lo contrario que ocurre con los humanos.

Porque también hay humanos; los últimos humanos del universo.

La revuelta en la Tierra ha devenido en una catástrofe ecológica global y en un acusado declive tecnológico. La única esperanza de la humanidad reside en lanzar naves colonizadoras a la búsqueda de los antiguos proyectos de terraformación, sin que exista garantía de que ninguno de ellos haya tenido éxito (y con el peligro añadido de sistemas de seguridad cuyo secreto se ha perdido). Una de estas es la Gilgamesh, que con una tripulación esencial que entra y sale de hibernación según las necesidades de la misión, transporta congelada en sus bodegas una pequeña muestra de la humanidad en una apuesta desesperada por la supervivencia.

Así pues, las dos epopeyas se entrelazan. Por un lado, el amanecer de la civilización arácnida, por otro, el posible ocaso de la sociedad humana. El paralelismo se acentúa con unos protagonistas humanos que gracias al milagro tecnológico de la hibernación viven a través de los siglos de viaje, aunque no sin un coste, pues cada momento de vigilia supone envejecer algo más, y la entropía es un enemigo inexorable, que va provocando la degradación de los sistemas, tanto tecnológicos como sociales. Asistimos así a accidentes, rebeliones, misiones desesperadas e incluso en determinado momento la Gilgamesh acaba convertida en una nave generacional en toda regla, llevando sus especificaciones al límite. Como ya he avanzado, es posible que Tchaikovsky no inventé nada nuevo, pero desde luego sabe cómo ofrecer una combinación atractiva.

De algún modo, con «Herederos del tiempo» el autor logra esquivar algunas de las trampas que atenazan de un tiempo a esta parte a la ciencia ficción más especulativa, ofreciendo una esperanza más allá de la catástrofe y anclando la narración en sentimientos humanos/arácnidos; drama muy bien planteado, por encima de buscar deslumbrar con giros imprevisibles.

No está exenta la novela, eso sí, de pequeñas deficiencias. Sin entrar ya en la improbabilidad casi milagrosa del virus evolucionador (aceptémoslo como axioma), la sociedad arácnida se muestra en ocasiones demasiado similar a la humana (sobre todo en su problemática sexual, que aparte de invertir los términos y convertir la supeditación masculina en una cuestión mucho más evidentemente biológica, no aporta gran cosa al tema), mientras que la trama humana, por comparación, resulta a veces poco variada (al fin y al cabo, son un numero limitado de personajes en un escenario igualmente limitado). Se trata, sin embargo, de cuestiones menores.

«Herederos del tiempo» constituyó todo un soplo de aire fresco en un panorama estancado, y aun exhibiendo con orgullo sus influencias (David Brin y su serie de la Elevación de los Pupilos está explícitamente homenajeada, pero también se perciben, no sé si conscientes o no, ecos de la ficción de Vernor Vinge). Por añadidura, el entusiasmo del autor para con las arañas es contagioso, y no resulta nada difícil alinearse con ellas… incluso contra los últimos vestigios de la especie humana, que tal vez no merezcan (merezcamos) sobrevivir a nuestros hijos (herederos). Solo por conseguir inspirar ese grado de empatía por lo monstruoso (y hay pocas cosas más monstruosas que una araña), «Herederos del tiempo» ya merecería un puesto de honor en la historia de la ciencia ficción reciente.

Tras su publicación, la novela se alzó con el premio Arthur C. Clarke de 2016, si bien no consiguió un reconocimiento similar al otro lado del Atlántico (una problemática que a menudo aqueja a los autores británicos). En 2019, Tchaikovsky publicó una secuela, «Children of ruin», que ya ha sido nominada a los British Science Fiction Awards.

Otras opiniones:

~ por Sergio en marzo 19, 2020.

3 respuestas to “Children of time (Herederos del tiempo)”

  1. Que buena que suena esta novela, me imagino una sociedad de hormigas(HunterxHunter), una de ratas topo (Shin Sekai Yori), como me gustaría agregar una de arañas.

  2. […] octavo que ejerce como puerta a una posible continuación, Herederos del caos, recién publicada), Herederos del tiempo contrapone dos hilos. El desarrollo evolutivo de una especie arácnida en la superficie del planeta […]

  3. […] que Tchaikovsky saca partido en la segunda sección: la misión de exploración lanzada al final de Herederos del tiempo y enfrentada a la comprensión del escenario que se abre entre ellos y los consiguientes problemas […]

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