Never let me go (Nunca me abandones)

Desde hace unas semanas tenemos nuevo Premio Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, y en esta ocasión no sólo es de hecho escritor (rectificando un poco el rumbo del galardón), sino que además, por la parte que nos toca más de cerca, se ha aventurado en sus últimas obras por terrenos propios de la literatura fantástica. De hecho, dos de sus siete novelas (no es un autor prolífico), podrían encuadrarse (o no) en los terrenos del fantástico. Por un lado está su último libro, «El gigante enterrado» (2015, nominado al World Fantasy Award), pero también el precedente, «Nunca me abandones» («Never let me go», 2005), que es el que nos ocupa ahora.

La novela consiste en la narración en primera persona de una joven, Kathy, ex alumna de una institución llamada Hailsham, que rememora diversos episodios de su vida, en particular por lo que se refiere a su relación con Ruth, su mejor amiga, y Tommy, quien con el tiempo se convertirá en la pareja de Ruth, aunque los sentimientos existentes entre él y Kathy resultan evidentes.

Voy a intentar ser lo menos explícito posible respecto a los giros y revelaciones del argumento (me temo que, a poco que busquéis por internet, os destriparán sin remordimientos hasta el último de ellos, pero no quisiera contribuir a ello). Así pues, me limitaré a señalar que hay tres segmentos bien diferenciados: la despreocupada niñez en Hailsham, su adolescencia en los Cottages (ignoro cómo lo habrán traducido) y por último un período de madurez como cuidadora itinerante. Kathy aborda cada uno de ellos más o menos secuencialmente, aunque como quien rememora sin un plan fijo, dejándose arrastrar por el flujo de los recuerdos, ora adelantando acontecimientos, ora retrocediendo para explorar alguna oscura ramificación.

Así, a brochazos aparentemente aleatorios, va dibujando una existencia envuelta en el misterio y tremendamente limitada en cuanto a las relaciones interpersonales. Sólo están los compañeros de estudios (o de residencia) y, al principio, los guardianes, adultos encargados de su cuidado y educación (una educación muy orientada hacia las artes). Poco a poco, por sobre la despreocupación infantil empieza a apreciarse una sombra ominosa, que va haciéndose más y más oscura a medida que los protagonistas crecen, van adquiriendo obligaciones y empiezan a plantearse, aunque sea vagamente, su lugar en el mundo.

Entrelazado con todo ello tenemos además la complejidad de las relaciones en ese microcosmos entre, sobre todo, Kathy, Ruth y Tommy; relaciones que se complican con la inserción en la ecuación del factor sexo, aunque prescindiendo de casi todo el melodrama que hemos aprendido a esperar de tales escenarios. Lo que interesa a Ishiguro es la confusión generada por unos sentimientos contradictorios, que no ofrecen soluciones sencillas ni permiten categorizar con claridad las acciones de cada cual. Son tres seres humanos, intentando navegar sin un mapa y sin que nadie le haya enseñado cómo actuar por un río tumultuoso, que los une y los separa a instancias de las decisiones más simples e irreflexivas.

Al final de todo, por supuesto, encontramos la explicación de por qué se considera que «Nunca me abandones» podría ser ciencia ficción… y voy a intentar analizar esa cuestión sin entrar en detalles reveladores.

En los últimos años, no es inhabitual que un autor, digamos que mainstream, haga uso de los escenarios y temas clásicos de la ciencia ficción (es importante el matiz ese de «clásicos»; hace falta cierto tiempo para que permeen lo suficiente hacia el público en general como para poder hacer uso de ellos en este contexto), adaptándolos a su estilo. En general, la pretensión no es tanto ahondar en sus posibilidades y abrir nuevas fronteras como utilizar herramientas que están ahí, disponibles para quien desee hacer uso de ellas, con el fin último de toda literatura: explorar lo que es ser humano.

La fantasía fue pionera en este tipo de enfoque, desde obras como «La metamorfosis» de Kafka, pasando por el realismo mágico y llegando, sin ir más lejos, a «El gigante enterrado». No ha sido tan habitual en ciencia ficción, al menos hasta hace unso pocos lustros, en que muchos temas clásicos han pasado a formar parte de tal modo del sustrato cultural común que la bajada de su umbral de aceptación por el lector generalista ha permitido su explotación en obras como «La carretera» de Cormac McCarthy, «Hijos de los hombres» de P.D. James o «Las particulas elementales» de Michel Houellebecq. Casi todas ellas tienen además en común un enfoque distópico, que «Nunca me abandones» comparte.

En la novela, pues, tenemos dos lecturas. Por un lado la literal, que nos invita a descubrir el secreto que se oculta tras Hailsham, los cuidadores y las donaciones. Por otro, la metafórica, que apunta a un reflexión existencialista en torno a la fugacidad de la vida, la necesidad de sacar el máximo partido posible de cada momento, aun en medio de la complejidad de las relaciones interpersonales. El elemento fantástico lo que logra es comprimir esa experiencia vital en unos pocos años, en vez de toda una vida, haciendo destacar por contraste y, sobre todo, por inminencia, la sombra amenazante de la mortalidad (ante la que cada personaje reacciona a su manera).

A la postre, sin embargo, hay algo que lamento, y es que el autor acaba por imponernos a la fuerza la lectura metafórica, ya que descuida aspectos cruciales para dar contexto a la literal (básicamente, minimiza la reacción del mundo exterior y su influencia en los ex alumnos de Hailsham, que se ve reducida a una breve interacción hacia el final con antiguas cuidadoras). Es por ello que, pese a mi buena predisposición, no he conseguido amar la novela.

Ojo, admirarla sí. Muchísimo. Me ha fascinado su estructura y la ejecución del artificio narrativo del viaje a través de las memorias de la protagonista, con un flujo de información perfectamente medido. En medio del aparente caos de una evocación improvisada, subyace un propósito que va revelándose poco a poco, cobrando definición a medida que se van sucediendo las pinceladas, hasta completar el cuadro.

El «menosprecio» a la literalidad en favor de potenciar el mensaje metafórico, sin embargo, le resta para mí un poco de perfección, sobre todo porque me deja con la impresión de que ahí había mucho que examinar desde una perspectiva ética (y sociológica), y también porque me fuerza a escoger perspectiva, sin dejarme la opción de disfrutar simultáneamente de las dos. Una oportunidad desaprovechada… o no. Al fin y al cabo, «Nunca me abandones», ya desde su mismo título, centra su atención en el nivel de interacción interpersonal. Poco más puede pedírsele a ese respecto.

La novela fue finalista tanto del premio Booker como del Arthur C. Clarke (que ganó «Aire», de Geoff Ryman).

Otras opiniones (ojo, que en la mayor parte de ellas los spoilers van que vuelan):

~ por Sergio en noviembre 10, 2017.

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