Ancillary justice (Justicia auxiliar)

En 2014, durante los primeros coletazos de la controversia de los sad puppies (empezó en realidad en 2013, pero de forma muy contenida), a un año todavía de que el asunto escalara de verdad hasta extremos deplorables, el premio Hugo fue para la debutante Ann Leckie con «Justicia auxiliar» («Ancillary justice»). Es improbable que lo antedicho influyera en exceso en el resultado, y de todas formas conquistó también los premios Nebula, Arthur C. Clarke, BSFA y Locus de primera novela, convirtiéndose así en uno de los títulos más galardonados de la historia… lo cual es, para mí, todo un misterio.

Vaya una declaración por delante: he tardado más de dos semanas en terminar un libro que tampoco es tan extenso. De hecho, es posible que la única razón por la que me he arrastrado hasta el final haya sido por no dejar huérfana la Hugolatría. No sé qué vieron en ella los sucesivos votantes. Desde mi perspectiva, es una obra inmadura, aburrida y, sobre todo, anticuada; el tipo de «space opera» que hubiera podido esperar de hace treinta o cuarenta años. Que haya alcanzado tal grado de reconocimiento es para mí un misterio (si bien es cierto que la competencia no parece haber sido estelar). Quizás sin la expectativa que depositan sobre una obra los galardones mi juicio hubiera sido más indulgente… aunque lo más probable es que para empezar jamás hubiera llegado a leerla.

«Justicia auxiliar» se nos narra desde la(s) perspectiva(s) de Breq, una auxiliar (prolongación semiautónoma de la inteligencia central, tomando posesión de un cuerpo humano) de la nave de guerra Justicia de Toren. Durante buena parte de la novela, la trama se divide en dos líneas temporales. Por un lado tenemos a Breq en Nilt, un planeta apartado y gélido, a la búsqueda de un arma que le permita ejecutar su venganza, y por otro se nos narran los acontecimientos que veinte años antes la motivaron, incluyendo la destrucción del resto de la nave justo después de la (literalmente) última anexión del imperio radchaai en Shis’urna. Casualmente, Breq tropieza en Nilt con la capitana Seivarden, que se ha pasado los últimos mil años en animación suspendida e, incapaz de afrontar el shock cultural, se ha refugiado en la drogadicción, estableciendo con ella la relación personal (ambigua) más duradera desde la muerte de la teniente Awn cuando la destrucción de Justicia de Torens (la nave).

Al cabo de muchas páginas, nos enteramos de que el objetivo de Breq es Anaander Mianaii, el Lord del Radch, objetivo que se ve complicado por el detalle de que el tirano no posee un único cuerpo, sino miles, tal vez incluso decenas de miles de cuerpo clónicos que comparten una misma mente y toman en sus propias manos el gobierno de los más alejados puntos del imperio, un imperio que ha estado en continua expansión durante dos o tres milenios, transformando por la fuerza a extranjeros (bárbaros) en ciudadanos (civilizados) y extendiendo un sistema clientelar sostenido en gran medida por el sistema de auxiliares (con los cuerpos «requisados» a los planetas vencidos). Básicamente, tenemos un imperio romano interestelar (lo cual no deja de ser algo bastante ramplón), cuya expansión se ha visto detenida en seco por una poderosa raza alienígena.

No voy a añadir mucho más sobre la trama. Nos encontramos con el primer tomo de lo que en principio es una trilogía (aunque posiblemente tras ella vendrán nuevos arcos argumentales organizados también en tríadas, a imagen y semajanza del modelo de Ann Leckie, la saga del Extrajero de C. J. Cherryh), que narra el desarrollo de una importante crisis en el Radch (cuyos detalles me reservo, pero que tienen que ver directamente con Anaander Mianaii y la futura organización del imperio). En realidad, la trama es bastante simple, con pocas sorpresas y prácticamente sin acción hasta el mismísimo final. Lo relevante, al parecer, se encuentra en ciertas decisiones estilísticas.

La más llamativa de ellas consiste en la elección «arbitraria» del género femenino para hacer referencia a todos los personajes, independientemente de su sexo (que no suele especificarse nunca). Todo ello parte de la idea de que en idioma radchaai no existe diferenciación, porque su propia cultura se fundamenta no ya en la igualdad, sino directamente en el no reconocimiento de la existencia de diferencias entre sexos.

Vale, no tiene mucho sentido (sobre todo negando la existencia de los caracteres sexuales secundarios y achacando toda capacidad de discriminación entre hombres y mujeres a cuestiones puramente culturales), pero aceptémoslo. El problema que me surge es que a) la idea no obedece a ningún propósito discernible (es decir, no se explora cómo se ha llegado a tal situación, ni que implicaciones tiene más allá de lo anecdótico, ni busca indagar en los roles sexuales más allá de la intención de resultar mínimamente chocante) y b) está mal implementada.

«Justicia auxiliar» hace gala de un artificio de traducción. Aunque leemos la novela en un idioma con diferenciación entre géneros, supuestamente Breq articula sus ideas en radchaai… y Ann Leckie es incapaz de transmitir ese matiz a través del mero lenguaje, por lo que tiene que recurrir una y otra vez a contarnos explícitamente lo que supuestamente deberíamos inferir. Para terminar de echar a perder la idea, no es siquiera capaz de atenerse a sus propias reglas, y vulnera al menos en dos ocasiones muy significativas su regla supuestamente arbitraria de optar siempre por la forma femenina: para empezar, los radchaai no tiene diosas, sino dioses (lo que le permite, por ejemplo, hablar de un dios con tetas), y más crucial aún, Anaander Mianaii no es la Lady (o Dama) del Radch, sino la Lord del Radch. Escoger un título eminentemente masculino para su dictador rompe por completo con las reglas del artificio de traducción (pese a que en inglés moderno es un título aplicable en circunstancias muy especiales a gobernantes femeninos, su origen es claramente masculino, por lo que jamás sería la primera opción de traducción desde un idioma que no reconoce distinciones de género si hemos optado por expresarlo todo en las formas femeninas).

La segunda alabanza al estilo viene de la supuesta capacidad de plasmar la multiplicidad de vistas de una astronave del Radch y sus auxiliares, aunque de nuevo nos encontramos con una redacción muy simple, absolutamente incapaz de transmitir la extrañeza de la situación a no ser que la narradora se dedique a ponerla de manifiesto explícitamente. De hecho, no hay un solo proceso psicológico que aflore por sí solo de la narración. Una y otra vez, Leckie incumple la principal regla de la ficción, la que impele a mostrar y no contar. Y aun así, no hay un solo instante en el que logre transmitir la sensación de ser una inteligencia artificial compuesta por un núcleo central y cientos o miles de apéndices orgánicos, ni es perceptible cambio alguno entre la Justicia de Toren completa y la auxiliar aislada (aunque, eso sí, nos repite una y otra vez que ya no es lo que era, por si cuela…).

Aquí he de precisar algo. Todo lo antedicho no surge de problemas en la traducción al castellano, pues he leído la novela en su idioma original. Es, pura y simplemente, torpeza narrativa (agravada por una curiosa gestión de la información, que nos escamotea, por ejemplo, la narración directa de un episodio de lo más relevante en Shis’urna, al que con posterioridad no paran de aludir los personajes.

Añademos a este estilo deficiente el que la historia tampoco abre caminos nuevos (a no ser que descubra sendas que, de tanto tiempo que quedaron atrás, ya están llenas de maleza), y nos encontramos a mi parecer con uno de los peores premios Hugo de la historia (los Nebula no los tengo tan estudiados, pero por ahí andará también). ¿Tan terrible fue el año? Se hace difícil de imaginar, sobre todo porque los dos años siguientes se reincidió en el despropósito, ofreciendo sendas nominaciones dobles a «Ancillary sword» y «Ancillary mercy» (que no se materializaron en galardones… aunque sí obtuvieron ambas el Locus).

Visto el grado de entusiamo despertado, no descarto que la incompatibilidad sea cosa mía, aunque la verdad es que parece haber sido una novela bastante divisiva, como podéis comprobar consultando…

Otras opiniones:

~ por Sergio en marzo 13, 2017.

5 respuestas to “Ancillary justice (Justicia auxiliar)”

  1. Totalmente de acuerdo en todo. Después de las alabanzas cosechadas por la novela pesaba que el problema era mio, pero ya veo que no soy el único con esa percepcion

    • Pues estoy descubriendo que somos bastantes (aunque menos que los defensores de la opinión contraria). Parece que es una novela sin término medio; o la amas o la detestas.

  2. Un libro de lo más aburrido. Yo tampoco me lo explico.

    Aquí tenéis mi reseña:
    http://universodepocos.blogspot.com/2015/11/justiciaauxiliar.html

    • Añadido el enlace a tu reseña.

      Te comento de todas formas que la mayor parte de la space opera de los últimos treinta años poco tiene que ver con «Justicia auxiliar». Prueba, si te parece, con Iain Banks, y después puedes seguir con otros autores británicos como Alastair Reynolds, Ken McLeod o Charles Stross (Peter Hamilton sí que es un poco más clásico… y sobre todo más tochero). Aunque muchos de ellos escriben en universos, las novelas son en muchos casos independientes entre sí (o, cuando menos, se sostienen por sí solas).

      • Gracias por añadirme en los enlaces.
        Ahora mismo he terminado «Casa de soles» de Alastair Reynolds de la que he hecho una reseña en mi blog. Un libro entretenido, sin más. Con Stross quedé bastante escocido después de su «Accelerando». A Banks lo conozco bien sobre todo por sus novelas firmadas como Iain Banks sin la “M”, y es un autor que me gusta. De su serie la “Cultura” sólo he leído «Inversiones» y «El jugador» que creo son las menos «spaceoperísticas». Me han parecido buenas, sobre todo la segunda. De McLeod no he leído nada, pero seguiré tu consejo. Y continuaré curioseando por aquí.

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