El mundo sumergido

Podría considerarse a James Graham (J. G.) Ballard como uno de los autores más influyentes de la historia de la ciencia ficción… al tiempo que, de entre ellos, uno de los menos relacionados con el género, tanto por el público en general como por los propios aficionados. Su producción novelística temprana, durante la primera mitad de la década de 1960, constituye la piedra fundacional de la New Wave británica, y de entre los cuatro títulos que componen su ciclo catastrófico, el más relevante podría ser el segundo, «El mundo sumergido» («The drowned world», 1962).

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En el cuarteto de novelas (sin otra relación entre sí que la filosofía subyacente), Ballard presentó sendos escenarios postapocalípticos, fruto de catástrofes naturales que tenían que ver con uno de los cuatro elementos clásicos: el viento («El huracán cósmico» o «El viento de la nada», 1961), el agua («El mundo sumergido», 1962), el fuego («La sequía», 1964-5) y la tierra («El mundo de cristal», 1966). Mientras que la primera suele ser considerada una obra inmadura (opinión que compartía plenamente el autor), la segunda supuso toda una revelación… en el Reino Unido.

La semilla de la obra cabe encontrarla en una novela corta de igual título publicada por Ballard en enero de 1962 en la revista británica Science Fiction Adventures. Ese mismo año, Berkley Books publicó una edición de la novela completa (que aun así no es muy extensa) en EE.UU., pasando sin pena ni gloria. La historia sería muy distinta tras su lanzamiento en el Reino Unido a principios de 1963, donde fue recibida con elogios tanto por la crítica (en general, no sólo especializada), que la celebró como continuadora (y renovadora) de la tradición del romance científico de Wells y Stapledon, como por las nuevas generaciones de autores de ciencia ficción (Brian Aldiss, John Brunner…) que andaban a la búsqueda de una nueva orientación para su ficción.

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«El mundo sumergido» nos conduce a algún momento del siglo XXII. Doscientos años antes, unas violentas llamaradas solares alteraron la magnetosfera terrestre, provocando que la radiación barriera la capa de ozono. Desde entonces, la temperatura media no ha dejado de crecer, provocando que la humanidad haya tenido que ir retirándose de las latitudes más ecuatoriales, migrando poco a poco hacia los polos y dejando tras de sí ruinas anegadas (por el deshielo) que, poco a poco, van siendo colonizadas por una flora y fauna tropicales (en la que es habitual el gigantismo, provocado por las elevadas tasas mutacionales).

La trama se centra en el doctor Kerans, quien forma parte de un equipo de investigación asentado en una ciudad inundada (que con posterioridad se revela como Londres), tomada por el barro, las algas, los helechos y las iguanas gigantes. Con temperaturas cercanas a los cincuenta grados centígrados al medio día, Kerans he escogido como vivienda una suite del viejo hotel Ritz, donde se encuentra medio aislado tanto de sus compañeros como del ambiente exterior (aunque este último va afectándole poco a poco).

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Cuando la expedición recibe la orden de regresar a su base (una ciudad en Islandia), Kerans, junto con otros dos integrantes del grupo, toma la absurda decisión de quedarse atrás, para aguardar allí la llegada de las lluvias y la inexorable subida de las temperaturas.

Se inicia entonces un viaje que más que iniciático cabría tildar de desiniciático, mientras el ambiente exterior, evolucionando hacia formas típicas del período triásico, influye en el universo interior de los seres humanos, su psique profunda, haciéndola retroceder en una suerte de regresión psicoanalítica, ya no a su infancia, sino recorriendo a la inversa el camino evolutivo neural hasta los patrones mentales primigenios (o algo así).

En realidad, todo queda en un poco menos, con muchas referencias uterinas e implicaciones concernientes a un renacimiento, una desprogramación, una búsqueda de un nuevo comienzo, una convergencia hacia un nuevo Adán arquetípico, lo que implica necesariamente reconocer el fracaso y obsolescencia de la humanidad, abocada irremediablemente hacia su extinción (lo cual se muestra simbólicamente con la llegada de un grupo de saqueadores, liderados por un albino loco llamado Strangman, que ponen en escena una variación sobre el viejo tema medieval de la Danza Macabra).

Drowned World

Ballard juega a lo largo de toda la novela con dos imágenes, identificadas con dos cuadros surrealistas colgados en los aposentos de uno de los compañeros de Kerans (una mujer joven, Beatrice): por un lado la imagen de un sol ancestral, presidiendo sobre un paisaje boscoso y exuberante; por otro, una serie de esqueletos de esmoquin, bailando en torno a una mujer semidesnuda. La nueva realidad natural y el destino que la humanidad tiene reservado en ella.

«El mundo sumergido» del título es multirreferente. Por un lado está la obvia situación del Londres oculto bajo las aguas (que Strangman y sus hombres se encargan de sacar a la luz por medio de diques), aunque también es un reflejo del subconsciente colectivo, la memoria ancestral que aflora igualmente a instancias del entorno. A ambas realidades ocultas dedica el autor prolijas (y algo barrocas) descripciones, situando la obra en un espacio intermedio entre la realidad física objetiva y el paisaje alucinatorio, con una prosa elaborada; en exceso incluso, llegando a bordear en más de una ocasión la pedantería (aunque no descarto que la horrible traducción, que no se renueva desde 1966, tenga algo que ver en esta apreciación).

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La novela se erige por todas estas razones en la plantilla de la que surge buena parte de la New Wave, con su énfasis en el mundo interior de los protagonistas, que encuentra reflejo en sus vivencias y en el universo que los contiene.

El problema que a mi entender presenta es que, en el fondo, la filosofía subyacente a la novela es cuando menos simplona, si no directamente vacua, algo que toda la escritura simbólica no puede terminar de ocultar. No hay tesis. El análisis psicológico no conduce a ningún sitio, limitándose a apuntar hacia una recapitulación filogenética psíquica equivalente a la embrionaria, que como concepto de partida es potente, aunque por desgracia luego no evoluciona hacia nada ulterior.

Kerans se enfrenta al apocalipsis renunciando a su humanidad, reconociendo que el tiempo de los humanos ha concluido y aceptando la inevitabilidad de la muerte, ya no a nivel individual, sino como futuro ineludible de toda la especie humana. La aceptación «cura» así su neurosis existencial (según la definió Carl Gustav Jung), hundiéndose en el subconsciente colectivo.

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Nunca antes se había imaginado un modo tal de enfrentarse al fin, y ello abrió las puertas para la exploración en la que a lo largo de más de una década se embarcarían los autores que acabarían siendo englobados colectivamente (a veces en contra de su opinión) en el movimiento de la New Wave: Brian Aldiss, John Brunner, Harlan Ellison, Roger Zelazny, Robert Silverberg, Norman Spinrad, Thomas M. Disch… todos extenderían las sendas abiertas por J. G. Ballard y el doctor Kerans en las selvas tropicales del sur arquetípico.

Otras opiniones:

~ por Sergio en febrero 21, 2015.

3 respuestas to “El mundo sumergido”

  1. Con Ballard me ocurre una cosa curiosa: se me quedan las imágenes y los conceptos de sus novelas (y cuentos) pero la lectura se me hace pesadiiisima (excepto en las más «convencionales» como La isla de cemento). En concreto El mundo sumergido es para mí sinónimo de sopor asfixiante

    • Esta segunda lectura ha sido más fácil (gusto adquirido, creo que se llama), pero sí, a mí también me pasa un poco con Ballard (incluso con «La isla de cemento»). Es la razón por la que no había todavía ningún libro suyo reseñado en Rescepto (algo que requería de pronta solución). De todas formas, independientemente de otras consideraciones, la importancia histórica de «El mundo sumergido» justifica sobradamente su lectura (por suerte, es una novela muy breve).

  2. […] El mundo sumergido de J. G. Ballard. Barcelona: Minotauro, 2002. […]

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