El circo de la familia Pilo

El australiano Will Elliott publicó su debut novelístico, «The Pilo family circus», en 2006. Como resultado, cosechó una serie de premios, todos ellos locales, más una nominación al International Horror Guild el último año que se concedieron, que sirvieron entre otras cosas para que la Factoría se fijara en este título y lo incluyera en su parrilla de 2010 como «El circo de la familia Pilo».

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El protagonista de la historia es Jamie, un joven que compagina sus estudios con un trabajo de conserje en un club privado y que cierta noche, volviendo del curro, está a punto de atropellar a un payaso. Por una serie de circunstancias acaba quedándose con una bolsita rellena de polvo y algo parecido a canicas perteneciente al payaso y, tras consumir ese producto de forma más o menos accidental, acaba con su cuchitril arrasado por un trío de payasos psicópatas y con el aviso de que tiene dos días para pasar la audición.

Sin comerlo ni beberlo, Jamie ha sido reclutado para el circo de la familia Pilo, un espectáculo siniestro, aislado en su propio universo de bolsillo, donde los primos asisten a funciones grotescas y donde todos los feriantes, del primero al último, andan un poco desequilibrados.

De entre la caterva de monstruos, psicópatas y cabronazos varios que conforman la plantilla del circo, uno de los peores grupos lo constituyen los payasos, liderados por Gonko, con Rufshod, Goshy, Doopy, Winston y un aprendiz innominado como elenco de uno números muy poco graciosos. Al principio a Jamie le parece imposible encajar en tamaña locura, pero es aplicarse el maquillaje y transformarse en el payaso J. J., un ser despreciable; fanfarrón, pendenciero, sádico, con un ramalazo suicida pero, al mismo tiempo, propenso al lloriqueo más patético.

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La vida en el circo se despliega como una pesadilla ante Jamie, mientras aprende, casi siempre por las malas, las peculiaridades de su nuevo hogar y la compleja red de rencillas, odios y obligaciones establecidas entre los miembros del espectáculo, regentado con mano de hierro por el aterrador Kurt Pilo (más que por sus acciones, que suelen estar revestidas de una amabilidad extrema, o incluso apariencia, por la potencialidad que se adivina tras ellas). Lo que es peor, Jamie (y J. J.) se ve enredado en complots de todo tipo; contra los acróbatas, la adivina, George Pilo (el hermano enano de Kurt) y contra el propio circo en su conjunto. Porque quizás haya una salida a esa pesadilla… aunque encontrarla podría desatar fuerzas que más valdría que permanecieran dormidas.

La obra apela descaradamente a la clourfobia latente en buena parte de la población (como han demostrado varios estudios), que en román paladino queda expresado como miedo a los payasos, un miedo que se alimenta tanto de su aspecto estrafalario como de sus acciones anómalas, ilógicas e impredecibles. El payaso representaría la pérdida de referentes sólidos, el derrumbe de las asumciones sobre las que basamos nuestras decisiones, en pocas palabras: el caos.

Por extensión, Elliott escoge como marco del horror un escenario extraño, casi un mundo aparte, el del circo, con una larga tradición dentro del género desde al menos «La parada de los monstruos» de Tod Browning (1932), con derivados tan desquiciados como «Los payasos asesinos del espacio exterior» (Stephen Chiodo, 1988), al que en los últimos tiempos se le ha ido añadiendo subcapas neogóticas, con productos como la serie «Carnivale» o la saga (con película de propina) del «Cirque du Freak» de Darren Shan.

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A todo ello se le suman referentes como el ineludible Stephen King (ya no sólo por la mención casi obligada al payaso Pennywise de «It», sino también por paralelismos evidentes en el enfoque del horror… aunque en realidad el estilo me recuerda más al de «Casa Negra», la primera colaboración entre King y Peter Straub) y según proclama de Lovecraft (en realidad, tan sólo cabría encontrar alguna conexión lejana con «La sombra sobre Innsmouth»; la Australia de Elliott es mucho más Maine que Providence). Sin que forme parte de la promoción del libro (quizás por ser un autor antiguo), resulta imposible leer la historia y que ésta no evoque en cierta forma a «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde», de Robert Louis Stephenson (1886), con el maquillaje de payaso haciendo emerger a J. J.

«El circo de la familia Pilo» es una obra principalmente atmosférica. Por un instante, quizás, puede dar la impresión de que intenta examinar el mal, tanto el que llevamos dentro como una especie de concreción del concepto abstracto mismo de la maldad (para lo que hace uso de una mitología interna de raíces vagamente judeocristianas), pero lo cierto es que se contenta con someter al protagonista (y al lector) a un torbellino de locura, depravación (light) y paranoia.

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Quizás quepa mencionar ahora que al autor le fue diagnosticada esquizofrenia en 1999, algo que no sé hasta qué punto se emplea como herramienta promocional y hasta qué punto ha influido en la concepción y desarrollo de la novela (que, pese a todo, es bastante menos caótica de lo que pretende aparentar). Logra un magnífico trabajo de ambientación y pulsa muchas teclas correctas. A la postre, sin embargo, a mí me falta algo. Quizás trata de abarcar demasiado (la naturaleza del mal, en general, y el núcleo de maldad inherente a cada persona) y le falte concreción, comentario que sería extensible a su cosmogonía particular que deja apenas esbozada.La novela obtuvo el premio Nocte a mejor novela de terror extranjera en 2011, edición para la que también estuvo nominada «Descansa en paz» de John Ajvide Lindqvist.

Otras opiniones:

~ por Sergio en octubre 22, 2014.

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