Alice’s adventures in Wonderland (Alicia en el País de las Maravillas)

En 1865 se publicó una de las obras más influyentes de la historia de la fantasía… aunque su adscripción a este género podría hallarse sujeta a interpretación.

Todo empezó el cuatro de julio de 1862, día en que los reverendos Charles Lutwidge Dodgson y Robinson Duckworth salieron a navegar por el Támesis con las tres hijas menores del vicedecano de la Universidad de Oxford: Lorina, Edith y Alice Liddell. Para entretener a la niñas durante el trayecto Dodgson les contó la historia de una niña, Alicia, que vive una serie de aventuras estrambóticas, que se ampliaron un mes más tarde, en el transcurso de un segundo viaje. Alice Liddell le pidió a Dodgson que le escribiera el cuento, y a ello se dedicó los meses siguientes.

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Tras diversas versiones (la original no se conserva), compuso «Alice’s adventures underground» y buscó el consejo de uno de los principales autores infantiles de la época, George MacDonald («La princesa y los trasgos«), cuyos hijos disfrutaron de la historia, y así pues empezó a buscar editor, sustituyendo los dibujos que él había hecho por ilustraciones de uno de los grandes profesionales de la época, John Tenniel, quien añadió una nueva faceta gráfica a la obra (y fijó iconográficamente muchos de sus personajes más emblemáticos).

Así vio la luz «Alice’s adventures in Wonderland», abreviado a veces, sobre todo a raíz de las sucesivas adaptaciones a otros medios, como «Alice in Wonderland», de donde viene el título español de «Alicia en el País de la Maravillas», que se ha empleado en todas las ediciones desde 1951 (año en que se estrenó la película animada de Disney, que sigue siendo la versión audiovisual más popular).

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La premisa es de sobras conocida. Cierta tarde, merendando en el campo, Alicia ve un conejo blanco con una prisa enorme que despierta su curiosidad. Lo sigue cuando entra en un agujero y va a parar a un lugar extraño, donde la lógica y el sentido común brillan por su ausencia, los animales hablan (aunque no siempre lo que dicen tiene sentido) y la altura es una cuestión variable. En su periplo por tan extraño lugar, Alicia se encuentra con diversos personajes icónicos, como la oruga fumadora, el Sombrerero Loco o la Reina de Corazones, que la enredan en conversaciones y situaciones absurdas.

Y ahí radica la esencia del libro, en lo absurdo, el «nonsense» literario, un estilo que surgió en parte de las rimas infantiles tradicionales y que fue adoptado como medio para expresar juegos de palabras, parodias y sátiras, basado todo ello en el sinsentido intrínseco del propio lenguaje empleado. La primera figura importante de este estilo fue el británico Edward Lear (quien en 1846 publicó un libro de poemillas sin sentido, «A book of nonsense»), aunque quizás su autor más destacado sea el reverendo Dodgson, bajo su seudónimo literario de Lewis Carroll (autor no sólo de los libros de Alicia, sino también de numerosos poemas sin sentido como «La caza del Snark»).

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Dodgson/Carroll juega con las palabras y con la estructura, convierte rimas victorianas populares en poesías absurdas, altera la secuencia lógica y, en general, envuelve a Alicia en un escenario desquiciado, que la hace exclamar en más de una ocasión «¡Eso no tiene sentido!».

Los innumerables análisis a los que ha sido sometida la obra han identificado a numerosos personajes y lugares de Oxford (y del Christ Church College donde Dodgson enseñaba matemáticas) parodiados en la obra (el propio autor sería un dodo), así como bromas y sátiras más o menos mordaces a costa de diversos aspectos de la cultura de la época, y algún que otro juego matemático. Lo interesante del asunto es que quizás el libro funcione mucho mejor desconociendo todo esto. Es decir, liberando por completo a los símbolos de significado y abrazando sin más el absurdo por el absurdo.

Quizás por ello la relevancia de la obra no haya hecho sino incrementarse con el paso de los años, haciéndose un ejemplo más puro de nonsense literario cuanto más apartado se encuentra el lector del contexto cultural en que surgió.

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Comentaba al principio que situar a «Alicia en el Pais de las Maravillas» dentro de la tradición fantástica no es algo automático. Aunque presenta elementos como animales parlantes o alteraciones poco menos que mágicas, lo cierto es que todo ello responde al intento premeditado de impactar al lector con su imposibilidad. Es decir, rompe deliberadamente el pacto de suspensión de la incredulidad en que se basa la fantasía como género literario (o como andamiaje para la creación de historias). Y, sin embargo, su influencia ha sido y es innegable.

Desde la fantasía onírica británica de Lord Dunsany y seguidores (al final descubrimos que Alicia ha estado soñándolo todo) hasta la fantasía infantil americana (con L. Frank Baum, Roald Dahl y el Doctor Seuss como principales referentes), el estilo e iconografía de Lewis Carroll (y John Tenniel) ha servido de inspiración a incontables escritores, liberando en parte al género de las restricciones del folclore, llevando a la fantasía más allá de los cuentos de hadas. Tras la Primera Guerra Mundial, este tipo de exploración de lo absurdó se organizó en movimientos como el dadaísmo y el surrealismo, que a su vez han retroalimentado (en particular el surrealismo, generalmente con intencionalidad cómica) la fantasía.

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En 1871, Lewis Carroll publicó una continuación, «Through the looking-glass and what Alice found there» («A través del espejo»), una aventura un poco más sombría, que cambia la iconografía del juego de cartas por el ajedrez. La mayor parte de las adaptaciones entremezclan elementos de ambas obras (a la secuela pertenecen, por ejemplo, los gemelos Tweedledum y Tweedledee).

Otras opiniones:

~ por Sergio en septiembre 2, 2014.

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