Peter Pan y Wendy

La edad de oro de la literatura juvenil (o primera edad de oro) se inició en Inglaterra en 1865, con la publicación de «Alicia en el País de las Maravillas» de Lewis Carroll, siendo su principal característica la apuesta por la imaginación y la aventura, en detrimento del didacticismo que había marcado la etapa previa. Así, por medio siglo se sucedieron diversos nombres, como George MacDonald («La princesa y los trasgos«, 1872), Robert Louis Stevenson («La isla del tesoro», 1883) o Rudyard Kipling («El libro de la selva», 1894), hasta que la Primera Guerra Mundial le puso un súbito fin (tanto por sus efectos económicos como morales, pues hizo que la fantasía empezara a verse con malos ojos). Salvo ejemplos aislados, el género no se recuperaría en Europa hasta bien superada la Segunda Guerra Mundial.

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La última gran obra de este período fue quizás «Peter Pan y Wendy», novelada por James M. Barrie en 1911 a partir de su obra de teatro, estrenada en 1904. Curiosamente, en una de las posibles lecturas de la obra podría interpretarse ésta como un homenaje a toda esa tradición que estaba a punto de ser castigada por los horrores de las grandes guerras (que obligaron a tantos y tantos niños a crecer antes de tiempo).

La historia, gracias a sus múltiples adaptaciones cinematográficas, es una de las más conocidas del género fantástico. Cierta noche, los hijos de los Darling (Wendy, John y Michael) reciben la visita de un extraño niño, Peter Pan, acompañado por el hada Campanilla. Él está allí para escuchar los cuentos que les narra su madre todas las noches, pero acaba enredándolos con sus historias de aventuras sin fin y llevándoselos volando (gracias al polvo de hadas y a pensamientos felices) a la isla de Nunca Jamás.

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Nunca Jamás es el país de la imaginación. Allí todo es juego y aventuras sin fin, junto los niños perdidos, las sirenas de la bahía, los indios de la tribu de Tigridia, las bestias feroces y, sobre todo, los piratas del temible capitán James Garfio. Un juego, eso sí, en ocasiones sangriento y peligroso, pues ¿dónde estaría la diversión si no hubiera peligro?

No entraré en mayor detalle con respecto a la trama. Todo gira en torno a Peter Pan, el niño que se niega a hacerse un hombre y crecer, y en el odio que le profesa Garfio, el pirata que inspiró miedo al propio Barbanegra. Es un personaje ambiguo. Animoso y vital como solo puede serlo un niño, pero también cruel, egoísta y mezquino como solo puede serlo un niño. Wendy, la mayor de los Darling, juega a ser madre de los niños perdidos, olvidando a su propia madre, que posiblemente (no se confirma hasta el final) está aguardándoles desconsolada en el cuarto vacío, junto a la ventana abierta por la que escaparon.

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Al final, derrotado Garfio en su momento de aparente triunfo, los niños regresan a Londres, a su casa, donde sus padres los reciben no con reproches como se merecen, sino con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos. Por el camino, sin embargo, han ocurrido muchas cosas y se han examinado muchos temas importantes, que han sido motivo de infinidad de estudios desde el mismo estreno de la obra de teatro.

El más evidente, por supuesto, es el mundo mágico de la infancia, la capacidad de todos los niños de conjurar aventuras extraordinarias por medio de la imaginación (esa capacidad de volar, que se pierde al crecer y asumir responsabilidades). Inextricablemente entrelazado con esto está el miedo a crecer, a quedar atrapado en un mundo sin magia, que inexorablemente conduce a la muerte (un recordatorio perenne para Garfio en la forma del cocodrilo que se comió su mano y un reloj de cuerda, cuyo tic-tac no le permite olvidar que su mortalidad le pisa los talones).

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Pero no todo es maravilloso. A menudo se describe el destino de Peter como trágico, pues si bien es cierto que nada puede afectar por mucho tiempo su felicidad, también es verdad que no puede acceder a formas más complejas de realización personal. Así pues, se muestra por completo impenetrable a los (inocentes) avances románticos, tanto de Wendy como de Campanilla. Peter Pan está atrapado en un hoy eterno e inmutable.

La inspiración para sus aventuras, según propia confesión, la obtuvo Barrie de su relación con la familia Llewelyn Davies y sus cuatro hijos (el quinto, por aquellas fechas era apenas un bebé), George, John, Peter y Michael (cuyos nombres inspiran los de diversos personajes de la obra). Sin duda, sus juegos inspiraron muchos de los episodios de la obra, pero también es cierto que cabe encontrar sus raíces en las lecturas de juventud del autor.

Así pues, referenciada a menudo, tenemos «La isla del tesoro», de Stevenson (una de las más extraordinarias novelas juveniles de todos los tiempos, en mi opinión), y por insinuaciones (e influencias confesas), podemos señalar las historias de indios y colonos de James Fenimore Cooper (con su serie sobre Carabina Larga, destacando «El último mohicano», de 1826), así como diversas «robinsonadas», como «La isla de coral» (Robert Michael Ballantyne, 1857) o «Dos años de vacaciones (Jules Verne, 1888), por no hablar de Nana, la perra niñera, algo tan ilógico que podría haberlo imaginado Lewis Carroll.

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En este contexto, es significativa la abundante presencia de elementos fantásticos, como las hadas y las sirenas. Las hadas, en particular, eran tremendamente populares en esa época (gracias a la obra de MacDonald y otros, así como a los grandes dibujantes de hadas victorianos, como Richard Dadd, John Anster Fitzgerald, John Everett Millais o Arthur Rackham). Según la historia, un hada nace con la primera risa de un niño, y un hada muere cuando otro anuncia que no cree en ellas (representarían, por tanto, el período de inocencia). También se afirma que nunca dejará de haber hadas, porque nunca dejarán de nacer niños, apuntando hacia la pervivencia de la fantasía y de la imaginación.

Aunque la novela ha mantenido su fama como quizás la más acertada plasmación del mundo mágico de la infancia, también ha hecho bastante por limitar la fantasía a este período, señalándolo como el único para el que la fantasía es aceptable, una visión que afectó enormemente su evolución en las décadas sucesivas. Lo curioso es que parte del mensaje de la obra busca despertar en los adultos la añoranza por su niñez, en hacerles revivir la magia de Nunca Jamás (Never Again). En el proceso, sin embargo, cierra quizás la puerta a la posibilidad de una fantasía específicamente adulta, con una función más allá de la simple reconexión con la infancia (numerosos estudios y testimonios ponen de manifiesto cierta inmadurez e inocencia en el propio Barrie, apuntando a que fue esa inocencia lo que le permitió escribir una obra como «Peter Pan y Wendy»).

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Las adaptaciones cinematográficas han sido muy importantes para mantener la vigencia de la historia (eso sin tener en consideración que la obra, que Barrie nunca dejó de retocar, sigue representándose hoy en día con asiduidad). La primera llegó tan pronto como en 1924, en forma de una interesantísima versión muda que actualmente se encuentra en el dominio público y puede verse completa en Youtube. En 1953, Disney lo adaptó para su decimocuarta película (tomándose muchas más libertades, pero fijando iconográficamente tanto a Peter Pan como a Campanilla). En 1993, Steven Spielberg dirigió «Hook», una secuela autorizada, que desarrolla algunos de sus temas, haciendo que un Peter adulto regrese a Nunca Jamás en busca de sus hijos y reconecte con su infancia (enfatizando la conexión entre el capitán Garfio, el paso del tiempo y la inexorabilidad de la muerte). En 2003,  fue el turno de P. J. Hogan de realizar una nueva adaptación en imagen real, que presta especial atención a la sexualidad incipiente de la relación entre Wendy y Peter Pan (y que, por desgracia, fue aplastada por la popularidad de «El retorno del rey», pues se trata de una gran película). Por último, en 2004 se estrenó «En busca de Nunca Jamás», la narración (tomándose muchas libertades creativas) de la interacción entre Barrie y los Davies que inspiró la obra. Por supuesto, esta relación recoge solo las obras principales. En IMDB se listan más de 100 adaptaciones de la historia al cine y la televisión (y eso que no tiene en cuenta conexiones más tangenciales como la inspiración para «Jóvenes ocultos» [«The lost boys»] en 1987).

~ por Sergio en febrero 14, 2014.

7 respuestas to “Peter Pan y Wendy”

  1. Hace un par de años leí una versión alternativa de esta historia titulada «The Child Thief», de Brom. Es una versión muy oscura y lúgubre, como sería «El Señor de las Moscas» comparada con «Dos años de vacaciones». Creo que era en el prólogo que el autor decía que se le había ocurrido por un pasaje de la novela original, en la que se decía que los Niños Perdidos a veces no lo conseguían, y que eso le hizo preguntarse qué pasaba con ellos. Nada bueno, según su versión de la historia.

    • Es que hace unos años la obra de Barrie entró en dominio público (en casi todo el mundo… menos en España, que aquí aún tenemos que esperar hasta el 2017, lo cual plantea curiosas paradojas, como que se permita publicar una secuela no oficial extranjera, pero no se pueda escribir una aquí). Quizás resulte significativo que la secuela oficial (encargada por el Great Ormond Street Hospital, a quien cedió los derechos Barrie en 1929), «Peter Pan de rojo escarlata», también optara por una visión más oscura.

      (Por cierto, una curiosidad con la que me tropecé documentando la entrada: «El señor de las moscas» se escribió específicamente como opuesto de «La isla de coral»).

      • La edición que yo leí de «La isla de coral» cuando era pequeña era espantosa, habían traducido los nombres de los personajes con todo y diminutivo, con lo que los llamaban cosas como «Juanito» o «Ricardito». La novela pasaba de ingenua a más cursi que un repollo con lazos.
        ¿A quién le estamos pagando los derechos de Barrie los españoles? Estoy esperando a que, además de controlar lo que hace la ESGAE, alguien se ponga con CEDRO.

        • ¡Ay! Hubo una época (en torno al 1900, sobre todo con la Editorial Calleja) en que se impuso la traducción de nombres propios al español en la literatura considerada infantil o juvenil (se daba por hecho que los niños carecían de los conocimientos necesarios para comprender, y por tanto conectar, con nombres anglosajones), lo que dio origen a ediciones como «Oliverio Twist», de Carlos Dickens.

          Uno de los problemas de esto, sin ir más lejos, se encuentra en el uso dispar que se hace de los diminutivos en inglés y en español.

          Los derechos de Peter Pan los cedió en 1929 Barrie al Great Ormond Street Hospital (Hospital for Sick Children por entonces), y le supuso durante casi un siglo una importante fuente de financiación. En la mayor parte del mundo, los derechos se extienden por toda la vida del autor y 70 años después de su muerte (para sus herederos o albaceas literarios). En algunos lugares no hace falta ningún trámite, mientras que en otros, como EE.UU., es necesario renovar el copyright cada cierto tiempo (con lo que de un mismo autor puede haber obras con los derechos protegidos y en dominio público).

          En España, hasta la promulgación de la actual ley, los derechos se extendían por 80 años. La nueva formulación los equipara con los 70 del resto de la Unión Europea, pero esto no es aplicable a la obra de autores fallecidos antes de 1987, ya que no se les puede aplicar retroactivamente una norma que les perjudica, así que en la práctica la inmensa mayoría de autores tienen 80 años de protección.

          Lo habitual en otros lugares es disponer de una disposición para no extender los derechos más allá de lo que determina el país natal del propio autor (lo cual es bastante lógico, ya que si en su mercado principal no hay retribución es harto improbable que nadie se preocupe de seguir las regalías internacionales). Por aquí no, así que no sería de extrañar que muchos de esos derechos anden perdidos en el limbo de las agencias de gestión (a las que nadie controla que paguen lo que deben a quienes deben).

          En el caso específico de Peter Pan, sin embargo, estoy razonablemente seguro de que el Great Ormond Street Hospital está bien al tanto de los derechos que sigue generando (al menos hasta el 2017), la obra en España (lo que ya no sé es cómo manejará lo de las secuelas no oficiales importadas de lugares donde ya han vencido los derechos).

        • Yo estoy totalmente a favor de que un autor cobre sus derechos, no faltaba más. Lo que no comprendo es por qué no se nota en el precio del libro cuando esos derechos ya no se aplican, sospecho que porque son una parte infinitesimal del precio total.
          Yo empecé a leer libros digitales en mi ordenador hace más de 10 años, porque vi en la librería de El Corte Inglés una edición de «Sin nombre», de Wilkie Collins, por 4500 pesetas (sí, aún había pesetas). Por ese precio, en tapa blanda y con el autor muerto hace una pila de años dije que ni hablar, así que me fui a Project Gutenberg y me lo descargué, de forma legal y gratuita.

        • La parte del autor es entre el 5 y el 10%. De todas formas, una edición física de un autor clásico ya sólo tiene sentido como artículo de colección (de mayor o menor lujo) o por la traducción (exigiéndole, por supuesto, cierta calidad, y habida cuenta de que las traducciones generan su propio período de protección). Para leer «sin más», el proyecto Gutenberg va de maravilla.

  2. Muy interesante el artículo y los comentarios. Gracias, Sergio.

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