Dredd (2012)

El Juez Dredd vio la luz en 1977, en las páginas del segundo número de la revista británica 2000 AD, y se ha mantenido desde entonces en prensa como el personaje más popular del sello y uno de los más populares del cómic británico.

En un futuro relativamente cercano, la mayor parte del mundo se encuentra ocupado por desiertos radioactivos, y en medio de ellos se alzan mega ciudades amuralladas, con cientos de millones de habitantes, en su mayor parte desempleados, que constituyen el caldo de cultivo ideal para el crimen y la violencia. Frente a esta situación, sólo los Jueces se interponen entre la ciudad y el caos, librando una batalla perdida de antemano con recursos insuficientes y métodos brutales y expeditivos. Policías, jueces, jurados y, dado el caso, verdugos, administran una justicia tan rápida como implacable; y el más implacable de todos ellos es Joseph Dredd.

John Wagner, su creador (junto con el dibujante español Carlos Ezquerra), obtuvo inspiración de Harry el Sucio, proyectando su proceder hasta sus lógicas conclusiones. Dredd es un personaje extremo, hasta el punto de bordear la autoparodia. Su fascismo exacerbado, casi, casi, caricaturesco, transita en una ambigua frontera entre la celebración y la crítica, una contradicción que se hace extensible a la propia reacción de los lectores. Hay algo fascinante en el concepto de un justiciero sin dilemas morales, en la aplicación expeditiva del castigo, en bajar al mismo nivel  que quienes quebrantan las normas y devolver golpe por golpe, sólo que más fuerte. Sólo que el mundo no es blanco y negro. No existen líneas divisorias claras entre lo correcto y lo incorrecto, y aunque fuera posible trazarlas… ¿Acaso hacer uso de los mismos  estándares morales no nos desautorizaría a juzgar las trasgresiones de otros? ¿Cuáles serían los límites? ¿Dónde situar el límite de los derechos inalienables?

Son cuestiones implícitas en cualquier representación idealizada de vigilantismo, ya sea en formato de cómic o como película. Las consecuencias se minimizan, las asperezas se liman y nos ofrecen un resultado óptimo tan inofensivo como falso. Dredd no es así. Dredd es el héroe que, en palabras de sus creadores a todo el mundo le gusta admirar… pero desde bien lejos. No es un ideal al que aspirar, sino la plasmación violenta de un anhelo oscuro que celebramos con las tripas y repudiamos con el intelecto.

Los responsables de la adaptación cinematográfica de 1995 (con Stallone en el papel principal) no pillaron la onda. Para empezar, forzaron la parodia en demasía, con lo que perdió su faceta autocrítica. Además, rebajaron el nivel de violencia, desactivando el rechazo instintivo y con ello lo que para empezar podía motivar la crítica. Una vez emprendido ese camino, despojar al personaje una a una de todas sus características distintivas debió de ser muy sencillo, dejando una trama anodina, derivativa y sin sentido.

Era cuestión de tiempo que alguien decidiera concederle al personaje una oportunidad de verdad. Así que un grupo de productores británicos, incluyendo al guionistas Alex Garland, responsables de títulos como «28 semanas después» y «Sunshine«, empezaron en 2006 a preparar un regreso en condiciones de Dredd a la gran pantalla, para lo cual contaron desde casi el primer momento con la guía y la colaboración del propio John Wagner (que sigue siendo el principal guionista de las historias de los jueces en 2000 AD y sus revistas hermanas).

Seis años después ese empeño fructifica en «Dredd», una visión mucho más cercana al original. Existen diferencias. La ambientación, por restricciones presupuestarias, es mucho menos futurista (acercándose al futuro cercano que proponía el concepto original de Pat Mills, el editor de 2000 AD). De igual modo, su plasmación cinematográfica obliga a dotar a los diseños de un mayor realismo (sin hombreras doradas con cadenas y demás parafernalia). Por contra, procura ser fiel en espíritu, mostrando una violencia sin concesiones y dejando al espectador la decisión de celebrarla y/o criticarla.

Dredd no se cuestiona la legitimidad de su labor, y del mismo modo obra la película. No hay lamentaciones, pero tampoco disimulos. Aquí nadie intenta colar ningún gol. Mega City 1 es un escenario que se debate entre el anarquismo violento de la ausencia de estructuras oficiales de poder y el expeditivo control fascistoide ejercido por los jueces, que apenas sirve para evitar que todo se derrumbe. Una distopía en toda regla, en la que los héroes apenas se diferencian de los villanos. Algo, por supuesto, que no será plato del agrado de todo el mundo.

Quien acuda a ver «Dredd» debe estar dispuesto a regodearse en la violencia (filmada además en ocasiones a cámara ultralenta por efecto de la droga slo-mo, en lo que casi parecen viñetas de cómic); debe estar dispuesto a reconocer para sí mismo que al paleoencéfalo le molan las vísceras y ver cómo a un pandillero le revientan la cabeza a disparos. Debe abrazar el nihilismo de la villana de turno, la narcotraficante Ma-Ma, y abrazar el veredicto que dicte el juez.

Todo lo cual no sería sino un ejercicio vacío de estilo de no contar en la propia película con un contrapeso moral, ejercido por la juez Anderson en su misión de prueba (el primer tratamiento de guión adaptaba la historia de 1980 «Juez Muerte», donde se presentó originalmente también a la juez Anderson, pero a la postre Garland optó por una presentación en sociedad más «mundana» de la franquicia).

En el universo de Dredd, la juez Anderson supone en cierta forma la voz de la conciencia. Dotada de capacidades telepáticas debido a una mutación, no puede vivir en el mismo mundo incuestionable que Dredd. Sus habilidades le hacen tomar conciencia de que hay un motivo para todo, de que ningún delincuente lo es por completo por propia elección, de que sus acciones como jueces tienen también consecuencias negativas.

Sin Anderson, la judicatura sería un monstruo amoral (como el propio Dredd). A través de ella cobra (cobramos) conciencia del precio que se está pagando por mantener el orden… lo cual no implica que su resolución flaquee en exceso o que se propongan procedimientos alternativos. Son sus dudas (que la sitúan al límite de poder servir como juez), las que dotan de textura moral a la historia y nos ofrecen un baremo a través del cual calibrar (si queremos) las acciones de su compañero.

Por encima de estas disquisiciones, tenemos una historia bastante simple; «un día en la vida de un juez», como comentan los productores. No adapta directamente ninguna historia previa, pero encaja sin estridencias en la mitología de los jueces. Ha habido quienes han puesto de manifiesto las semejanzas con la reciente película de acción indonesa «The raid» (una cita imprescindible para los aficionados al cine de acción o de artes marciales), las cuales son evidentes, pero me atrevería a apuntar a la casualidad más que a una improbable copia.

Más bien me gustaría detenerme en el sorprendente apoyo crítico que está recibiendo «Dredd». En estos momentos en la web Rotten Tomatoes se registran 46 críticas positivas de 51, un 90% de aprovación (de los mejores porcentajes del año). En cuanto a IMDB, su nota a una semana vista de su estreno americano es de 7,8. Valores sorprendentes para una película de acción hiperviolenta con toques de ciencia ficción y un desarrollo de personajes bastante limitado (Dredd, como corresponde, ni siquiera se quita el casco a lo largo de todo el metraje), que presenta además no pocas flaquezas (la villana principal, por ejemplo, carece por ejemplo de carisma, y la cinta no acaba de transmitir adecuadamente las dimensiones titánicas del bloque residencial donde acontece la acción; por no hablar de que, a fin de cuentas, la historia tampoco es nada del otro mundo).

De algún modo, parece que la película (ayudada sin duda por su sinceridad), como ya hiciera de hecho la saga de Harry el Sucio, toca una fibra sensible en la conciencia colectiva actual. En los setenta fue un alarmante incremento de la delincuencia y la percepción de que en pro de mantener los derechos de los criminales la policía se encontraba poco menos que maniatada en su labor de defender al ciudadano corriente. Hoy en día puede existir un sentimiento parecido, en vista de la total impunidad con que especuladores, banqueros, políticos y gentuza de tal ralea, principales responsables de la crisis en que nos hayamos sumidos, se están yendo de rositas, mientras el resto de la población paga su avaricia y sus errores.

En estas condiciones, la idea de un agente de la ley implacable y expeditivo, insobornable y ajeno a las estructuras de poder tradicionales, no deja de concitar cierto atractivo. Hay hambre de justicia (o quizás de venganza… son dos términos que bajo determinadas condiciones pueden llegar a confundirse). Convendría que alguien fuera tomando nota.

~ por Sergio en septiembre 16, 2012.

2 respuestas to “Dredd (2012)”

  1. Confieso que me daba miedo ver la película, pues la anterior adaptación no me pareció fiel a los cómics que había leído. Me parece que a esta le daré una oportunidad. Muy interesante el artículo, Sergio.

    • No tiene nada que ver. La de 1995 fue un vehículo comercial a mayor gloria de Stallone, mientras que en ésta procuran ser fieles al espíritu. Puede decepcionar un poco la ambientación no tan futurista y que renuncien a la excentricidad y buena parte del humor negro de las historias de 2000 AD, pero cine y cómic son medios diferentes, y lo que funciona en uno no tiene por qué hacerlo en el otro.

      Es un proyecto llevado adelante por auténticos aficionados, fuera del circuito comercial americano (es una coproducción británico/sudafricana), y eso se nota por ejemplo en cómo estuvieron en contacto a lo largo de todo el proceso con John Wagner (que ha apoyado públicamente el resultado en numerosas ocasiones).

      Se nota un cambio en el mundo del cine. Pasó por una larga época de productores omnipotentes, a la que siguió un breve período de predominio del director y de ahí a las imposiciones de las grandes estrellas (momento en que se filmó la anterior peli de Dredd). Ahora parece que los guionistas se están imponiendo (en ocasiones como guionistas-directores a lo Abbrams o Whedon), y eso se está notando en la fidelidad con que se intentan abordar las adaptaciones (no necesariamente en la calidad, que para eso sigue haciendo falta talento, y el talento es escaso).

      Los adelantes técnicos, por supuesto, también han hecho lo suyo para convencer a los directores de que, disponiendo de suficiente dinero, nada es imposible de trasladar a la pantalla.

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