El yelmo del caballero

El actual miniboom de la fantasía épica española (junto con los zombis, lo único que está alcanzando cierta difusión) ha puesto de manifiesto que el conocimiento sobre el género de los propios escritores que se atreven con él es variable. Existe una extensa y rica tradición, remontable al menos hasta finales del siglo XIX, aunque sus raíces se hunden mucho más lejos, hasta los mismos orígenes de la literatura. Por unas razones u otras, algunos autores no son conscientes de la riqueza de este legado, limitándose sus obras a beber de los ejemplos más recientes (con suerte, de Tolkien a esta parte). No es el caso de «El yelmo del caballero», la primera novela de Sergio R. Alarte.

Sí, una mitopoiesis de resonancias tolkinianas constituye un ingrediente principal del plato que nos sirve, pero igualmente entran en liza elementos extraídos de la espada y brujería de Howard, los mundos secundarios de los ochenta, el high fantasy moderno (con George R. R. Martin a la cabeza) e incluso la novela de caballerías y la épica homérica.

La historia se ambienta en el continente de Aru, en la cuarta edad (iniciada con el triunfo del Siervo de Goost, es decir, del mal, dos décadas atrás), cuando ya hace mucho de la desaparición de las especies primogénitas (titanes, elfos, dragones, espíritus…) y la humanidad medra entre las reliquias del pasado esplendor mágico. Todos los antiguos reinos son ahora vasallos del Caballero Sombrío, sometidos en mayor o menor medida a los designios de un «consejero». Tal grado de dominio, sin embargo, no es suficiente para las huestes de Goost, el dios de la oscuridad, que fuerzan al destierro al duque (antiguo soberano) Sural de Fuego, gobernante de Narfaroth, con el objetivo último de aplastar cualquier esperanza de rebelión.

Mientras, en los bosques, protegidos por las montañas y los bosques del influjo de Goost, un grupo de servidores de los antiguos dioses se conjura para devolver el equilibrio al mundo. La llegada de un hombre y una mujer, procedentes del exterior, actuará como desencadenantes de una serie de sucesos que, involucrando a un variopinto grupo de héroes, ofrecerá una esperanza de victoria a los sublevados.

La acción de «El yelmo del caballero» se desarrolla en dos líneas prácticamente independientes, que sólo al final convergen (aunque no llegan a entrelazarse demasiado). De ellas, la que quizás presente un mayor interés es la del exilio de Sural, antaño conocido como el Conquistador, mientras busca un nuevo hogar y nuevas alianzas para la supervivencia de su pueblo. A su vez, esta línea presenta dos facetas. Por un lado están las batallas multitudinarias, los movimientos estratégicos y las relaciones de vasallaje, con un sabor cercano a «Canción de hielo y fuego». Por otro, Sural se presenta como un personaje howardiano, un rey guerrero que no duda en embarcarse en gestas solitarias por el bien de su pueblo.

El protagonismo de la otra vertiente de la historia está mucho más repartido entre media docena de personajes, desde el asesino Dardiak hasta el misterioso Nalkar (pasando incluso por una esclava de doce años, Wen). Todos ellos, junto con Sural (y algún otro personaje de su séquito, como el caballero errante Ser Tristán) se nos presentan como un estudio de la figura heroica, jugando con motivaciones, actitudes, habilidades y, por supuesto, hazañas (a este respecto, es posible distinguir homenajes más o menos evidentes a varias obras, «El señor de los anillos», por supuesto, pero también relatos como «La hija del gigante de hielo» o fantasía épica española como «La espada de fuego«; aunque nunca llegan a ser demasiado forzados ni intrusivos).

Las diversas aventuras que corren los personajes (en especial, recalco de nuevo, Sural), están narradas con fuerza y atención por el detalle, alcanzando un notable sentimiento épico. Tomando el libro en su conjunto, sin embargo, se aprecia cierta desestructuración, con las conexiones entre capítulos poco desarrolladas, hasta el punto de presentar importantes elipsis que obligan a una continua reevaluación de la situación. De igual modo, hubiera sido de agradecer una introducción más suave al pasado y presentel de Aru (así como a los distintos personajes). «El yelmo del caballero» aboga por construir todo ese sustrato a partir de la narración de los hechos inmediatos, lo cual es una opción perfectamente válida, pero a mi entender no consigue proporcionar suficientes asideros al principio (con la notable excepción de Nalkar, que cuenta con un prólogo para él solo) para sostener el armazón sin obligar a demasiados equilibrios mientras se erigen poco a poco las paredes. En cierto sentido, en «El yelmo del caballero» nos encontramos dos novelas en una (y no me refiero a la separación en «libros» o partes, que presenta), y no terminan de encajar (o quizás cabría apuntar que su unión las debilita más que las fortalece).

En cualquier caso, dada su diversidad, es fácil encontrar elementos más que satisfactorios, bien sea una batalla épica como la de la Loma del Uro, bien sea una aventura con regusto a las gestas de Simbad, como la incursión en la ciudad muerta de Narcrish, o un destino trágico, como el del soberano de los nárfaros. Aru se revela como un escenario amplio y rico, con un potencial que «El yelmo del caballero» apenas comienza a explorar y que emplaza a futuras narraciones (ya más libres del peso introductorio).

Agradezco a Grupo Editorial AJEC el envío de un ejemplar de «El yelmo del caballero» para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en febrero 21, 2012.

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