La espada de fuego o el éxito como una función de onda
Le ha llegado el turno a la que quizás sea la novela fantástica española más destacada de la última década (al menos). En el 2003, Javier Negrete, con una amplia trayectoria a sus espaldas (con premios como el UPC, novelas cortas, juveniles, una exitosa incursión en NOVA…) logró publicar en Minotauro «La espada de fuego», una novela de fantasía épica que, poco a poco, fue adquiriendo momento hasta convertirse en un gran éxito de público y crítica. Lo más importante del asunto es que le sirvió a Negrete para dar un paso adelante en su carrera y llegar a un nivel superior, que le ha reportado hasta la fecha otras cuatro novelas que han gozado de una importante distribución: «El espíritu del mago» (continuación de «La espada de fuego»), «Señores del Olimpo» (premio Minotauro 2006), «Alejandro y las águilas de Roma» (una ucronía) y, de reciente aparición, «Salamina» (ya directamente histórica; ¿marcando quizás el final de un proceso de desfantastificación?).
Hace cosa de un mes, divagábamos en la entrada sobre «El sueño de la razón» de Juan Miguel Aguilera sobre cuáles eran los parámetros que llevaban al éxito (entendiéndose como tal a la conquista de esos niveles superiores que tan esquivos resultan y que te van concediendo mayores facilidades y mejores condiciones para publicar tu obra). Quizás no exista respuesta a ese misterio. Contando con un producto de partida de calidad (bueno, esto es algo que a veces puede obviarse, como bien puede atestiguar Dan Brown), la clave parece estar en una amalgama de circunstancias azarosas e incontrolables que, como si de una función de onda cuántica se tratara, colapsa en un estado que igual es positivo como negativo. La probabilidad de que sea de uno u otro tipo varía según las condiciones iniciales (la ya mencionada calidad, la promoción, la trayectoria previa, la actualidad del tema, si llueve o no el mes en que sale a la venta o, por resumir, si la maldita mariposita de Tokio aletea o no). Es decir, debe haber una lógica subyacente, pero desde luego el output no se relaciona linealmente con el input.
No quiero implicar que «La espada de fuego» no sea merecedora de todo su éxito. Tan sólo apunto que otras obras con iguales méritos se han hundido en el olvido tras un efímero paso por las librerias (y supongo que alguna habrá que ni ha llegado hasta ahí). Todo depende del colapso de la función de onda… o de estar en el momento justo con la propuesta adecuada.
Al parecer, el momento justo para «La espada de fuego» llegó en el 2003, después de muchos años de languidecer en un cajón (para ser precisos, en su primera versión, desde principios de los ochenta, bajo el título de «La jauka de la buena suerte»). Muchas cosas habían cambiado en ese lapso. Por un lado, la madurez narrativa de Negrete, que le permitió reescribir por completo la novela mejorándola sin duda en el proceso. Por otro, su posición dentro del mundillo de la literatura fantástica (de novato a autor destacado). No mento la situación editorial, porque, aun siendo diferente, ya no me atrevo a juzgar si era mejor o peor. Seea como fuere, la novela llegó en los albores del siglo XXI a la parrilla de Minotauro y el resto, como suele decirse, es historia.
Pero voy a dejarme de elucubraciones vanas y tratar un poco de la novela en sí.
He de confesar que «La espada de fuego» me ha decepcionado un poco. Esperaba mucho más que una narración impecable y una aventura ágil (que no es poco). Quizás la prejuzgara por la frase promocional que, en portada, la proclamaba «La mejor novela de fantasía épica española». Tal vez esperaba más de «la mejor». Porque me temo que sus orígenes, como primera novela de un chaval sin experiencia, son bastante patentes en su personajes y estructura; variaciones sobre arquetipos mil veces repetidos (uséase: joven aparentemente anodino pero que esconde un gran secreto y una tremenda habilidad natural que sólo precisa del maestro adecuado para hacerla surgir justo a tiempo de enfrentarse al poder del mal).
No es ése el único defecto. También cabe mencionar la acumulación de hilos argumentales sin atar, que se quedan flameando al viento cuando termina la novela, con la esperanza de ser retomados en algún momento futuro (de hecho, eso parece haber ocurrido). Lo peor es que algunos de ellos se utilizan para sacar del sombrero el peor de los recursos dramáticos, el deus-ex-machina, que interviene repetidas veces (en otras ocasiones bajo la vestimenta de una casualidad increíble). Por último, para sucumbir por completo a la maldición de la n-alogía, se cierra en falso, sin acabar de ofrecer una conclusión satisfactoria al nudo argumental. Quedan demasiadas cosas pendientes, hay una superabundacia de planteamiento. Está bien dejar puertas abiertas hacia ulteriores aventuras, pero tampoco hay que hacer la lectura de éstas obligatoria para dar sentido a la mitad del libro. Tal vez sea un prejuicio personal contra las (tri)logías (todo el mundo parece decantarse con el número tres como el perfecto), pero incluso teniendo en consideración posibles continuaciones, cada entrega debería ser más autoconclusiva que «La espada de fuego».
Por terminar con la parte negativa, hay otro efecto muy mal empleado: una especie de flashforward al inicio de la segunda parte del libro que no aporta absolutamente nada aparte de interrumpir la acción. La historia no precisaba de un elemento tan artificial para generar intriga; corta el flujo narrativo para insertar una discontinuidad en un relato lineal que no lo precisaba y quizás poder justificar la separación en dos bloques (bastante extraña, porque son ciertamente disímiles en extensión).
Todo lo cual no quita que sea una novela interesante. Negrete consigue aportar puntos de vista novedosos a dos temas tan trillados como la esgrima y la magia. A algunos de los personajes (el Mazo, sin ir más lejos) la historia se les queda pequeña por todas partes. Tal vez se deba a la reescritura con tantos años (y tablas) de diferencia, pero se percibe una evidente diferencia cualitativa entre forma y contenido, como si hubiera vestido un viejo maniquí, no demasiado bien proporcionado, con ropajes de alta costura. Tal vez sea que también a Negrete se le quedaba un poco pequeña la historia, pero, limitado por lo que en biología se considerarían constricciones evolutivas, no haya podido desplegar todo el potencial de «La espada de fuego».
Por los comentarios que he leído, es en su continuación, «El espíritu del mago» (adquirida y en la pila de lectura), donde por fin explota todas las posibilidades de Tramórea. En ella, seguramente, habrá podido poner en práctica toda su experiencia. O quizás no fuera hasta contar con la seguridad que confiere el éxito, que pudo lanzarse a una aventura más arriesgada pero también más satsifactoria.
Consecuencias del colapso de la función de onda literaria.
Otras opiniones:
- Artículo de Pelayo Mariño en Fantasymundo
- De Reginairae en Regina Irae
- De Ignacio Illarregui en El Rincón de Nacho
- De Mónica Torres en Axxón
- De Javier Romero en Stardust
- De Manuel Burón en Aurora Bitzine
- De Julián Díez en Cyberdark
Otros libros del mismo autor reseñados en Rescepto: