Largas noches de lluvia

En la literatura de género las fronteras entre dominios suelen ser difusas. Siempre hay, por supuesto, ejemplos prototípicos de clasificación incuestionable, pero la hibridación es un fenómeno natural (e inevitable). En este sentido, pocas fronteras hay más insustanciales que la que separa el terror de géneros afines, como el policíaco. Descartardo el componente fantástico, todo queda reducido a una mera apreciación subjetiva de la intensidad de las sensaciones que evoca.

Tomemos por ejemplo el último libro de Marc R. Soto, «Largas noches de lluvia». Dada la trayectoría previa del autor (materializada en su antología previa, «El hombre divergente»), se encontrará clasificada a menudo como terror, aunque quizás sería más apropiado hablar de género negro, con cierta tendencia al costumbrismo. Claro que, pensándolo mejor…

«Largas noches de lluvia» es una breve antología compuesta por dos relatos y una novela corta, ambientados en un pueblo innominado, en distintos años y sin relación directa entre ellos. El primer texto, «Sueño de nieve y barro», es un relato ya publicado con anterioridad (primero en Paura y más tarde en el Calabazas Bosques), que gira en torno a los celos entre hermanos, llevando la rivalidad hasta el extremo.

También es un niño el protagonista de «La sonrisa del reloj», el segundo cuento. Un niño que durante el transcurso de un verano descubre… una faceta un tanto preocupante de su personalidad.

Por último, la novela corta que da título al volumen se articula en torno a la muerte en extrañas circunstancias del dueño del bar del pueblo, recayendo el protagonismo en el boticario (quien además se erige en narrador), a quien acude el cartero en busca de ayuda cuando se tropieza con el cuerpo sin vida.

No voy a comentar nada más sobre las respectivas tramas, pues ello no aportaría gran cosa al análisis y, en cambio, podría estropear alguna que otra sorpresa. Apuntaré, sin embargo, un par de detalles compartidos por los tres textos (alcanzando su plenitud en el último), que bien podrían caracterizar el volumen.

Ante todo, quisiera destacar lo directos que son, la sinceridad que transmiten. Los protagonistas se nos revelan sin tapujos. En dos de los casos incluso a través de su propia confesión. Sus fuerzas y sus flaquezas desnudas ante nuestros ojos, para que los juzguemos (o no) con pleno conocimiento de causa, sin justificaciones con las que escudar sus acciones.

Y relacionada con esta cercanía, destacaría la finísima línea que separa lo correcto de lo incorrecto (el bien del mal, aunque tal vez recurrir a términos tan absolutos distorsione un tanto la escala). De ahí que me preguntara al principio de la reseña si sería prudente descartar por completo la etiqueta de «terror». ¿Qué hay más terrorrífico que saber que cualquiera, incluso nosotros mismos, puede llegar a cruzar la línea? ¿Que bajo las circunstancias adecuadas, o en ausencia de ellas, con el estímulo preciso, podríamos llevar a cabo actos que bajo otras condiciones no dudaríamos en tildar de monstruosos?

En ese sentido el ambiente rural es imprescindible. Apela a la comunidad cerrada, a los esqueletos escondidos en las buhardillas, al agobio de las expectativas ajenas descansando sobre unos hombros que bastante tienen con aguantar las propias. Desvela la cotidianidad del horror, lo terriblemente cercano que puede llegar a ser. No hace falta buscarlo en criptas ignotas o castillos ancestrales. Puede cruzarse en nuestro camino en cualquier momento sin avisar… y luego toca convivir con el estigma que nos deje (si se da la posibilidad, claro, que hay algunos encuentros más definitivos que otros).

Agradezco a Viaje a Bizancio el envío de un ejemplar de «Largas noches de lluvia» para su reseña en Rescepto.

Otras opiniones:

~ por Sergio en febrero 10, 2012.

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