Un mundo feliz

Clasificada a menudo entre las obras más importantes de la historia de la ciencia ficción, «Un mundo feliz» («Brave new world», 1932), de Aldous Huxley, supone un título ciertamente singular. Obra de un autor que podría considerarse ajeno al género (en contraposición, por ejemplo, con su contemporáneo Olaf Stapledon), la novela constituye sin embargo una de las muestras más extraordinarias de literatura especulativa, tanto desde un punto de vista sociológico como tecnológico, merced de una sólida formación tanto en el campo científico (la familia Huxley destacó por producir grandes biólogos, desde su abuelo Thomas Henry Huxley, «el Buldog de Darwin», hasta sus hermanos Julian y Andrew Huxley, receptor este último del premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1963) como en el humanístico, graduado con honores en literatura inglesa por el Balliol College de Oxford.

Para cuando se editó la novela que nos ocupa, hacía ya once años de la publicación de su primera obra, «Crome yellow», una sátira sobre los usos y costumbres de sus contemporáneos. De igual modo que «Un mundo feliz» constituye una sátira de las optimistas visiones sobre el futuro de pensadores (Bertrand Russell, por ejemplo) y escritores de la época. En particular, Huxley reconoció haber escrito su libro como respuesta a «Hombres como dioses», una utopía publicada por H. G. Wells en 1923 (asumiendo, sin embargo, la postura antiutópica que este mismo autor desarrolló en «Cuando el durmiente despierte», publicada en 1899 y revisada en 1910).

La novela ha pasado a la historia, junto con «1984«, de George Orwell, como el paradigma del género distópico, aunque en contraposición con el título posterior, el futuro de «Un mundo feliz» es a un tiempo más amable (casi todos son en verdad felices con su lugar en la sociedad) y más terrible, pues en su concepción no sólo desalienta la rebelión, sino que la vuelve imposible, incluso innecesaria (el sistema no precisa guardianes, es por sí solo lo bastante robusto como para marginar las conductas «aberrantes»).

El protagonismo principal recae en Bernard Marx, un alfa más (miembro de la élite) con graves problemas de autoestima derivados de una altura inferior a la típica de su clase. En una sociedad diseñada para que cada miembro se engrane con suavidad al resto para conformar una maquinaria perfectamente calibrada, su insatisfacción (que se extiende al plano sexual por pura inseguridad personal), lo lleva a cuestionarse el grado de libertad individual que le está permitido, siendo conocedor además (por formar parte de su trabajo) de los sistemas de condicionamiento hipnótico que, desde la más tierna infancia modela a los habitantes del Estado Mundial para convertirlos en ciudadanos felices y acomodaticios.

En el transcurso de la primera mitad (poco más o menos) del libro, se nos muestra a través de los ojos de Bernard el feliz mundo nuevo (del año 2540… o 632 después de Ford). Su mente amargada analiza para nuestro beneficio los sistemas de control instaurados: la separación en clases (alfa, beta, gamma, delta y epsilon, con diferencias físicas e intelectuales inducidas artificialmente junto con una aversión a la mezcla), el condicionamiento hipnótico y pavloviano (el famoso experimento del perro de Pavlov data de 1927, apenas cuatro años antes de la escritura del libro) de los niños, criados en guarderías automatizadas, la sublimación de las tensiones a través del sexo (acompañado de estrictas medidas malthusianas para desvincularlo de la función reproductora) y el consumo universal de soma, una droga estatal que procura, cuando todo lo demás falla y a discreción del individuo, un estado mental placentero.

Sin embargo, el análisis no deja estar mediatizado por el hecho de realizarse desde dentro. Hace falta un elemento externo para terminar de caracterizar la sociedad, y éste se obtiene cuando Bernard lleva a Lenina, la chica que pretende, de viaje a una reserva de salvajes, una región apartada de la civilización donde los hombres (de ascendencia amerindia) viven al estilo antiguo. Allí encuentran a Linda, una alfa que fue dejada atrás dieciocho años atrás por otra expedición turística y que ha criado un hijo, John, de su pareja de entonces (concebido por accidente y gestado ante la imposibilidad de acceder a técnicas abortivas modernas).

Linda regresa a la ciudad en compañía de Bernard y Lenina, y John la acompaña, interesado por descubrir lo que le puede deparar esa parte de su herencia (en la reserva, tanto él como su madre son considerados parias, debido a la escandalosa conducta condicionada de ella). Para su desgracia, al no haber sido nunca moldeado, John encuentra el mundo civilizado despiadado, pecaminoso y hueco, por lo que su angustia existencial no hace sino aumentar.

A la postre, por supuesto, la sociedad del Mundo Feliz fagocita, destruye y expulsa las discrepancias, manteniendo incólume el statu quo, aunque se entiende que tanto las reservas de salvajes como, en su caso, el destierro de disidentes a regiones remotas tienen como objetivo mantener un reservorio de diversidad por si hiciera falta para solventar alguna crisis. Huxley dispone así de la última salvaguarda, el detalle que, al conferir un atisvo de flexibilidad controlada, asegura ad infinitum la estabilidad de la sociedad descrita.

Por supuesto, aunque en apariencia una obra de futurología, «Un mundo feliz» retrata la cultura contemporánea del momento de su escritura, mostrando la, a juicio del autor, degradación de las costumbres y los peligros de los vertiginosos cambios sociales que experimentaba Europa (muchos de ellos provinientes de los Estados Unidos, el epítome de todos los males). La metáfora perfecta de la deshumanización de la sociedad la encontró en la cadena de montaje, instaurada unos veinte años antes para la producción de su modelo T por Henry Ford (cuyo nombre suplanta en la novela, así como en ocasiones el de Freud, el papel de Dios en juramentos y exclamaciones).

Así pues, encuentra como tendencias negativas la cosificación de los trabajadores (impulsada por la revolución industrial), la promiscuidad sexual o el impulso de la sociedad de consumo (incluso el soma es una velada referencia a la goma de mascar, como símbolo de la «americanización» del mundo… lo irónico del asunto es que, a partir de 1937, año en que Huxley se mudó a California, se convirtió en un firme defensor de las drogas psicodélicas).

Independientemente de que se compartan o no los valores que el autor consideraba fundamentales, no cabe duda de que buena parte de sus temores se han confirmado. Nuestra actual sociedad, como la de «Un mundo feliz», aboga como fin deseable por el hedonismo, al tiempo que en aras de mantenerlo recorta libertades. Incluso el adoctrinamiento estatal, sin llegar (por el momento) a recurrir a sugestión posthipnótica, es moneda corriente, hasta el punto que en ocasiones parece que el principal objetivo del sistema educativo no es transmitir conocimientos, sino modelar ciudadanos al antojo de los poderes políticos (y, por supuesto, primando el hedonismo, disfrazado como realización personal, sobre el esfuerzo).

Por último, como adelantaba al principio de la reseña, aparte de la especulación social es muy de destacar la científica, centrada particularmente en el proceso de bokanovskificación, por el cual de un óvulo humano fecundado se pueden obtener hasta 96 embriones viables (para la clase epsilon, que los alfa y beta aún conservan su individualidad y los gamma y delta se contentan con multiplicaciones más modestas). Por un lado, se trata de aplicar a la reproducción humana el concepto de la producción en cadena (influenciado, además, por el trabajo del propio Huxley en una factoría química), pero resulta significativo también por ser el debut en la ciencia ficción del concepto de clon.

Faltaban, eso sí, treinta y un años para que el génetico J.B.S. Haldane acuñara el término, con el significado que hoy en día le damos, en la conferencia «Biological possibilities for the human species in the next ten thousand years» (y veinte para que tuviera éxito el primer experimento de duplicación artificial en renacuajos, por no hablar de los sesenta y cinco que faltaban para Dolly). El sistema propuesto por Huxley, de hecho, se conoce en la actualidad como la técnica del embryo splitting, usada el año 2000, por ejemplo, para obtener el primer clon de primate, la mona rhesus Tetra (aunque con una eficacia muy inferior a la bokanovskificación, su uso en ganadería es relativamente común).

El «secreto» de la extraordinaria clarividencia de Huxley, aparte de las ya mencionadas conexiones biológicas familiares, reside en su amistad personal con Haldane (uno de los más importantes genetistas de la historia), cuyos estudios supusieron una fuente de inspiración para «Un mundo feliz», aunque parece evidente que Aldous Huxley era menos optimista que su amigo respecto a que se diera un desarrollo ético paralelo acorde con la adquisición de nuevos conocimientos y poderes. Parte de la especulación científica de «Un mundo feliz», incluyendo la gestación ectópica, puede rastrearse hasta «Daedalus; or science and the future«, uno de los primeros textos transhumanistas, publicado por Haldane en 1924 a raíz de una conferencia impartida un año antes en la Universidad de Cambridge.

Otras opiniones:

~ por Sergio en octubre 22, 2011.

9 respuestas to “Un mundo feliz”

  1. Sergio, excelente reseña de un clásico. Muy bueno el dato de la amistad con Haldane, no lo conocia.
    Stuart McMillen, basado en «Amusing ourselves to death» de Postman, realizó una comparación entre 1984 y Un Mundo Feliz, sus diferencias y hacia donde nos dirigimos supuestamente: http://fatpita.net/?i=1952

    • Gracias, Fernando. Hay otra conexión curiosa: Huxley dio clases (de francés) a Orwell (en 1917, cuando éste tenía 14 años)… aunque al parecer era muy mal profesor.

      En realidad, pienso que los dos tenían en parte razón. La función de la literatura es quizás exagerar determinados aspectos de la realidad para hacerlos más patentes, por ello podemos encontrar reflejos (anticipados) de nuestra sociedad tanto en «Un mundo feliz» como en «1984» (y en «Farenheit 451», la trilogía del desastre de Brunner, «Mercaderes del espacio», «¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!»…). La cuestión es que así, destilados, podemos apreciarlos mejor a nuestro alrededor.

      En lo de conseguir ponerle remedio ya no soy tan optimista…

  2. Reseña muy completa. Enhorabuena.

    Yo añadiría que el libro se lee en media tarde, quizás eso animase a la gente que tiene alergia a leer, a adquirirlo.

    Lo dije en algún otro sitio: me encanta que en la ciencia ficción, todos los aficionados «mamemos» los mismos clásicos, no ocurre algo parecido en otros géneros.

    Un saludo.

    • Gracias. La ciencia ficción es un género joven, así que existe un consenso bastante amplio sobre los referentes. De todas formas, hay algunos títulos y autores inexplicablemente infravalorados. Ahora estoy pensando en concreto en la obra de Olaf Stapledon (que, aparte de «Hacedor de estrellas», es poco conocida).

  3. Leí este libro ya hace tiempo y apenas recuerdo si me gustó mucho o no, aunque sí que la parte final no me gustó especialmente. Me lo tengo que releer algún día (y leérme «1984»).

    Saludos

    • Uff, «Un mundo feliz» es una lectura imprescindible para cualquier lector de ciencia ficción, pero «1984» es imprescindible para cualquier lector (y, si es posible, en versión original).

  4. La verdad ha sido un libro que no me ha entrado… lo lamento mucho, porque reconozco que es un clásico, un obligado de la Ciencia Ficcion, pero no hay manera, me aburri increíblemente al leerlo. Ya al 4to capitulo quería terminarlo, solo por terminarlo.
    Probablemente sea que me gusta la ciencia ficción menos “imaginativa” con mas bases (Asimov, Clarke, etc), o porque realmente, si viviera en el Mundo Feliz con lo que menos me sentiría identificado es con la postura de El Salvaje (en realidad, creo que estaría muy de acuerdo en sacrificar arte y ciencia en pos de felicidad eterna para todos).
    El libro plantea muchos puntos de vista interesantes (charlando con un amigo, me dijo que la actitud de El Salvaje en la sociedad seria como la identificación de las religiones cristianas y judías, el sufrimiento e inferioridad frente a un Dios siempre presente, etc).
    Muchos aspectos del libro frente al a ciencia me parecen admirables, el tratamiento de “clonación” y ciertos métodos me parecen increíbles para haberse escrito hace 80 años. Pero en otros mismos aspectos flojea, o sea, el hecho de que exista al a vuelta de la esquina “una reserva de salvajes” que se haya “perdido” una muchacha y nunca la fueran a buscar… son cosas que no me terminan de cerrar en el argumento, me parece muy forzado.
    Interesante muchas cosas, corto y de rápida lectura… por suerte, porque me aburri muchísimo igualmente.
    Lo lamento por mi mismo ya que no pude disfrutar como se debía este clásico.

  5. Hace poco lo releí y no pude evitar pensar que era la obra de un luddita bastante conservador. Y después de leer esta reseña pues cómo que simpatizo menos con la postura del autor. Pese a ello me sigue parenciendo una obra estupenda y coincido con que es uno de los imprescindibles de la ciencia ficción.

  6. […] novela más conocida es Un mundo feliz, publicada en 1932. Pero hubo muchas otras. Su vida estuvo llena de curiosidad e inquietudes […]

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.