En las montañas de la locura

La historia más larga escrita por Howard Phillips Lovecraft, la novela corta «En las montañas de la locura» («At the Mountains of Madness») es a menudo considerada una obra maestra del terror, opinión con la que no estoy por completo de acuerdo. No en su categoría de Obra Maestra, que es indisputable, sino en su adscripción temática, pues no me cabe duda de que se trata de una de la obras fundamentales de la ciencia ficción de la Era del Pulp.

Curiosamente, la etapa de Lovecraft que se ha bautizado como de los Mitos de Cthulhu (1927-1935) supone en realidad un largo proceso de desmitificación. Tras un período de imitación de Poe (la etapa macabra, entre 1905 y 1920), seguido de otro de influencia de Lord Dunsany (el ciclo de los sueños, entre 1920 y 1927), fue a partir del relato clásico «La llamada de Cthulhu» que Lovecraft empezó a definir un estilo propio, caracterizado por la sustitución del horror sobrenatural de sus primeras hitorias por otro materialista, donde los dioses y los monstruos no tienen cabida sino como vestiduras que la mente humana impone a seres de un poder muy superior llegados a la Tierra de allende el espacio.

En este sentido, «En las montañas de la locura», escrita en 1931 aunque publicada en 1936, supone la culminación del proceso que reformula el panteón lovecraftiano como el producto de una serie de sucesivas invasiones extraterrestres (trabajo que se completa con «En la noche de los tiempos», escrita en 1935 y publicada en 1936).

La narración nos cuenta las peripecias de la expedición Pabodie, financiada por la universidad de Miskatonic,  a la Antártida, el último gran territorio virgen de la Tierra. Una serie de avances tecnológicos (una barrena ultraligera gracias a nuevas aleaciones de aluminio y motores de aeroplano acondicionados para el frío) brindan acceso a los exploradores un terreno jamás hollado por el ser humano (no muy diferente, de hecho, a la exploración de un mundo recién descubierto), y allí encuentran vestigios de al menos una de las razas que dominó la Tierra antes que el hombre. Los primordiales (the Old Ones) del Necronomicón se transforman aquí en seres venidos de las estrellas, que construyeron ciudades y diseñaron seres vivos como diversión o para explotarlos como esclavos. Entre estas criaturas se cuentan los humanos primitivos y los soggoth, una especie de masas ameboides dotadas de inteligencia.

Tras el hallazgo de unos pocos primordiales congelados, su posterior reanimación y la masacre del primer campamento, dos investigadores, el profesor Dyer y su estudiante Danforth, se adentran en el macizo montañoso y descubren una ciudad ancestral en ruinas, en cuyos muros contemplan murales que les narran las visicitudes de la raza ancestral que la construyó cuando el mundo era tan joven que la Luna acababa de desgajarse del planeta madre: la llegada de la progenie de Cthulhu y la gran guerra subsiguiente, su derrota y exilio a los océanos, el cataclismo que hundió a sus enemigos y les devolvió el gobierno de la Tierra por un breve período, hasta la llegada de los Mi-Go (seres mitad hongo, mitad crustáceo, presentados en el relato «Los que susurran en la oscuridad») y, por último, su lucha contra el frío creciente (que acabaría cubriendo la Antártida de hielo) y la rebelión de los soggoth.

Así, de un plumazo, se verifica el cambio de rumbo. Lovecraft por fin había encontrado el terror supremo, y no habitaba en oscuros panteones o bosques oscuros, sino que viajaba a cuestas de los nuevos conocimientos científicos, que estaban desmontando pieza a pieza el cómodo y predecible universo newtoniano, para sustituirlo por el más inestable (e incomprensible) cosmos relativista (se menciona, por ejemplo, que la progenie de Cthulhu proviene de regiones del espacio con geometrías no euclídeas, lo cual les confiere atributos incompresibles y no es sino una incompleta comprensión de la geometría minkowskiana que se encuentra en la base de la relatividad einsteniana). ¿Qué puede haber más terrorífico que lo impredicible? Si a esto se le suma un ataque brutal al antropocentrismo, relegando a la especie humana a juguete y desecho de los auténticos amos de la creación, tenemos la receta para el nuevo horror que tanto ansiaba encontrar Lovecraft.

De modo que sí, al final tengo que convenir en que «En las montañas de la locura» es también un hito clave en la literatura de terror, pero me aferro al «también» para defender su faceta menos popular. Esta obra, publicada entre febrero y abril de 1936 en Astounding Stories (Farnsworth Wright no la quiso para Weird Tales, por considerarla demasiado larga y poco significativa), es uno de los más claros precedentes de la ciencia ficción de la Edad de Oro (incluyendo extraterrestres que piensan mejor que los humanos y definitivamente no como un humano), y aún me atrevería a plantearla como una de las primeras novelas de cifi hard.

Su faceta terrorrífica (con homenaje final incluido a «La narración de Arthur Gordon Pym» de Poe) quizás enmascare su naturaleza, al igual que el tiempo transcurrido desde su publicación, que ha vuelto muchas de sus especulaciones obsoletas o peor, obviedades a las que nadie presta atención. Tomemos por ejemplo cierto párrafo en que menciona de pasada la deriva continental. Hoy en día nos parece normal, pero cabe señalarse que en 1931 la teoría de Wegener se encontraba en completo descrédito. ¿Por qué la mencionó Lovecraft? Tal vez el hallazgo de fósiles de animales tropicales por parte de la expedición a la Antártida comandada por Richard Evelyn Byrd, acabara por convencerlo. Lo que sí es seguro es que Lovecraft, como demuestra su correspondencia, siguió con pasión las noticias que se recibían de esta empresa, llevada a cabo entre 1928 y 1930, que sin duda supuso una importante fuente de inspiración (una vez más, tenemos que ponernos en situación: por aquel entonces, aquello era ciencia de primerísimo nivel).

Quizás la nota discordante, que ha impedido que se considere a esta novela corta como una de las grandes obras de la ciencia ficción primigenia, es la aproximación diametralmente opuesta al género con respecto a los grandes autores clásicos. Tal y como comenta Robert Silverberg (al respecto de «En la noche de los tiempos», aunque refiriéndose a toda la obra de Lovecraft):

La gran diferencia es que para Heinlein y Asimov y Clarke, la ciencia es excitante y maravillosa, y para Lovecraft es una fuente de horror. Pero una historia que se alimenta de la aprensión hacia la ciencia en vez del amor y la admiración hacia ella no es menos ciencia ficción si hace uso del tipo de temas (viaje espacial, viaje temporal, cambio tecnológico) que universalmente reconocemos como material de CF.

Yo no podría haberlo expresado mejor.

Otras opiniones:

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

~ por Sergio en May 31, 2010.

3 respuestas to “En las montañas de la locura”

  1. pues quiza dentro de un tiempo le de otra oportunidad a esta novela o me la de yo con la obra, la primera vez que intente leerla me parecio bastante aburrida por la descripcion tan pormenorizada de los preparativos de la expedicion…

  2. Hay que contemplar los preparativos con perspectiva. En la época, se trataba de poco menos un technothriller a lo Michael Crichton (aunque yo lo suelo comparar más bien con «Cita con Rama», por el elemento de contacto con un misterio alienígena inaprensible).

  3. Como bien dice un amigo mio, Lovey es lento, oscuro y pesado, pero nos encanta.

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