El príncipe de Persia: Las arenas del tiempo

Primera reseña cinematográfica en meses, y para una película que es primero de productor (Jerry Bruckheimer), antes que de director (Mike Newell). «El príncipe de Persia: Las arenas del tiempo» supone una adaptación de la famosa saga de videojuegos de Jordan Mechner, lanzada originalmente bajo el sello Brøderbund en 1989 (muchas horas me tiré con la versión PC, aunque bastantes más fueron las dedicadas a la segunda parte, «The shadow and the flame» de 1994).

En cualquier caso, por mucho que los de mi quinta recordemos con nostalgia el inconfundible salto de David Mechner (tomado como modelo por su hermano mayor para animar los sprites de su personaje), a la hora de plantearse la película los productores pronto (aunque no antes de elaborar un par de borradores basados en las versiones clásicas) se decantaron por inspirarse en el relanzamiento, bajo el nuevo sello Ubisoft, que tuvo lugar entre 2003 y 2005; la trilogía (pronto tetralogía) de «Las arenas del tiempo».

El concepto básico del juego es muy sencillo: consiste en situar al jugador en escenarios tridimensionales, apropiados para ejecutar múltiples acrobacias, que funcionan un poco como un puzzle 3D que debe ser resuelto antes de avanzar hasta el siguiente módulo. Además, intercalada con esta mecánica, nos encontramos con combates a desarrollar con una serie de golpes básicos y algún que otro combo más espectacular, potenciando sobre todo el dinamismo. Quizás el antecesor más directo de este concepto sea la saga de «Tomb Raider» (aunque podríamos irnos hasta «Alone in the dark»), al fusionar los entornos tridimensionales con la mecánica de los antiguos arcades de plataformas. Sin embargo, los creativos de Ubisoft no se limitaron a ofrecer otro título (con una calidad gráfica extraordinaria, cabe destacar), sino que tuvieron la idea de añadir una dimensión más a la mezcla: el tiempo. Pronto en el desarrollo del primer título, el príncipe se hace con la daga del tiempo, un objeto mágico que le permite (en ocasiones limitadas por la carga de arena) volver atrás en el tiempo un corto trecho para subsanar pequeños errores.

El juego es espectacular, y con sus continuaciones («El alma del gerrero» y «Las dos coronas»), los programadores de Ubisoft no hacen sino incrementar la calidad añadiendo movimientos y detalles espectaculares como una especie de fatalities. Por su cualidad casi cinematográfica, constituía un cebo tentador, en el que ha picado con fuerza uno de los grandes superproductores de Hollywood, dispuesto a reeditar con aventuras orientales megaéxitos como el de «Piratas del Caribe» (una serie cuya primera entrega me entretuvo, y cuyas dos continuaciones me parecen deleznables, aunque de la dos se salvan los efectos especiales).

Aún es pronto para saber si su olfato sigue tan fino como siempre, pues en España hemos disfrutado del raro privilegio de un estreno previo al americano (por concederle una semana más de gracia antes del inicio del mundial), pero la apuesta es fuerte, con 150 millones de presupuesto y una franquicia en potencia pendiente de un balance económico favorable (al menos 400 millones de recaudación mundial). El estreno en dieciocho países ha sido bastante tibio (19 millones de dólares), pero no termina de descartar ni el éxito ni el fracaso (ambos, al menos, relativos).

En cualquier caso, todas estas cuestiones deben dejarse para cuando haya concluido su carrera comercial. Ahora, lo único importante es juzgar el producto, y tengo que decir que a mí me ha gustado, por lo que tiene muchas papeletas para pegarse un tortazo de campeonato (no ando muy en sintonía con los gustos mayoritarios).

Ojo, antes de seguir quiero precisar que «El príncipe de Persia: las arenas del tiempo» no es una gran película. Es un espectáculo palomitero, que tira por la borda desde el mismo comienzo cualquier tipo de pretensión histórica o artística (aparte de un excepcional diseño de producción). Eso sí, a falta de profundidad invierte hasta el último centavo en amplitud, recreando un escenario de mil y una noches que jamás existió, con ciudades misteriosas, suntuosos palacios, multitudinarios ejércitos, príncipes pendencieros y princesas exóticas.

La historia es una versión modificada casi hasta hacerla irreconocible de los principales hitos del juego de 2003, con dos importantes diferencias. Para empezar, los responsables han tomado la (deplorable) decisión de prescindir casi por completo de los elementos fantásticos (existe la creencia de que la fantasía aliena al gran público), que se ven limitados a la daga y sus efectos (magníficamente representados). Esto provoca, indirectamente que deban crearse enemigos especiales para el príncipe y sus acompañantes (al prescindir de los soldados del sultán transformados en monstruos por las arenas del tiempo), siendo los escogidos unos Hassassins que más parecen ninjas que nizaríes (y que resultan bastante caricaturescos). Además, los guionistas (entre los que se cuenta Mechner, aunque a saber con qué tipo de control creativo) añaden una subtrama en torno al apoyo y confianza entre hermanos cogida con pinzas.

Por concluir con los aspectos negativos, existen amplios tramos de relleno absolutamente horrendos, sobre todo cuando los responsables recuerdan que deben apuntar al público infantil y se dedican a colar un muy poco efectivo alivio cómico, personificado en un truhán anacrónico interpretado por Alfred Molina (que no llega a los niveles de Jar Jar Binks, pero pone su parte para hundir la película).

Siguiendo con los actores, Ben Kingsley cumple la regla de resultar insoportable en una película fantástica (se ve que le gustan los cheques abultados, pero luego su nivel de compromiso es inversamente proporcional al sueldo), Jake Gyllenhal cumple a la perfección como príncipe Dastan (tanto en la parte física de la actuación como cuando la cámara se centra en un primer plano; a estas alturas ya ha demostrado que sabe actuar, pero le faltaba lanzarse a la acción) y Gemma Artenton se confirma como la nueva musa del género fantástico (con permiso de Zoe Saldaña; a refrendar cuando los guiones le sean un poco más propicios). Por desgracia, la química entre Gyllenhal y Artenton es nula. El guión se esfuerza por construir una relación clásica de las de tira y afloja, pero no convence en ningún momento.

Hablando de guión, si yo pudiera volver atrás en el tiempo les enviaría a los guionistas una notita conminándolos a confiar un poco más en el espectador. Las fórmulas son un apoyo, nunca deben erigirse en esqueleto de la trama, sobre todo porque los remiendos saltan a la vista cada vez que meten un parche (para contentar a las quinceañeras, para hacer un guiño a los más jóvenes, para aligerar la tensión…). Como comentaba hace un par de entradas, el arte narrativo está en descrédito (aunque aquí, al contrario que con «Iron man 2» o «Furia de titanes», hay una historia intentando fluir entre todos esos meandros).

He llegado casi al final de la reseña y aún no he dado una sola razón válida de por qué me ha gustado. Todo han sido quejas. Es mucho más fácil señalar lo que está mal.

Quizás haya sido precisamente el intento por contar una historia con elementos que no llamaré originales, pero sí diferenciadores, lo que la redime. Por mucho que en conjunto sea un fracaso, ese intento proporciona los asideros necesarios para desconectar y disfrutar de sus virtudes (y del ocasional homenaje que sólo los seguidores de la saga sabremos apreciar). Los escenarios son extraordinarios, las coreografías y acrobacias demenciales pero muy bien ejecutadas y la Gemma Artenton es agradable de ver. Hacía tiempo que no salía del cine sin sentirme estafado, lo cual no es poca cosa.

La capacidad visual está ahí, ahora sólo falta afinar los guiones. Al menos «El príncipe de Persia: Las arenas del tiempo» es un paso (pequeñito) en la dirección correcta. Ahora, para la continuación (si el retorno de inversión lo justifica), sin miedo con la faceta fantástica. El misterioso Oriente lo es menos sin su magia.

~ por Sergio en May 24, 2010.

4 respuestas to “El príncipe de Persia: Las arenas del tiempo”

  1. Hola, Sergio. Gracias por publicar la reseña; me temía que fuera otra ‘Furia de titanes’, con el trillado marine estadounidense haciendo el papel de héroe antiguo. Si la valoras como aceptable iré con más expectativas que ver a Jake Gyllenhal.
    Saludos

  2. Declino toda responsabilidad, que no ando muy fino de gustos cinematográficos. Eso sí, si al final vas a verla, vuelve y comenta (aunque sea para ponerme verde).

  3. Como suele decirse: En el país de los ciegos el tuerto es el rey. La peli tiene una fabulosa ambientación, efectos estupendos y, sobre, todo un guión (aunque sencillo, es un todo lujo hoy en día). Además, mister Gyllenhal no defrauda. Me gustó bastante, pero ciertamente adolece de cuanto comentabas.

  4. Una pena que tengamos que conformarnos con tan poco, pero en fin, a falta de otra cosa, ¡que vivan los tuertos!

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