La luz del infinito

Del actual panorama fantástico español, José Antonio Suárez es el autor de ciencia ficción que sigo con mayor interés. Su estilo, a mitad camino entre los clásicos de la edad de oro y las principales tendencias actuales, resulta de lo más refrescante, y no tiene miedo a utilizar recursos, especialmente temáticos, poco explotados en la cifi española. Sus novelas son aventureras y dinámicas, orientadas hacia el entretenimiento, lo cual conlleva también cierta relajación en la rigurosidad científica y superficialidad especulativa (ojo, me refiero a la profundidad, no a la amplitud). Todas estas características están muy presentes en su última novela: «La luz del infinito», publicada por Equipo Sirius.

En el futuro descrito, la humanidad está escindida en dos grandes ramas. Por un lado los terrestres, conservadores y un poco carcas, que ocupan el Sistema Solar: por el otro los errantes, aquellos que confían su conciencia a unos implantes raquídeos y son capaces por tanto de sobrevivir a la muerte de su cuerpo (aunque necesitan en general uno para sobrevivir). Estos errantes, que erigen el imperio suryano, en cuyas manos se encuentra la colonización de la galaxia, obtuvieron de una antigua civilización extinta, los krenyin, el secreto del salto hiperlumínico (y alguna que otra ventaja tecnológica adicional). Por desgracia para ellos, sus sistema social pronto derivó en una férrea dictadura, que controlaba de facto las resurrecciones, provocando la deserción de un grupo que fundó Utopía como alternativa.

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Las tensiones entre estas tres grandes ramas de la humanidad (aunque los terrestres no consideran humanos a los errantes revividos), constituyen el fondo sobre el que se entrelazan las distintas líneas argumentales (hasta cuatro), que se van alternando hasta la resolución final del conflicto. Por un lado esta Niit, una bióloga a sueldo de una megacorporación, que trata de salvar la vida a la última pareja de «narvales», una especie inteligente del planeta Sedna, puesta en peligro por la explotación salvaje de su mundo, que podrían tener la llave para decantar el futuro de la contienda. Por otro lado tenemos a Valeri, suboficial de las fuerzas armadas terrestres, a cuyo lado somos testigos de diversas escaramuzas de la guerra y que nos ofrece una visión de las delicadas relaciones entre terrestres y utópicos (máxime cuando su padre, a quien acusa de abandono, se hizo errante y es ahora el comandante de su unidad mixta). El punto de vista errante  lo obtenemos a partir de Schiavo, un comando de la Tercera Vía, un grupo guerrillero, escindido de Utopía (a quienes acusan de los mismos crímenes que éstos atribuyen a Surya). La posición suryana la defiende su embajador en la Tierra, el señor Tahawi, atrapado en un dilema entre la obediencia a las ordenes recibidas y su propia conciencia.

En las escasas 230 páginas de la novela hay sitio para todo, desde batallas espaciales al más puro estilo de la space opera militarista hasta expediciones al corazón hechizado de la antigua civilización Krenyin (una zona del universo extraña y peligrosa conocida como el Limbo), pasando por el habitual enredo de complots, maquinaciones y contramaquinaciones políticas que parece ser del agrado de Suárez.

La amplitud especulativa es muy destacable. Desde las implicaciones sociales y filosóficas de la tecnología errante, hasta las peculiaridades de los narvales de Sedna, pasando por apuntes de física teórica. Esta amplitud podría haber sido apabullante, pero, como he indicado al principio de esta crítica, la falta de profunidad la reduce a un recurso estilístico (espectacular por momentos, pero sin auténtica relevancia). Tan sólo la reacción de los terrestres a la tecnología errante se explora con un mínimo de detalle (mediante la relación entre Valeri, un amigo utópico, Luis, y su padre resucitado), ofreciendo apuntes sobre este camino transhumano. El resto son ideas que se arrojan a toda velocidad contra el lector, sin explorar a fondo sus implicaciones o su funcionamiento (me temo que la parte física, aun empleando terminología correcta, no deja de ser tecnojerga para dotar de verosimilitud a viejos conocidos de la ciencia ficción como el hipersalto o los escudos de fuerza). No hay tiempo para detenerse en reflexiones sobre el abuso de poder, la ambición, el principio antrópico fuerte, la influencia del sustrato físico sobre la personalidad, la dicotomía deber/conciencia, la corrupción de los ideales, los límites morales de la guerra o la responsabilidad para con el medio ambiente. Todos estos temas se tratan de un modo u otro a lo largo de la novela, aunque siempre como meros esbozos.

Supongo que es una decisión estilística plenamente válida, aunque a mí me ha dejado un poco con la miel en los labios. Sin duda hubiera agradecido un mayor desarrollo de los subtemas, lo cual hubiera engrosado el libro y, supongo, afectado a su ritmo. No se puede tener todo, así que la cuestión se reduce a un tema de preferencias personales. Algo parecido ocurría con «Cristales de fuego», aunque allí me parecen mejor encajados los distintos elementos (por no hablar del aderezo cómico). «La luz del infinito» es una buena novela de aventuras, ágil y deslumbrante, aunque me deja con la duda de hasta dónde hubiera podido llegar con algo más de ambición.

Otras opiniones:

Otros libros del mismo autor reseñados en Rescepto:

~ por Sergio en septiembre 10, 2009.

Una respuesta to “La luz del infinito”

  1. […] La luz del infinito « Rescepto indablog. […]

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